Pierre-Yves Lacour, historiador de las ciencias y “maître de conférences“ de la Universidad Paul-Valéry (Laboratorio CRISES, Montpellier) inicia este gran libro reflexionando sobre la cesura entre la ciencia y la política, entre la naturaleza y la sociedad, situándola -“geográficamente“- en la cultura occidental e, históricamente, en la época moderna. La revolución francesa, lejos de suprimir esos dos polos, al mismo tiempo que politizó la naturaleza, soñó con naturalizar la sociedad (p.7-8). El Muséum Nacional de Historia Natural de París, sus colecciones, sus profesores y sus espacios – el tema de este libro- encarnan, por un lado, la ilusión sensualista de las teorías de Condillac – para la cual el contacto directo con la Naturaleza llevaría a la regeneración nacional y al perfeccionamiento moral de sus ciudadanos; por otro, el papel otorgado a la historia natural: doblegar el mundo a la voluntad de los hombres.
“La República naturalista”, en ese sentido, analiza los años revolucionarios del Muséum y de las colecciones de historia natural como “un observatorio” para analizar las mutaciones del país: es decir, allí están la emergencia de nuevos saberes, el ascenso de nuevos personajes, sí, pero también la historia de los especímenes que se desplazan siguiendo las rutas surgidas de las nacionalizaciones de las colecciones particulares (clero, aristocracia) y la privatización de las colecciones públicas, o los especímenes estudiados entre las tensiones surgidas de la democratización del acceso al saber y la formación de una elite representada por los profesores del museo, entre la pertenencia de estos a una nación y la afirmación de la República de las ciencias, entre la pedagogía del contacto directo con los objetos y las mediaciones necesarias de las guías y la palabra de los especialistas. La confiscación y la redistribución de los especímenes acaparados en nombre de la República son las protagonistas indudables de este libro que se aleja de todos los lugares comunes para proponer itinerarios complejos y reveladores. “La República naturalista”, como veremos más abajo, cuestiona varios de los tópicos consagrados por la historiografía. Para ello, Lacour trabajó con todos los registros posibles: las definiciones normativas y canónicas, el análisis de la clasificación de las bibliotecas y de los periódicos enciclopédicos, el análisis de la estructura en secciones de la Academia de Ciencias, las guías para viajeros, las imágenes, los inventarios, los objetos. El libro, profusa y bellamente ilustrado, está organizado en tres grandes temas principales y dos contrapuntos: “Confisquer l’Europe naturaliste” (seguido del primer contrapunto “La place des autres”); “Paris, projet pour une capitale universelle de l’histoire naturelle” (acompañado del segundo contrapunto: “le goût des choses”); y “La province naturaliste au miroir de Paris”. Al Epílogo y las conclusiones le siguen una bibliografía exhaustiva y la mención cuidadosa de las fuentes utilizadas. El buen uso de los mapas y de los cuadros sinópticos refuerzan la importancia de estos dispositivos para argumentar a través de la visualización y condensación gráfica de los datos e ideas.
En la historia de los museos franceses, el período comprendido entre 1792 y 1797 fue particularmente significativo. Por entonces, como resultado de las confiscaciones francesas y extranjeras, se da un flujo inédito de objetos hacia los museos a la vez que se crean o reformulan las grandes colecciones especializadas. En ese marco, en 1793, se reformula la constitución del Muséum Nacional de Historia Natural, de una forma que podría denominarse “democrática”. La reforma pasa por el establecimiento del estamento del
Pierre-Yves Lacour nos recuerda que Charles C. Gillispie (“The Encyclopédie and the Jacobin Philosophy of Science. A Study in Ideas and Consequences”, en
Lacour, frente a ambas visiones, se pregunta sobre el significado concreto para el Gabinete nacional de historia natural del llamado “acontecimiento monstruoso” –es decir, de la Revolución: partiendo de los especimenes de la colección, de su adquisición y ordenamiento, pasando por el proyecto enciclopédico que sostenía su existencia, examina el público, las reglas que regularon su acceso, las impresiones de los visitantes extranjeros y las expectativas de los curiosos frente al Muséum nacional de Historia Natural de París.
Como es sabido, a la caída de la Monarquía, el 10 de agosto de 1792 la violencia se propagó contra los símbolos de la realeza y del feudalismo. La Asamblea, considerando que los principios sagrados de la Libertad y la Igualdad ya no permitían que el pueblo francés se confrontase con los monumentos erigidos al orgullo y a la tiranía, cuyo bronce, convertido en cañones, sería útil a la Patria, decretó que todas las estatuas y bajo-relieves de este material levantados en las plazas públicas, fueran retirados por los representantes de las comunas, los cuales, por su parte, debían velar por su conservación provisoria. Un año más tarde, el comité de salud pública decidió la destrucción de los mausoleos de la Abadía de Saint-Denis, necrópolis de los reyes de Francia, con el pretexto de recuperar el plomo de los ataúdes. Para estos sucesos, el Abad Grégoire inventó el nombre de “vandalismo”.
Paralelamente, la Revolución, como se desarrolla en los trabajos de Dominique Poulot y Bénédicte Savoy, instrumentó una serie de medidas para la confiscación de los objetos del arte y de la ciencia en poder de los enemigos del nuevo régimen, iniciativas que seguirían luego encarnadas en los sueños de Napoleón, tal como poseer en París un archivo imperial y un muestrario de todas las artes del mundo (cf. Sylvain Laveissière y Thierry Lentz,
Desde 1793, el Muséum se transforma
En otro orden de cosas, el Muséum surge de un programa enciclopédico que reunía todas las especies naturales en una forma espacial, un lugar donde se reúnen los objetos y un espacio donde estos se distribuyen. Por eso, las confiscaciones se proponían, en un principio, completar las series de las colecciones nacionales. Singularmente, mientras las naciones expoliadas por Napoleóm reclamaron, por ejemplo, los documentos de sus archivos, surge la pregunta acerca de si alguien intentó recuperar algún mamífero confiscado a Portugal o a los Países Bajos. La política de la naturaleza, aparentemente, no llegó a ese punto.
Cada colección del gabinete y su ordenamiento son responsabilidad de los
Por otra parte, la Revolución no aporta ninguna modificación significativa en lo que respecta a la “democratización” del acceso. Los horarios de apertura tampoco aumentan. La entrada en el gabinete, durante los días que permanece cerrado al público, es un privilegio acordado por los profesores con bastante liberalidad.
Los historiadores han considerado al Muséum como un espacio de enfrentamiento permanente, aspecto simbolizado de manera paradigmática por el debate entre Lamarck y Cuvier. Sin embargo, ante cualquier amenaza que se insinuara contra la institución, o frente a toda decisión que intentara imponerse desde el exterior o a la hora de acudir a los poderes administrativos para solicitar nuevos subsidios, los profesores olvidaban sus diferencias y reaccionaban como bloque. Este espíritu de cuerpo, que se despierta ante el más mínimo riesgo de pérdida de la autonomía, convive con las divisiones y las rivalidades que, sin dudas, también reinan, pero en otro orden de cosas: la imposición de una teoría, el debilitamiento de las prerrogativas disciplinarias de los colegas o, meramente, la posibilidad de sobresalir en detrimento de los contrincantes.
Así, analizando distintos aspectos de las prácticas, actores y objetos albergados en el Muséum, el libro va mostrando cómo se configura el museo republicano, resultado de este trabajo febril para recopilar y clasificar. Mientras en 1789, el gabinete real no era otra cosa que un gabinete muy grande pero, a pesar de eso, comparable a otras colecciones aristocráticas de importancia equivalente, como la del Estatúder holandés, en 1804, hacia el fin de la Revolución, el Muséum se ha transformado en “le plus célèbre Musée du monde”, un “abrégé du monde terrestre” o “l’unique endroit où il est possible d’étudier l’ensemble de la Nature.” De hecho, por el crecimiento sin precedentes de sus colecciones y la desaparición de sus principales rivales europeos –en parte gracias a su propia obra- el Muséum nacional, parece ahora de una riqueza extraordinaria. El proyecto enciclopedista de reunir espacios y especies se había realzado. Y si el Muséum se abrió al público como un abrégé del mundo, Lacour, con su “República naturalista consiguió “un abrégé” muy bien logrado del Muséum y de sus colecciones.
Como nota adicional: quienes estén interesados en leer la obra de Lacour en castellano, pueden consultar P.-Y. Lacour, “El gran depósito de la naturaleza. El Muséum Nacional de Historia Natural de Paris hacia 1800”, en Miruna Achim e I. Podgorny (eds.),
Irina Podgorny
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