El gran número de hospitales que tuvo la ciudad de Zamora durante la Edad Media quedó notablemente simplificado en la época Moderna. La fundación en el siglo XVI del hospital de Sotelo y en el XVII de La Encarnación, supuso dotar a la ciudad con dos importantes centros que ofrecía atención médico-sanitaria. Este trabajo está centrado en el de La Encarnación, entre cuyos administradores se hallaban el Ayuntamiento y el Cabildo de la Catedral, y el objeto de análisis han sido los asistidos. A partir de los registros de ingreso y defunciones, dependiendo del momento, hemos trazado el perfil de los mismos, pero, sobre todo, nos hemos centrado en el radio de influencia del establecimiento, que, como hemos podido comprobar, superaba ampliamente el marco geográfico de emplazamiento.
The numerous hospitals in existence in the city of Zamora in the Middle Ages were considerably streamlined in the Early Modern Era. The foundation of the Sotelo hospital in the 16th century and the La Encarnación hospital in the 17th century endowed the city with two main centres offering medical and health care. This study focused on an analysis of the patients who received care at the La Encarnación hospital, which was governed by the City Council and the Cathedral Chapter. A patient profile was constructed from admission and mortality records, depending on the case. However, the main focus was an analysis of the hospital’s area of influence, which was found to amply exceed its immediate geographical context.
Las investigaciones históricas centradas en la hospitalidad suelen estar ligadas al estudio del mundo de la pobreza y de la beneficencia. Dentro de la historiografía modernista tuvieron un gran auge durante el último cuarto del siglo pasado, posteriormente fueron perdiendo vitalidad y pasaron a tener un carácter casi marginal. Pero el trabajo sobre este tipo de instituciones, por los diversos enfoques que permite la documentación que han generado, aún tiene mucho que aportar para el conocimiento de nuestro pasado
El análisis de los hospitales, tal y como en su momento señaló Esteban de la Vega (Esteban De Vega,
En esta ocasión hemos abordado el tema de la hospitalidad desde abajo, es decir, el objeto de estudio van a ser las personas que fueron asistidas en el hospital de La Encarnación de Zamora a lo largo de un siglo, entre 1680
A mediados del siglo XVIII la ciudad de Zamora contaba con algo más de 1.900 vecinos seglares, y por esas fechas ya estaba sufriendo una nueva etapa de recesión, tras haber gozado de un periodo de relativa estabilidad. Había comenzado aquel, tímidamente, en los últimos años del siglo XVII y se prolongó hasta la década de los cuarenta de la centuria siguiente, en que, de nuevo, el territorio fue víctima de un ciclo de malas cosechas (Álvarez Vázquez
La provincia zamorana era paso, casi obligado, de los transeúntes o viajeros que circulaban entre el noroeste peninsular y la meseta, ya fueran asturianos, leoneses o gallegos. Precisamente, Galicia, tenía una larga trayectoria en las migraciones temporales hacia el interior de Castilla
Por otro lado, el hecho de que la provincia zamorana fuera fronteriza con Portugal dio lugar a que se generaran fluidas relaciones entre ambos territorios, tanto en periodos de paz como de inestabilidad, y por motivos bien diferentes. Pero esa circunstancia, además, le proporcionó carácter estratégico, convirtiéndose la capital en centro de acuartelamiento desde la Edad Media y sede de la Capitanía General de Castilla la Vieja, entre 1737 y 1806. La presencia de soldados en Zamora se incrementaba cada vez que había un enfrentamiento bélico con el reino vecino o cuando, sin llegar a ese extremo, se vivían momentos de tensión derivados del juego de alianzas políticas.
La red hospitalaria zamorana de la Edad Moderna no respondía a una estrategia planificada y dirigida a solucionar los problemas sanitarios de la ciudad, sino que era herencia de la voluntad caritativa, muchas veces individual, que operó en la época anterior, y que aún lo haría durante aquella
Esos hospitales surgidos en la Edad Moderna, lo hicieron a partir de obras pías mucho más poderosas que las de época medieval, contaban con un rico patrimonio para sostenerse y, además, sus patronos tenían la obligación de construir un edificio, más o menos grandioso, para albergarlos. Las fundaciones, en todos los casos, y aunque no cabe duda de la fuerte carga espiritual que impulsó a los bienhechores a patrocinarlas, cristalizaron por la falta de descendientes directos. Por lo tanto, la labor caritativa sería la que pasaba a otorgar proyección histórica a una familia cuyo patrimonio, de otro modo, sería absorbido o diluido entre los colaterales. A su vez, esa forma de dar continuidad al apellido iba a proporcionar al linaje lustre y gran publicidad. Así pues, estos hospitales contribuirían, por un lado, a mantener viva la memoria de la familia extinguida de los Pereira o los Sotelo, y, por otro, servirían para remediar los problemas de salud que pudiera sufrir un colectivo concreto, el de los pobres
El hospital de La Encarnación fue fundado en 1629, con los bienes que para ello dejaron los hermanos Pereira
Desde la fundación del hospital de La Encarnación hasta su entrada en funcionamiento, en 1678, pasó prácticamente medio siglo. Durante sus primeros años de actividad se dedicó a curar a hombres y mujeres, de «todas las enfermedades, heridas y llagas, excepto de las contagiosas», hasta que finalizara el periodo de convalecencia. Pero desde mediados del siglo XVIII solamente atendió a varones, debido a la restructuración que se llevó a cabo en la red hospitalaria zamorana, a raíz de los decretos reales en los que se ordenaba que se remediaran en ellos militares. En sus inicios, disponía, según los dictámenes del fundador, de catorce aposentos para varones y diez para mujeres, y, en caso de ser necesario, podían reservarse algunas plazas para personas que padecieran enfermedades de larga curación como «tísicos, éticos, hidrópicos o llagas curables»
En la década de los cincuenta del XVIII, el hospital completó sus instalaciones con una botica. Hasta 1756 las medicinas se las habían surtido boticarios particulares, la Compañía se Jesús y, fundamentalmente, el convento de San Jerónimo. Aquel año, a iniciativa del comisario se retomaba una vieja cuestión, la que consideraba «que por estar el convento muy distante…se seguía grave perjuicio para los enfermos», por lo que los patronos decidieron comprar la un botica. Les pedían 4.600 reales, que ellos decidieron negociar
Los registros de entradas y defunciones que se han conservado del hospital de La Encarnación nos permitirán acercarnos al perfil de los socorridos y a la dinámica asistencial en la capital zamorana. Nos hemos centrado exclusivamente en el personal civil
En este centro fallecieron entre 1678 y 1767, prescindiendo de los datos del segundo quinquenio de la década de los cuarenta del siglo XVIIII, bastante incompleta, 2.644 personas civiles, y desde 1768 hasta 1787 ingresaron 8.582 varones. Para acercarnos un poco más a la capacidad de respuesta de este hospital es preciso señalar que el número medio de personas que cada año fallecían era de 33,3 y el de ingresos, que como ya hemos expuesto solamente conocemos para la segunda mitad del siglo XVIII, era de cuatrocientas
A través de las ordenanzas elaboradas para el gobierno del hospital, en 1760
Los beneficiarios de la asistencia hospitalaria eran los grupos más desfavorecidos de la sociedad, pues conocido es que aquellos que gozaban de recursos no solían utilizar este tipo de instalaciones. Apenas disponemos de ciento cincuenta partidas en las que la información que se ofrece del asistido supera los datos básicos de identificación, no obstante, esa muestra nos ha permitido realizar un pequeño bosquejo de la clientela del centro. Tres de cada cuatro personas, ya fueran hombres o mujeres, zamoranos o forasteros, llevaba, al menos, uno de los tres calificativos que con más frecuencia se repetían: «viejo», «pobre» y «muy pobre». Entre los numerosos ejemplos que pueden citarse está el de Manuel Gómez. Este hombre, que vivía de la limosna en Zamora, era natural de Madrid y «había sido casado y maestro de niños». También con las limosnas se mantenía María Villalba, natural de Villafafila
En lo que respecta al uso que hombres y mujeres hicieron del hospital de La Encarnación, que como ya hemos señalado fue mixto desde su fundación hasta mediados del siglo XVIII, las fuentes sólo nos permiten conocerlo entre 1680-1743. Durante aquellos años, poco más de sesenta, las mujeres representaron en los óbitos un 29,4%, frente al 70,6% de los varones
Para los varones podemos completar esa información, pues en la segunda mitad del siglo XVIII disponemos de las partidas de ingreso (
Para conocer el origen geográfico de los hombres y mujeres que eran asistidos en el hospital de La Encarnación, nos valdremos de la información que nos ofrecen las partidas de 1.833 personas fallecidas entre 1680 y 1766 y de 2.088 ingresadas -1.073 entre 1767 y 1770 y 1.015 en 1780 y 1781-. Así pues, para trazar su radio de influencia de este centro hospitalario, disponemos del lugar de procedencia 3.921 asistidos (
El grupo mayoritario de asistidos, lógicamente, era el de los zamoranos
Esa pérdida porcentual de forasteros en la muestra se debe, fundamentalmente, al considerable aumento de la demanda de asistencia por parte de los zamoranos, que en el bienio 1780-81 la media anual aumentó en un 124%, respecto a mediados de esa misma centuria. Por su parte, la afluencia de gentes provenientes de otras provincias también experimentó un notable avance, aunque en menor medida que los anteriores (46,5%). Ahora bien, dentro de éstos nos encontramos casos extremos, pues si la representación de orensanos creció en algo más un 70%, la del resto de gallegos descendió ligeramente, salvo la de pontevedreses del Bajo Miño, que continuó en los mismos niveles
Entre los zamoranos, la presencia de los habitantes de la ciudad fue aumentando a medida que avanzaba la centuria dieciochesca. Los oriundos de Zamora pasaron de suponer un 50,2%, durante la etapa en la que solamente disponemos de óbitos, a un 64,5%, entre 1780-81. Lo cual sería el reflejo del proceso inmigratorio que vivió la ciudad en la segunda mitad del siglo XVIII, muy relacionado con una tendencia económica nefasta que se había iniciado a comienzos de la década de los sesenta
De los que llegaban del ámbito rural, y fueron ingresados en La Encarnación
En las asistencias prestadas a los zamoranos del ámbito rural, se puede apreciar una marcada estacionalidad, lo que nos sitúa ante movimientos migratorios de carácter pendular dentro de la propia provincia. Esas gentes se trasladarían a la ciudad, a juzgar por la incidencia mensual de las demandas hospitalarias, una vez que en su tierra habían recogido la cosecha de cereal, para emplearse en las obras se realizaban durante los meses de verano y comienzos del otoño. A partir del mes de noviembre los ingresos comenzaban a descender. Pero además de estos desplazamientos existían otros, más minoritarios, los protagonizados por campesinos sin despensa que llegaban a la ciudad en los meses de invierno para vivir de la limosna que ofrecían las instituciones religiosas y los particulares.
En torno al 46% de los hombres y mujeres que fueron asistidos en La Encarnación, eran forasteros (
El segundo colectivo en importancia, que hizo uso del hospital de La Encarnación, fue el de los gallegos (
La presencia de gallegos, en el total de asistidos, suponía el 26,1%
La demanda de asistencia de las diferentes provincias gallegas fue muy desigual. La realizada por los orensanos
La llegada de orensanos aumentó considerablemente a lo a medida que avanzaba el siglo XVIII
Una de las salida naturales de los gallegos hacia territorio castellano, y sobre todo de los orensanos, era a través de la fronteriza provincia de Zamora, con la que existía una comunicación relativamente fácil. Podían utilizar la vía que comunicaba Braga con Astorga, tomando la ruta norte o bien por la que atravesaba territorio portugués, la cual se solapaba con la que unía Salamanca con Monterrey. Para los de Valdeorras o Trives, el viaje podría resultar más cómodo cruzando por la provincia de León
La presencia de gentes de las otras tres provincias gallegas, como ya hemos señalado, fue mucho más modesta. Se movió entre el 11,1% y el 5,8%, sobre el total de la muestra, y el 25,7% y el 17,1% si la calculamos entre los forasteros. La demanda media anual de este colectivo fue bastante estable. Pues si desde 1767 hasta 1770 el centro atendió 31,3 personas por año, entre 1780 y 1781 fueron 30,5. A medida que avanzaba el siglo el siglo XVIII los ingresos de pontevedreses fueron desplazando al resto, pasaron de una media de 13,8, en el segundo quinquenio de la década de los sesenta, a otra de casi de casi 19, en el bienio 1780-981. Entre ellos cabe destacar a los procedentes del Bajo Miño, donde la fuerte presión sobre los recursos, que había generado el cultivo del maíz, desembocó en importantes movimientos migratorios
Después de zamoranos y gallegos, el siguiente grupo en importancia, atendido en La Encarnación, fue el de los Castellano-leoneses. La demanda asistencial de estos territorios, que osciló entre el 12,3% y el 7,1%, del total y el 25,3% y el 17,5%, de los forasteros, también aumentó en la segunda mitad del siglo XVIII, pasando de una media anual de 21,2 enfermos a otra de 37. En este caso, el radio de acción del hospital se concentraba, fundamentalmente, en las tres provincias limítrofes. Pero fueron los leoneses los que mayor uso hicieron del establecimiento, llegando a acaparar más de la mitad de los ingresos correspondientes a este territorito. Entre ellos, cabe destacar a las gentes del Bierzo, la maragatería, la Cepeda o el Paramo; todas ellas comarcas bien comunicadas con Zamora. En estos casos los movimientos de la pobreza los generó la ausencia de recursos.
Otro colectivo, que también fue perdiendo representación en términos relativos, pero no en absolutos, fue el de los extranjeros, prácticamente todos oriundos de Portugal (
Finalmente, tampoco faltaron los asturianos en La Encarnación, donde llegaron a suponer un 3,5% de las asistencias a foráneos; y bajo el epígrafe otros (4,9%) están incluidos un pequeño grupo de enfermos de procedencia muy variada, como Andalucía, Extremadura, Madrid o Cataluña (
La importancia que tuvo durante en Antiguo Régimen la asistencia hospitalaria entre la población más necesitada es incuestionable, pero quizá lo más destacado del establecimiento zamorano de la Encarnación sea, tal y como hemos podido conocer a través de este estudio, fue el apoyo que ofreció a los temporeros. Su localización, en medio del camino que cada año transitaban gallegos, portugueses e incluso algunos asturianos, permitió poner la atención sanitaria al servicio de los flujos migratorios que pendularmente circulaban por la Península. La actividad asistencial se repartía, prácticamente a partes iguales, entre los zamoranos y los forasteros, y dentro de éstos, estaba totalmente focalizada en el noroeste peninsular. Una oferta asistencial que aumentó a lo largo del siglo XVIII, gracias a las labores de ampliación, más relacionadas con la ocupación militar que tuvo el centro en momentos de especial complicación política, que como resultado de una mayor demanda.
Este trabajo forma parte de un proyecto de investigación titulado
El estudio de la red asistencial española ha desembocado en un gran número de trabajos, en los que se analizaron, desde diversas perspectivas, un sólo establecimiento, la red hospitalaria regional, provincial o local; también, a partir de los registros de ingresos o defunciones, se abordaron los movimientos migratorios, se ha estudiado la organización sanitaria, la arquitectura hospitalaria, etc… La bibliografía general sobre los hospitales del Antiguo Régimen en España y fuera de ella es muy abundante, sirvan como ejemplo: Sanz Sampelayo,
El 16 de marzo de 1678 «se acordó que empezarían a curar el día de Nuestra Señora de la Encarnación. Se diga una misa cantada en dicho hospital y se reciban a los pobres para curarse». El registro de pacientes, que comienza ese año, no ofrece continuidad hasta 1680 y finaliza el día 22 de julio de 1788. Después de esta fecha no hemos logrado localizar más documentación referente a este aspecto hospitalario.
Parece que ese resurgimiento de la población estuvo muy relacionado con las manufacturas. Sobre las explicaciones de este proceso pueden consultarse: Álvarez Vázquez,
La cifra de los desplazados llegó a ser tan elevada que Feijoo habló de «las tropas de gallegos que van a segar a Castilla». Un viajero inglés, Dalrymple, coincidió con esos trabajadores en Benavente y volvió a hacerlo en Ponferrada, donde uno de ellos le dijo que cada año llegaban a moverse más de 60.000 temporeros. Él consideró que la cifra era un tanto exagerada, aunque «llegara a confirmársela una autoridad más importante». (Casado Lobato y Carreira Pérez,
Entre la Baja Edad Media y la Moderna, se fue fortaleciendo la red hospitalaria europea. El caso portugués es paradigmático, respecto a otros países, por la intervención mucho más directa de la corona en la política hospitalaria, creando una densa red de misericordias. (Dos Guimarães Sá y Lopes,
La Encarnación, Sotelo, El Caño, San Lázaro y la Casa de Misericordia. Según la citada fuente, el primero, poseía unas rentas anuales de 22.000 reales y tenía 26 camas para la curación de civiles, de sexo masculino, y 80 para soldados. El de Sotelo disfrutaba de 24.800 reales y contaba con 23 plazas «para asistir a pobres». Uno y otro tenían los mismos administradores, el Ayuntamiento, el Cabildo catedralicio y los priores de los monasterios de Santo Domingo y San Jerónimo. Más modestas eran las rentas de la Misericordia, que tenía seis camas, y el de Nuestra Señora del Caño, 1.100 y 800 reales al año, respectivamente. Ambos administrados por cofradías. Del segundo sabemos que ofrecía a los pobres hospedaje, «paja para dormir, lumbre para calentarse, vestido y, llegado el caso, asistencia mortuoria, costeando su entierro». (Crespo González y De La Mata Vega,
En esta época histórica, aún no había desaparecido la idea medieval que consideraba la caridad y el auxilio al pobre como una manera de lograr la salvación espiritual. La caridad, voluntaria y estimulada por la moral, era una forma de redistribución de la riqueza, que también se ha considerado como una especie de «contrato social». (Callaham,
Sobre el papel de las cofradías zamoranas en la asistencia, puede consultarse Flynn,
Este hospital, como prácticamente todos los de la Península Ibérica, independientemente de su tamaño y dotación, y a diferencia de otros, incluso de fundación mucho más temprana, no pudo beneficiarse de la proximidad de una escuela de medicina. Como le sucedió, por ejemplo, al de Treviso con la de Padua. (D’Andrea,
En La Encarnación, su fundador, D. Pedro Morán Pereira, justifica la necesidad de un establecimiento de ese tipo porque «habiendo considerado la gran necesidad que hay en la ciudad de Zamora de que se curen los pobres y necesitados que hay en ella y que la más de la gente que tiene es pobrísima y que por falta de albergue y cura se mueren o padecen largas enfermedades». Archivo de la Diputación de Zamora (A.D.Z.), Leg. 65-(1). Así mismo, durante esa época, otra vertiente hospitalaria era la de mantener el orden publico, pues los había que recogían a los mendigos de las calles. (Rosen,
D. Isidro Morán Pereira, que fue el primero en fallecer, concretamente en 1602, dejó todos sus bienes a su hermano, D. Pedro Morán Pereira, para que, en caso de no tener descendientes, los invirtiera en un monasterio o en la fundación de una Obra Pía. D. Pedro decidió dotar un hospital. (Lorenzo Pinar,
A.D.Z. Leg. 65-(1).
En 1757, el patronato decidió que el centro necesitaba dos médicos, en atención al excesivo trabajo que tenía. El salario anual, de 1.800 reales, pasaría a repartirse entre ellos, que trabajarían por turnos de un mes. Decisión que no contentó al su titular, D. José Lucas Prieto, que, tras varias propuestas y desacuerdos entre las partes, acabó por ser despedido. A.D.Z.
A.D.Z.
Los flujos de movimiento de la población militar pueden consultarse en Sanz De La Higuera,
Esa media, si la comparamos con la de los próximos centros leonesas, era importante. Estaba más próxima a la de San Antonio, de la capital, que a la de los maragatos. En Astorga, el de las Cinco Llagas ofrecía poco más de 70 asistencia al año y el de San Juan 285,6. Por su parte, el San Antonio, para el período 1766-1896, tenía 634 entradas al año. Ahora bien, hemos de tener en cuenta que en esa cifra están contabilizados hombres y mujeres y La Encarnación sólo atendía a varones, las mujeres eran tratadas en el de Sotelo. Por lo tanto, parece que la capital zamorana, menos poblada que la leonesa, tenía mayor capacidad de asistencia. (Martín García y Pérez Álvarez,
Esta cifra de mortandad hospitalaria se hallaba a medio camino entre la registrada en los centros madrileños, del 13% de 1798 a 1807, y la constatada en el hospital murciano de San Juan de Dios, donde, a finales del siglo XVIII alcanzaba el 18,6%. (Soubeyroux,
A.D.Z., Leg. 77-(3).
A.D.Z.
Entre los centros en los que el sector femenino fue más importante están los burgaleses, el de San Antonio de León o el de las Cinco Llagas de Astorga. Pero los mayoritarios fueron aquellos en los que, como en este, primaron las atenciones masculinas. Es el caso de San Juan de Astorga –un 53,2% por un 46,8%-; de San Antolín de Palencia, donde los varones representaban el 51,3%, en la segunda mitad del siglo XVIII; del Hospital General de Valencia, en el que se curaron una aplastante mayoría de hombres, al menos en el siglo XVII; del Hospital Real de Santiago de Compostela, donde las mujeres suponían el 42%, en 1793, o el 47%, en 1826; del Hospital General de Pamplona o el de Santa María de Esgueva de Valladolid. (Martín García,
Entre los forasteros tuvieron gran importancia los gallegos, y dentro de ellos cabe destacar a los procedentes del Bajo Miño, que fue uno de los territorios que más gente aportaba a este centro asistencial. Pues bien, en Morrazo, la emigración estaba protagonizada por solteros, que representaban el 72%, la de casados el 26,3 y la de viudos no llegaba al 2%. (Rodríguez Ferreiro,
Dentro de este grupo, el colectivo más importante era el de las gallegas, y aunque la muestra, como hemos señalado, no es excesiva, apunta a que las migraciones estuvieron protagonizadas por solteras. Lo cual coincide con los estudios globales sobre el tema. (Fernández Cortizo,
Lo que nos ofrece un radio de acción benéfica superior al del hospital de San Antolín de Palencia o el de San Juan de Astorga. En el primero, el 72,9% de los atendidos eran de la provincia y en el otro ese porcentaje rondaba el 80%, a nivel general, y en las mujeres alcanzaba el 90%. (Marcos Martín,
Por lo que la emigración americana, que ya había comenzado en ese territorio a mediados del siglo XVIII no tuvo grandes repercusiones en este centro asistencial. (Rodríguez Ferreiro,
Los ciclos de cosechas en la provincia de Zamora pueden consultarse en Álvarez Vázquez,
Esos zamoranos que llegaban del el ámbito rural para ser atendidos tenían que aportar, al menos a finales del siglo XVIII, un certificado del pobreza emitido por el sacerdote de su parroquia. Certificados no muy completos, o redactados con prisas. Por ejemplo, en el de Tomas Vicente, de la localidad de Pontejos, D. Pedro Andrés, cura de la Iglesia de Santa María, tan sólo anotó su nombre y estado civil «se ignoran los nombres y apellidos de los padres».
Pero también los había que llegaban expresamente a la ciudad para curarse, como Miguel Alonso, aunque este hombre no lo hizo por su propio pie, sino que fue trasladado al centro gracias a las redes solidarias. Venía «desde el lugar de Pontejos; y el mozo que le condujo expresó que en el día catorce de dicho mes en la noche le habían conducido a dicho Pontejos desde Cazurra». A.D.Z.
La emigración gallega solía nutrirse de una mano de obra escasamente cualificada, que se empleaban como jornaleros agrícolas o bien en el sector servicios. (Rey Castelao,
En noviembre de 1681 fallecieron tres hermanas de la jurisdicción de Viana, en Orense, Isabel, Catalina y Francisca, unos días antes había muerto, en el mismo centro, el padre. A.D.Z.
La presencia del colectivo gallego en el hospital zamorano de la Encarnación fue mucho más importante, tanto en términos absolutos como relativos, que en el de San Antonio de León, donde los forasteros con mayor presencia fueron los asturianos. En cambio, sí que fue más frecuente su presencia en el de San Juan de Astorga, pues esta ciudad les era más favorable en su ruta de desplazamiento. (Martín García,
Durante esta década fue muy importante la llegada de gallegos, flujo que se intensificó entre 1768 y 1770 a consecuencia de la importante crisis que sufría el territorio en esos momentos. (Meijide Pardo,
Por lo tanto, el paso por estos territorios de gentes del Reino de Galicia no se resintió de la emigración masiva que comenzaron a practicar, a partir de 1714, hacia Portugal, impulsados por unas buenas expectativas laborales. (Rey Castelao,
En este hospital la representación femenina de gallegas, del 20%, está diez puntos por debajo de la estimada entre los temporeros. No obstante, se halla en valores intermedios a la constatada en diversos territorios portugueses. (Fernández Cortizo,
En 1775, los representantes del municipio de Orense exponían la sangría de mozos solteros que sufría el territorio. Rey Castelao,
Orense y Lugo fueron las últimas provincias gallegas en participar de forma activa en la emigración a América, pero cuando lo hicieron, a comienzos del siglo XIX, se colocaron a la cabeza. (Márquez Macías,
En el puerto de Foncebadón, Dalrymple se encontró «a la luz de la luna, a un pobre gallego dormido en el suelo en el borde del camino y ya rígido de frío; mi compañero, con mucha humanidad, le obligó a levantarse aunque a pesar suyo y le puso sobre una de las mulas; me dijo que todos los años varios de esos desgraciados perecían de ese modo en esas montañas». (Casado Lobato y Carreira García,
En la parte suroccidental de Galicia, y con anterioridad al siglo XVII, se produjo una saturación poblacional que se prolongó en la siguiente centuria, a lo que se añadieron las crisis agrícolas y pesqueras de los dos últimos tercios del siglo XVIII, que desembocaron en movimientos migratorios. El 60% de los emigrantes temporales que salían del Bajo Miño se dirigían a ciudades castellanas. (Pérez García,
Se trataba de una agricultura minifundista, basada en el cultivo intensivo y dinamizada por la introducción del maíz, fundamentalmente, y de la patata. Las buenas expectativas, cercenadas por la excesiva parcelación del terreno, la polarización social y los sistemas de reparto de la herencia, desembocaron en fuertes corrientes migratorias. (Durães,