Cuidados y Sociedad en la España Moderna, de Manuel Amezcua, se comenzó a gestar hace unos cuarenta años, cuando el autor empezó a profundizar en algunos aspectos del pasado de la enfermería. Ciertamente, la historia de la enfermería ha estado siempre presente, de una manera u otra, en los diferentes planes de estudio académicos desde que el Real Decreto 2128/1977, de 23 de julio, reguló la integración en la Universidad de las Escuelas de Ayudantes Técnicos Sanitarios como Escuelas Universitarias de Enfermería. Sin embargo, durante mucho tiempo, esta materia ha vivido “a la sombra de un régimen con una mirada tan estrecha que para reafirmarla tuvieron que buscar en terrenos colaterales, como era la historia residual de la medicina” (p.17). Del mismo modo, a la historiografía relacionada con la enfermería le ha costado avanzar sin tener encima el yugo de las “distorsiones, falsedades y falacias, que tanto daño vienen realizando en la identidad profesional” (p. 20). No ha sido, pues, hasta hace pocas décadas cuando estimulantes publicaciones, como la que origina esta reseña, están permitiendo matizar algunos de los tópicos que se habían ido anquilosando, con cierta terquedad, a la vez que contribuyen a abrir nuevas vías de investigación.
Uno de estos tópicos, que aún hoy en día se sigue repitiendo como si de un mantra se tratara, es el consistente en explicar que la historia de la enfermería se inició con el legado de Florence Nightingale. Aunque hay consenso en aceptar que la figura histórica de esta enfermera británica fue fundamental para establecer las bases sobre las que, a finales del siglo XIX y principios del XX, la enfermería se desarrolló como profesión, no es menos cierto afirmar que el «cuidar» es una actividad que se remonta a los orígenes de la humanidad. En este sentido, en el Mundo Antiguo (Corvisier, 1985; Terray, 1990) ya se pueden documentar conceptos como los de «tutela», «asilo» y, en general, «hospitalidad» (Comelles, Conejo, Barceló, 2018: 9-13), todos ellos vinculados al cuidar, que remiten a prácticas sociales y culturales destinadas a tener cuidado de personas que no disponían de apoyo social o cuyos grupos primarios de referencia eran incapaces o tenían limitaciones para hacer frente a la gestión del infortunio provocado por cualquier tipo de «mal» (Augé y Herzlich, 1984). Lo cierto es que en el Occidente judeocristiano y también islámico, el desarrollo de estas prácticas evolucionó hacia un
discurso ético, moral y, sobre todo, cultural alrededor de la hospitalidad que terminó implicando la creación de instituciones hospitalarias o de acogida (Miller, 1985). La aparición y expansión del cristianismo convirtió la hospitalidad en una obligación religiosa y, a pesar de mantener las mismas raíces, el aparato ideológico del concepto se hizo más complejo, dado que tuvo que articular conceptos morales como la infidelitas o la avaritia con otros de políticos como el bonum commune y la utilitas pública (Barceló-Prats, 2018: 15-16). Ya durante la Edad Media, la renovada espiritualidad cristiana difundida por las órdenes religiosas mendicantes, como los franciscanos, acabó por desarrollar una nueva ética de la responsabilidad frente a los problemas de la colectividad (Todeschini, 2008; Arrizabalaga, 2013). Del mismo modo, durante la Edad Moderna, las órdenes religiosas contrarreformistas de los países católicos continuaron manteniendo, entre sus mandatos, el voto de la hospitalidad.
Concretamente, debemos situar la obra reseñada dentro de este último período (siglos XVI y XVII), donde profundiza en las relaciones entre el cuidar y el proceso reformador que se experimentó en España. El autor muestra, a partir del análisis exhaustivo de 64 documentos originales o «primarios», como se construyen estas relaciones y qué consecuencias se originaron. Por consiguiente, nos encontramos ante un libro que, además de desmontar el mito ya mencionado consistente en que la historia de la enfermería apenas tiene 200 años, ayuda a entender la organización social del cuidar durante la Edad Moderna. Del mismo modo, el libro también facilita la comprensión de las genealogías que terminaron por configurar la hegemonía del actual modelo biomédico (Menéndez, 2005). En este sentido, la complejidad del sector salud, como objeto de estudio, pone de relieve la necesidad de recordar que el binomio «care» [cuidar] y «cure» [curar] no está necesariamente presente en otros sistemas de medicina diferentes al del modelo biomédico (Comelles, 1992). En nuestro contexto, mientras el cure remite a un papel activo caracterizado por la «interpretación-adivinación» –lo que hoy conocemos por diagnóstico– con el objetivo de intentar establecer una «terapéutica», ya sea de naturaleza empírica, ritual o simbólica; el care –en cambio– conduce a
un papel más pasivo de «protección» y/o «acompañamiento» y sus aspectos relacionales con el cuidar (Saillant, 2009). El «cuidar» y el «curar», pues, constituyen dimensiones diferentes que no operan en un mismo plano social de igualdad y ello ha conllevado, como bien ejemplifica el libro, el desarrollo de formas de asistencia o de institucionalización diferenciadas. Una lectura a fondo del libro permite captar los orígenes de esta gradación de representaciones, cuyas imágenes culturales han sido fundamentales en la consolidación de los procesos asistenciales y de toma de decisiones que constituyeron ambos «saberes» (Comelles, 1985).
En efecto, el libro contribuye a evidenciar el «saber» existente en el pensamiento y la práctica enfermera de los siglos XVI y XVII. Los documentos de que se nutre el libro para reflejar esta última premisa sirven, también, para explicar el proceso de institucionalización del «cuidar» mediante el análisis en profundidad de aspectos como el rol del «cuidar» en la mentalidad de la época; el «cuidar» en el contexto de la ciencia de la época; el perfil de los que dispensaban los «cuidados»; así como la propia organización del «cuidar». Para ello, los corpus documentales que conforman la base de esta obra, cuidadosamente seleccionados, reúnen textos clásicos dentro de la historia de la enfermería con otros que se alejan de los quehaceres enfermeros pero que, sin embargo, ayudan a ilustrar el amplio abanico de concepciones que los diferentes sectores de la sociedad de aquella época tenían sobre la práctica del cuidar.
A grandes rasgos, en el primer capítulo (“Institucionalización del pensamiento y la práctica de la Enfermería en la España Moderna”, pp. 21-96), el autor muestra una visión compleja y bien contextualizada del cuidar y de sus significaciones durante la Modernidad. A raíz de ello, se relacionan los debates en torno al socorro de los pobres con los intentos reformadores que condujeron al establecimiento de Casas de Misericordia, hospicios y otras workhouses. El desarrollo de este primer capítulo deja entrever una de las consecuencias de la primera fase de medicalización. Eso es, la progresiva especialización de los hospitales generales –que originariamente se dedicaban a la asistencia a todo tipo de «pobres»– hacia solamente los «pobres enfermos» (Arrizabalaga, 2006: 204), conllevó la creación de instituciones específicas para el campo más genérico de la acción social. Además, se detallan los elementos que ayudaron a construir el saber enfermero dentro del hospital moderno y que, en España, desembocaron en el inicio de la «Época Aurea de la Enfermería». El autor no esconde, al proponer este nombre para definir esta época, la intención de desmitificar la visión estereotipada que la historiografía anglosajona ofreció sobre esta época llamándola «Período Oscuro de la Enfermería» (Donahue, 1985: 193).
En el segundo capítulo (“Corpus documentales en la Historia de la Enfermería, entre la ausencia y la necesidad”, pp. 97-128), el autor describe las fuentes y las miradas, así como las problemáticas que tuvo que afrontar para realizar la selección de documentos, que le llevaron a elegir los nueve «Corpus Documentales» que se analizan bastamente a lo largo del tercer capítulo (“Antología de Textos: 9 corpus documentales para la historia de la Enfermería en los siglos XVI-XVII”, pp. 129-396). Finalmente, el libro concluye con un apartado de “Fuentes y bibliografía” (pp. 397-419) y un “Índice de textos incluidos en la antología” (pp. 420-423).
A modo de conclusión, nos encontramos ante una obra abundante en datos, cuya interpretación ayuda a hacer visible la aportación enfermera en diferentes ámbitos de la sociedad española durante la Edad Moderna. Sin embargo, además de ampliar la comprensión de la organización social del cuidado durante los siglos XVI y XVII, el análisis de los corpus documentales muestra algunas claves para conectar el pasado con el presente. Eso es, mediante la comprensión del pasado, la obra invita al lector a reflexionar sobre las complejas dimensiones del cuidado en nuestra actual sociedad.