RESUMEN
La exhibición de cuerpos y restos humanos preservados ha sido y continúa siendo habitual en ciertos museos, también en España. Este artículo repasa los contextos expositivos que conducen desde la limitada presencia de restos humanos en las cámaras de curiosidades y los primeros museos de historia natural, hasta su exitosa consolidación en los gabinetes y museos anatómicos (académicos y comerciales) durante el último tercio del siglo XVIII y todo el XIX. Se presta especial atención a la actividad desarrollada por el doctor González Velasco, tanto en sus propios museos como en la Facultad de Medicina de Madrid.
Palabras clave: Museos; Restos humanos; Anatomía; Antropología; doctor Velasco.
ABSTRACT
The exhibition of preserved human bodies and remains was and is still common in some museums, also in Spain. This article reviews the gradual expansion of this exhibitions, from the scarce presence of human remains in the chambers of curiosities and the first natural history museums to the successful consolidation of this kind of exhibits in the anatomical cabinets and museums (both academic and commercial) during the last third of the 18th century and the entire 19th century. Special attention is paid to the activity carried out by Dr. González Velasco, both in its own museums and in the Faculty of Medicine of Madrid.
Keywords: Museums; Human remains; Anatomy; Anthropology; Dr. Velasco.
Desde el momento en que los antiguos gabinetes de arte y curiosidades comienzan a
transformarse en instituciones cercanas a verdaderos museos, algo que sucede a partir
del último tercio del siglo XVIII, quienes acuden a estos sofisticados templos laicos
lo hacen seducidos por la posibilidad de contemplar objetos extraordinarios, bellos,
la mayoría únicos. Aunque algunos de estos museos muestran llamativos especímenes
de historia natural o exóticas piezas procedentes de lejanas culturas, desde sus inicios
los más admirados son los que exhiben obras de arte, esencialmente pinturas y esculturas.
Por supuesto, en estos centros se pueden contemplar cuerpos humanos muertos, pero
son únicamente representaciones, cuerpos pintados sobre lienzos o tablas, o esculpidos
en piedra, madera o metal[1]. Pero si hay algo que escapa al sentido original y al propósito esencial de la inmensa
mayoría de los museos, sea cual fuere su orientación, es la exhibición de huesos y,
menos aún, de cuerpos humanos preservados, o de algunas de sus partes, o de sus órganos Algún gabinete renacentista o barroco exhibe huesos de grandes mamíferos (antiguos
o modernos) asumiendo su condición humana excepcional, es decir, considerándolos huesos
de gigantes humanos. Sin embargo, pienso que esta identificación con presuntos gigantes
antiguos desvincula de forma notable tales piezas de los restos auténticos de humanos
contemporáneos.
Por supuesto, se podría argumentar que existen individuos a quienes seduce la presunta
belleza de los cuerpos humanos muertos, al menos durante los momentos inmediatamente
posteriores a la defunción. No obstante, considero que esta circunstancia no anula
la validez del argumento presentado.
¿Cuándo, cómo, dónde y por qué comienzan a exhibirse cráneos, esqueletos, cuerpos
o restos humanos en museos o espacios asimilables? Su presencia es muy reducida en
las primeras Kunstkammern y Wunderkammern renacentistas, pues el propósito de estas colecciones es mostrar precisamente lo que
su nombre indica: obras de arte y maravillas, ya sean especímenes extraordinarios
procedentes del reino natural o singularísimas creaciones del arte y del ingenio humano La bibliografía sobre el coleccionismo durante el Renacimiento y el Barroco es muy
abundante. Citaré solo los trabajos de Schlosser ( Schlosser, Julius von (1988) [1923], Las cámaras artísticas y maravillosas del Renacimiento tardío. Una contribución a
la historia del coleccionismo, Madrid, Akal.
Impey, Oliver; MacGregor, Arthur (eds.) (2017) [1985], The Origin of Museums. The Cabinet of Curiosities in Sixteenth - and Seventeenth-Century
Europe, London, Ashmolean Museum.
MacGregor, Arthur (2007), Curiosity and Enlightenment: Collectors and Collections from the Sixteenth to the
Nineteenth Century, New Haven y London, Yale University Press.
En primer lugar, es necesario recordar que, a diferencia de lo que ocurre en las cámaras
renacentistas, la disposición de las reliquias cristianas no suele facilitar un acceso
visual claro y directo a las piezas. Durante la Edad Media y buena parte del Renacimiento
las reliquias se guardan en cajas y arcas, y solo algunas se muestran en momentos
y circunstancias excepcionales. Su exhibición pública y la intensificación de las
llamadas a su veneración tiene una relación directa con el combate contra la Reforma
protestante. A partir de entonces, las cámaras relicario más importantes disponen
sus reliquias en magníficos relicarios que destacan por la riqueza de sus materiales
y la relevancia artística de su factura, no por la espectacularidad ni la visibilidad
de los restos humanos que contienen Por supuesto, existen notabilísimas excepciones. No me refiero a osarios o catacumbas,
sino a casos como los de los esqueletos ricamente decorados de la basílica alemana
de Waldsassen y otros similares, que resultan ciertamente espectaculares.
Precisamente de forma coetánea al gran momento de esplendor que alcanzan las cámaras
relicario del Barroco, a partir de las décadas de 1630-1640, también en los gabinetes
de curiosidades se dejan notar ciertos cambios. A partir de entonces, algunos incluyen
entre sus llamativas piezas una de tipología muy particular, que no es exótica ni
maravillosa, pero cuya exhibición resulta habitual desde mucho tiempo atrás gracias
al citado fenómeno de las reliquias. Me refiero a la calavera, aunque parece evidente
que esta presencia debe ser interpretada como memento mori, ajena de nuevo a cualquier proyecto exhibidor de anatomías humanas Sobre el estudio, la representación gráfica y la exhibición de esqueletos humanos
entre 1500 y 1800, con una intencionalidad esencialmente anatómica, véase Guerrini
( Guerrini, Anita (2016), “Inside the Charnel House: The Display of Skeletons in Europe,
1500-1800”. En: Knoeff, R y Zwijnenberg, R. (eds.), The Fate of Anatomical Collections, Londres y Nueva York, Routledge, pp. 93-110.
Pimentel, Juan (2010), El Rinoceronte y el Megaterio. Ensayo de morfología histórica, Madrid, Abada Editores.
Sobre las cámaras de maravillas y las cámaras relicario en España continúa siendo
esencial la obra de Morán Turina y Checa Cremades ( Morán Turina, J. M.; Checa Cremades, F. (1985), El coleccionismo en España. De la cámara de maravillas a la galería de pinturas, Madrid, Cátedra.
Sánchez Almazán, Javier (2013), “De las cámaras de maravillas a los gabinetes ilustrados”.
En Historias Naturales. Un proyecto de Miguel Ángel Blanco, Madrid, Museo del Prado, pp. 21-40.
Se observa en el famoso grabado del gabinete que se incluye en el catálogo del museo
publicado en 1678 ( Sepibus, Georgius de Girgio de Sepi (1678), Romani Collegii Societatis Jesu Museum Celeberrimum […], Ámsterdam, Janssonio Waesbergiana (en línea), disponible en https://archive.org/details/gri_33125012933277/page/n6, [consultado el 9/02/2018].
Aunque no se pueden fijar nítidas fronteras temporales, mediado el siglo XVIII el abigarrado gabinete de curiosidades de época barroca se está transformado en algo distinto, aunque no único. Puede acabar asumiendo las características propias del museo de arte, del gabinete arqueológico, del museo de historia natural e incluso del museo anatómico, aunque el desarrollo de este último presenta alguna singularidad. También se comprueba cómo las iniciativas privadas son ahora sustituidas en buena medida por proyectos de instituciones públicas. Aunque gran parte de su esencia queda ya definida en las grandes colecciones reales del XVII, el museo de arte se consolida entonces como el celoso guardián de las obras más bellas y exquisitas creadas por el ser humano, por completo ajeno a la corporeidad carnal de lo humano. Los de carácter arqueológico sí pueden exhibir ciertos restos humanos singulares (momias egipcias y alguna guanche) pero, al igual que ocurría en los gabinetes previos, tampoco aquí se diseñan discursos que vinculen estas piezas con proyectos formativos relacionados con el estudio de la anatomía humana.
Si dirigimos nuestra mirada hacia los nuevos museos de historia natural, comprobamos que la presentación de lo humano, de la condición animal del hombre, es también limitada o, cuanto menos, contradictoria. Es algo que se documenta tanto en las colecciones particulares como en los primeros museos públicos europeos, incluido el Museo Británico, que a comienzos del XIX se deshace de los esqueletos y demás elementos de anatomía humana que habían formado parte de su núcleo fundador original, la colección de Hans Sloane: son enviados al Real Colegio de Cirujanos de Londres, y allí dan origen –junto con la colección anatómica adquirida a John Hunter– a su famoso Hunterian Museum ( MacGregor, Arthur (ed.) (1995), Sir Hans Sloane: Collector, Scientist, Antiquary, Founding Father of the British Museum, London, British Museum Press.MacGregor, 1995; Delbourgo, James (2017), Collecting the World. The Life and Curiosity of Hans Sloane, Londres, Allen Lane.Delbourgo, 2017). Algo similar ocurre también en España, donde las colecciones particulares más destacadas de historia natural no parecen haber cobijado elementos de anatomía humana. No los encontramos en la más importante de todas, la organizada en París por Pedro Franco Dávila (1711-1786), adquirida por el Estado español en 1771 con destino al recién creado Real Gabinete de Historia Natural ( Sánchez Almazán, Javier; Cánovas Fernández, Cristina (eds.) (2016), Una colección, un criollo erudito y un rey. Un gabinete para una monarquía ilustrada, Madrid, CSIC, Museo Nacional de Ciencias NaturalesSánchez Almazán y Cánovas Fernández, 2016). Tampoco en las del infante Luis Antonio de Borbón (1727-1785) o el cardenal Francisco de Lorenzana (1722-1804), que tras la muerte del primero acaban reunidas en una única colección ( García Martín, Francisco (2012), El Gabinete de Historia Natural del Infante Don Luis Antonio en Boadilla del Monte, Toledo, Ledoria.García Martín, 2012; Revenga Domínguez, Paula (2014), “El coleccionismo ilustrado del cardenal Lorenzana. Entre España y México”. En: Flores, O. (coord.), El clasicismo en la época de Pedro José Márquez (1741-1820). Arqueología, filología, historia, música y teoría arquitectónica, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, pp. 205-221.Revenga Domínguez, 2014). Sí es cierto, pese a todo, que durante el último tercio del XVIII los naturalistas continúan interesados por ciertas categorías de lo humano monstruoso. El Real Gabinete de Historia Natural madrileño recibe en 1795 uno de estos “especímenes”: los cadáveres de dos siamesas muertas en la villa de Rueda al poco de nacer. Aunque se les practica la autopsia, y pese al debate de índole religiosa y moral que el caso genera, el destino de la singular pieza no parece haber sido muy diferente al de los demás ejemplos de teratología humana que guarda el centro: se preservan en alcohol y quedan fuera de la vista del público ( Ruud, Lise Camilla (2014), “‘There is not one single thing that resembles this one’. Writing human monsters in late eighteenth-century Spain”, Nordic Journal of Science and Technology Studies, 2 (1), pp. 62-69.Ruud, 2014). No obstante, se debe destacar que el museo guarda tres esqueletos humanos no patológicos, que quizás sí sean exhibidos ( Ruud, Lise Camilla (2012), Doing Museum Objects in late Eighteenth-Century Madrid, Thesis submitted for the degree of Philosophiae Doctor, Faculty of Humanities, University of Oslo.Ruud, 2012: p. 164, nota 540).
El relativo interés que muestran estos museos del XVIII por la exhibición de restos
humanos se podría explicar por el hecho evidente de que solo muy avanzado el siglo
XIX la historia natural desarrolla un nuevo paradigma morfológico que permite abordar
el debate sobre la naturaleza animal del ser humano. Sin embargo, ya durante el último
tercio del XVIII y comienzos del XIX existe un sustrato filosófico-naturalista que
podría haber facultado la proyección museográfica de la condición corpórea del ser
humano. Si esto no ocurre, o no de forma claramente reconocible ni generalizada, quizás
sea porque entran en juego otros factores. Se podría argumentar, por ejemplo, que
siendo tan rico y variado el repertorio de especímenes que ofrece la naturaleza (sobre
todo los llegados desde ultramar), la presencia de lo humano en estas colecciones
resultaría escasamente atractiva, debido a su relativa uniformidad. Una opción sugerente
podría haber sido mostrar el repertorio de “razas” humanas entonces conocido mediante
la presentación de individuos disecados. Sin embargo, ni la taxidermia es un recurso
fácil de aplicar al cuerpo humano ni la propia idea de disecar personas tuvo nunca
buena prensa entre los naturalistas Según indicaciones del taxidermista Salvador Pérez, los problemas que plantea la piel
humana para ser disecada no se deben tanto a su escaso grosor como a la ausencia de
vello abundante o de plumas, elementos que permiten manejar otras pieles tanto o más
delgadas sin demasiadas dificultades.
Aunque durante las primeras décadas del siglo XVII (y aún después) la presencia de
restos humanos en las cámaras de curiosidades es limitada y apenas explícita, por
esos mismos años se pueden contemplar ya esqueletos humanos auténticos en algunos
teatros anatómicos (salas de disección) y en los gabinetes anexos de ciertos hospitales
y escuelas de cirugía, como se observa en el conocido grabado del teatro anatómico
de la Universidad de Leiden, de 1610 Se ofrece una buena copia digital de este grabado en
Es obvio que la contemplación de los restos humanos auténticos exhibidos en todas
estas colecciones habría de generar sensaciones y reacciones contradictorias: curiosidad,
excitación, morbo, angustia, incluso goce estético. Sin embargo, dado que en la mayoría
de los casos el acceso queda restringido a especialistas y estudiantes, su proyección
pública resulta muy limitada. Pues bien, precisamente esta circunstancia se convierte
en acicate para que ciertos personajes, vinculados o no con el ámbito científico,
pongan en marcha unas creaciones que ofrecen a la vista del público aquello que le
ocultan los museos anatómicos académicos. Me refiero a los museos anatómicos comerciales
( Sappol, Michael (2004), “‘Morbid curiosity’: The Decline and Fall of the Popular Anatomical
Museum”, Common-Place, 4 (2) (en línea), disponible en
Estas prácticas incluyen la modalidad más impactante (y muchas veces, pero no siempre,
degradante) de exhibición de humanos: el despliegue de seres humanos vivos, ya sea
de forma individual o grupal, y ya se trate de “gigantes”, de “enanos”, de personas
con patologías deformantes o de gentes procedentes de culturas exóticas o pretendidamente
“salvajes” ( Sánchez Gómez, Luis Ángel (2013), “¿Human Zoos or Ethnic Shows? Essence and contingency
in Living Ethnological Exhibitions”, Culture & History Digital Journal, 2 (2) (en línea), disponible en: http://dx.doi.org/10.3989/chdj.2013.022, [consultado el 10/04/2018].
En España hay que esperar hasta la segunda mitad del XVIII para documentar gabinetes anatómicos (académicos) dignos de tal denominación. Es entonces cuando los nuevos ideales de la monarquía ilustrada renuevan e impulsan la enseñanza de la anatomía y la cirugía, gracias a la creación de una nueva institución médico-docente: los Reales Colegios de Cirugía. El primero en salir adelante es el de Cádiz, fundado en 1748 y destinado a la formación de los cirujanos de la Armada. Le sigue el de Barcelona, en 1760, para cirujanos del Ejército. El tercero y último es el Real Colegio de Cirugía de San Carlos, que se instala en Madrid en 1787, destinado ya a la formación de cirujanos civiles. Sabemos que los dos primeros disponen de gabinetes anatómicos, pero es el de San Carlos el que alcanza mayor desarrollo y prestigio gracias a la diligencia de su primer director, el catalán Antonio Gimbernat (1734-1816), pues pronto cuenta (entre otros materiales de estudio) con una relevante colección de figuras anatómicas en cera, gran parte de ellas elaboradas por el español Juan Cháez y el italiano Luigi Franceschi, bajo la dirección de Ignacio Lacaba, maestro disector del Real Colegio y, desde 1795, catedrático de anatomía del mismo ( Morente Parra, Maribel (2016), “Modelando ciencia. La ceroplástica de Ignacio Lacaba en el Colegio de Cirugía de San Carlos de Madrid”, Dynamis, 36 (1), pp. 27-45.Morente Parra, 2016).
Además de las impresionantes figuras de cera instaladas en sus inicios, a lo largo
del siglo XIX el gabinete madrileño incorpora gran número de vaciados, además de huesos,
esqueletos y preparaciones de restos humanos Muchas de estas piezas se conservan en el Museo de Anatomía “Javier Puerta”, en la
Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, en unas instalaciones
que, pese a la dedicación de su director (el profesor Fermín Viejo), distan mucho
de ser las adecuadas desde una perspectiva museográfica. El interés de los responsables
del antiguo gabinete por coleccionar (no tanto estudiar) restos humanos los induce
incluso a intentar taxidermizar el cadáver de Pedro Antonio Cano, un gigante procedente
del Virreinato de Nueva Granada que se presenta a Carlos IV en 1792 y que fallece
en Madrid en 1804. Aunque fracasan en su intento de preservar la piel, guardan las
vísceras y montan su esqueleto, que aún hoy se puede contemplar en el citado museo
de anatomía ( Sánchez Gómez, Luis Ángel 2018 “Un gigante americano en palacio (y su esqueleto en
un museo)”, Colonial Latin American Review, 26 (2), pp. 262-279.
Debo señalar que solo comentaré los contenidos del museo anatómico de la Facultad
de Medicina madrileña. Por supuesto, existen centros similares en las demás facultades
del país (y en toda Europa), que han tenido un desarrollo dispar. Además, durante
el siglo XIX algunos institutos de enseñanza media disponen de huesos humanos en sus
colecciones didácticas, aunque es mucho más habitual la presencia de modelos anatómicos
artificiales. Concluida la redacción de este artículo, he accedido a un interesante
trabajo que repasa de forma sumaria las colecciones de anatomía normal y patológica
creadas en las universidades y en algunos hospitales españoles durante el siglo XIX
y la primera mitad del XX ( Mariño, L.; Meseguer, M. A.; Baquero, M. (2018), “Papel de las colecciones de piezas
anatómicas en la enseñanza de la anatomía patológica”, Revista Española de Patología (en línea), disponible en: https://doi.org/10.1016/j.patol.2018.10.003, [consultado el 27/11/2018].
En realidad, las colecciones citadas pertenecen a dos secciones diferentes del museo,
aunque también se habla en ocasiones de varios museos anatómicos dentro de la facultad.
Las mencionadas corresponden al “Museo anatómico natural” (huesos y preparaciones
reales) y al “Museo anatómico artificial” (vaciados). Aunque no puedo establecer el
momento de su creación, al menos desde la década de 1870 existe una sección o “Museo
de instrumentos, apósitos y aparatos ortopédicos”, un “Museo iconográfico” (láminas)
y otro más vinculado al Laboratorio de Toxicología y Medicina Legal ( Castro, Francisco Javier de (1875), Catálogo de los museos y laboratorios de la Facultad de Medicina de Madrid, Madrid, Carlos Baylle Bailliere.
El de mayor altura pertenece al citado Pedro Antonio Cano. Se desconoce la procedencia
del segundo.
La Soberanía Nacional, 25 de marzo de 1865 y La Correspondencia de España, 23 de febrero de 1884.
Aunque el museo de la facultad madrileña logra salir adelante, la inestable coyuntura
sociopolítica que vive el país incide de forma muy negativa en el progreso de la medicina
y la anatomía durante la primera mitad del siglo XIX. Obviamente, no es un ambiente
propicio para la formación de colecciones anatómicas privadas. De hecho, solo puedo
citar una anterior a los años 50: el “Museo del doctor Soler”, instalado en Barcelona
entre mediados de la década de 1820 y finales de la de 1840 por José Soler, catedrático
del Real Colegio de Medicina y Cirugía de Barcelona. Aunque sabemos poco de sus contenidos,
Madoz ( Madoz, Pascual (1846), Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar.
Tomo III, Madrid, Establecimiento literario-tipográfico de P. Madoz y L Sagasti.1846, pp. 515-516) anota en su diccionario geográfico que guarda “muchas figuras hechas de cera por
el célebre Chiapi”, “colecciones de fetos de todas edades en espíritu de vino” y muy
variadas curiosidades El escultor citado es el italiano Giuseppe Chiappi, que durante la década de 1820
exhibe de forma itinerante por España una colección propia de ceras anatómicas, algunas
de las cuales guarda hoy el Museu d’Història de la Medicina de Catalunya. Agradezco
a Alfons Zarzoso, su conservador, la información proporcionada sobre este y otros
temas de historia de la medicina.
Si apenas existen colecciones privadas durante la primera mitad del XIX, no ha de
extrañar que tampoco abunden los museos anatómicos comerciales. Se ha documentado
algún gabinete de cera barcelonés que exhibe piezas anatómicas en la década de 1840,
aunque parece que no cuenta con preparaciones ( Pardo Tomás, José y Zarzoso Orellana, Alfons (2017), “En la Facultad y en la Feria:
hacia una geografía urbana de los museos anatómicos en Barcelona”. En: Girón, A.;
Hochadel, O. y Vallejo, G. (eds.), Saberes transatlánticos. Barcelona y Buenos Aires: conexiones, confluencias, comparaciones
(1850-1940), Aranjuez, Doce Calles, pp. 189-214.Pardo Tomás y Zarzoso Orellana, 2017). Estos centros, siempre de carácter itinerante, son algo más frecuentes durante
la segunda mitad de la centuria, aunque los que he podido localizar parecen de origen
foráneo: Museo Anatómico de Teodoro Petersen (1858), Museo Antropológico, Anatómico
y Etnológico de M. A. Neger (1868), Museo Harkopff (1874), Museo Anatómico y Etnológico
de Enrique Dessort (1878), Museo Anatómico de O. Thiele (1885) y Museo Anatómico y
Antropológico de W. Dicman-Pezon (1886) El año mencionado se refiere al de edición del catálogo del que tomo el nombre. Pardo Tomás y Zarzoso Orellana ( Pardo Tomás, José y Zarzoso Orellana, Alfons (2017), “En la Facultad y en la Feria:
hacia una geografía urbana de los museos anatómicos en Barcelona”. En: Girón, A.;
Hochadel, O. y Vallejo, G. (eds.), Saberes transatlánticos. Barcelona y Buenos Aires: conexiones, confluencias, comparaciones
(1850-1940), Aranjuez, Doce Calles, pp. 189-214.
Zarzoso, Alfons; Pardo-Tomás, José (2016), “Fall and Rise of the Roca Museum: Owners,
Meanings and Audiences of an Anatomical Collection from Barcelona to Antwerp, 1922–2012”.
En: Knoeff, R. y Zwijnenberg, R. (eds.), The Fate of Anatomical Collections, London and New York, Routledge, pp. 161-176.
Sobre el Museo Darder y la biografía de su creador son muy recomendables sendas entradas
incluidas en el blog Taxidermidades, de Salvador Pérez (
Hochadel, Oliver; Valls, Laura (2017), “De Barcelona a Banyoles: Francesc Darder,
la història natural aplicada i la Festa del Peix”. En: Gómez, Crisanto; Massip, Josep
M. y Figueras, Lluís (eds.), Dels museus de ciències del segle XIX al concepte museístic del segle XXI: Cent anys
del Museu Darder de Banyoles, Banyoles, CECB, pp. 223-41.
Más allá de los casos citados, debo insistir en que el ambiente que se respira en la España de mediados del XIX no resulta propicio para la formación de museos anatómicos, menos aún si sus pretensiones son más académicas que comerciales. En una situación así, tiene especial mérito la puesta en marcha de un atrevido proyecto museístico privado que culmina casi un cuarto de siglo más tarde, en 1875. Me refiero a la inauguración, en 1854, del primer Museo Anatómico (esta es su denominación) del doctor Pedro González Velasco.
A semejanza de otros cirujanos coleccionistas europeos, Velasco instala el museo en
su domicilio particular, en el número 135 (hoy 107) de la calle de Atocha, justo enfrente
de la Facultad de Medicina madrileña ( Sánchez Gómez, Luis Ángel (2015), “Una momia en el salón. Los museos anatómicos domésticos del doctor Velasco (1854-1874)”, Asclepio, 67 (2) (en línea), disponible en:
Por supuesto, los principales usuarios del museo son los alumnos, pero también tienen
acceso los pacientes que visitan su consulta, personajes públicos relevantes y seguramente
ciudadanos que cuentan con permiso del doctor, aunque no parece que exista un horario
de acceso predeterminado. En muy pocos años, la singularidad del museo y las notas
que ofrece ocasionalmente la prensa madrileña lo hacen relativamente conocido entre
la ciudadanía. Al mismo tiempo, su apertura es un acicate para la puesta en marcha
de otros centros de orientación similar en la ciudad de Madrid. Es el caso del Museo
Sifilográfico (sobre los estragos causados por la sífilis) que el médico José Díaz
Benito (amigo y antiguo socio empresarial de Velasco) instala en su domicilio, en
1860. Poco antes el mismo Díaz Benito había puesto en marcha el Museo Anatómico del
Hospital Militar, aunque será Cesáreo Fernández de Losada quien durante las décadas
de 1870 y 1880 lo dinamice, organizando una importante colección de reproducciones
anatómicas y piezas reales preservadas que, lamentablemente, desaparece en el incendio
que destruye el edificio en 1889 ( Azcárate Luxán, Isabel (2006), “Colecciones de Sanidad Militar”, Revista de Museología, 37, pp. 201-208.Azcárate Luxán, 2006) Además, en 1882 se inaugura, en el antiguo Hospital de San Juan de Dios, el notable
Museo Anatomo-Patológico de José Eugenio Olavide, conservado en su mayor parte hasta
el día de hoy y que, pese a su denominación genérica original, estaba especializado
en la presentación de enfermedades de la piel mediante impactantes ceroplastias ( Conde-Salazar, Luis (ed.) (2006), Piel de cera. Olavide, San Juan de Dios y el Museo, Madrid, Luzán.
Mientras tanto, como el afán coleccionista de Velasco no cesa y su muy saneada economía
se lo permite, la angustiosa necesidad de espacio le fuerza a construir una nueva
residencia en la misma calle de Atocha (en el número 90, hoy el 92) y a instalar allí,
a finales de 1864, su nuevo Museo Anatómico-Patológico ( Sánchez Gómez, Luis Ángel (2015), “Una momia en el salón. Los museos anatómicos domésticos del doctor Velasco (1854-1874)”, Asclepio, 67 (2) (en línea), disponible en:
La Soberanía Nacional, 15 de mayo de 1865 y El Anfiteatro Anatómico Español, 15 de julio de 1874.
El empeño coleccionista de Velasco acaba convirtiéndose en una verdadera obsesión,
que casi le arruina. Pero de no haber sido por ese peculiar carácter (y por sus dineros)
nunca hubiera levantado su postrera y más grandiosa creación: el extraordinario Museo
Antropológico, que inaugura el rey Alfonso XII en abril de 1875. Para este tercer
y último proyecto museístico su creador articula un modelo diferente al de los dos
anteriores: ya no despliega sus colecciones en una sala de su domicilio particular,
ahora es su propia casa la que se instala como anexo de un gran museo. El llamativo
edificio de fachada neoclásica, que aún podemos contemplar como sede del Museo Nacional
de Antropología en Madrid, es seguramente el de mayor empaque levantado por un particular
para albergar un museo de anatomía en la Europa del siglo XIX. Su interior, transformado
y menguado tras la reforma realizada en la década de 1940, en tiempos de Velasco habría
de impactar por la amplitud y el apabullante despliegue de armarios que entonces recorre
los muros del salón principal y la galería superior que lo circunda, características
que se repiten en el denominado salón pequeño, aunque a menor escala ( Sánchez Gómez, Luis Ángel (2014), “El Museo Antropológico del doctor Velasco (anatomía
de una obsesión)”, Anales del Museo Nacional de Antropología, XVI, pp. 265-297 (en línea), disponible en:
Por lo que se refiere a las colecciones, es cierto que existen notables desajustes entre las distintas secciones; de hecho, algunas nunca llegan a ser adecuadamente estructuradas y otras, que teóricamente lo están, resultan fallidas. Hay piezas que remiten a un coleccionismo de lo absurdo. Su discípulo y principal biógrafo no tiene reparo en reconocer que “un espíritu delicado o exigente hubiera eliminado numerosos ejemplares como frivolidades impropias de figurar en un Museo serio” ( Pulido Fernández, Ángel (1894), El Dr. Velasco, Madrid, Establecimiento tipográfico de E. Teodoro.Pulido, 1894, p. 92). También admite que, comparadas con las nuevas “reproducciones plásticas”, las piezas elaboradas en escayola por Velasco resultan “barrocas, pesadas, y atestiguan un periodo primitivo de semejante industria”, y que, gracias al formol, las preparaciones húmedas se conservan mejor y resultan mucho más vistosas e instructivas que en tiempos de su maestro. Pero, dicho esto, no podemos olvidar que el gran salón principal (y su galería) es precisamente el espacio mejor estructurado del centro, pues ofrece muy interesantes y organizados materiales sobre la anatomía humana y sus principales patologías. De hecho, el mismo Pulido destaca la relevancia de la sección de músculos y vasos sanguíneos, las colecciones osteológicas, craneológicas, embriológicas y teratológicas que, según nos dice, superan a la mayoría de las conservadas en instituciones europeas contemporáneas. Además, y quizás con el objetivo de que en el futuro su creación se convirtiera en un verdadero museo antropológico (pues, pese a su denominación formal, continúa siendo un museo de anatomía), Velasco reúne también interesantes materiales etnográficos de España y de muy diversa procedencia que, lamentablemente, guarda sin orden alguno en dos pequeñas salas no accesibles a los visitantes.
Mientras se mantiene abierto en su formato original, hasta la muerte de su fundador,
me atrevo a decir que el Museo Antropológico exhibe el más extenso y variado repertorio
de restos humanos preservados que se haya mostrado nunca de forma pública en España.
No puedo confirmar en qué medida contribuye a popularizar el conocimiento de la anatomía
humana y sus patologías, pero por las referencias de prensa documentadas da la impresión
de que al menos una parte de los visitantes valora el interés científico y más aún
personal (relacionado con su propia salud) de lo que allí se contempla, aunque seguro
que otros muchos salen del museo gozosamente horrorizados. Y sí, la morbosa atracción
que ejerce está justificada, pues el museo no solo exhibe cráneos (dispone de casi
medio millar, incluido el de algún criminal), esqueletos completos, fetos auténticos
normales y teratológicos, órganos internos y porciones de cuerpos preservadas, algunas
con horrendas patologías; también despliega un par de momias (la niña recibida 1873
y otra más de origen andino), una tsantsa, siete cabezas momificadas de presunto origen egipcio, el maniquí de “un árabe”, modelos
(no piezas reales) de cabezas de “las principales razas humanas” e incluso una colección
de “pieles curtidas” con tatuajes, que por esas fechas, y durante tiempo después,
interesan sobremanera a los antropólogos y luego a los criminólogos que estudian el
mundo del hampa y la criminalidad Los términos entrecomillados se toman del inventario realizado en 1887 de forma previa
a la adquisición del museo del doctor Velasco por el Estado. Se conserva en el archivo
del actual Museo Nacional de Antropología (sign. 52/1887/5).
Sobre el dramático caso de Luengo, enfermo de gigantismo y acromegalia que llegó a
medir 2,30 m., puede consultarse Sánchez Gómez ( Sánchez Gómez, Luis Ángel (2017a), “Anatomías míticas: el caso de Agustín Luengo Capilla,
‘El Gigante Extremeño’”, Revista Historia Autónoma, 10, pp. 87-104 (en línea), disponible en: https://doi.org/10.15366/rha2017.10.005, [consultado el 18/05/2018].
Ya he anotado que disecar y exponer cuerpos humanos no ha sido nunca una práctica
habitual, pero tampoco se puede considerar algo absolutamente extraordinario Sobre las circunstancias que han limitado la taxidermia de humanos y para conocer
algunos de los ejemplos más destacados, al margen de los que aquí se citan, véase
Morris ( Morris, Pat (2014), “Stuffed Humans”. En: Ebenstein, J. y Dickley, C. The Morbid Anatomy Anthology, Brooklyn, Nueva York, Morbid Anatomy Press, pp. 158-178.
Además del caso siguiente que refiero, debo anotar que en el propio domicilio de Velasco
y su esposa, en el espacio que hoy ocupa la biblioteca del Museo Nacional de Antropología,
el doctor guarda durante varios años el cuerpo momificado de su hija Conchita, fallecida
en 1864. No obstante, nunca estuvo a la vista del público. Sobre la realidad y la
leyenda de la hija del doctor Velasco, véase Sánchez Gómez ( Sánchez Gómez, Luis Ángel (2017b), La niña. Tragedia y leyenda de la hija del doctor Velasco, Sevilla, Renacimiento.
En efecto, el 26 de abril de 1879 el diario La Iberia informa de una nueva y singular pieza que se puede contemplar en el museo: “la Venus,
una hotentota joven”. Aunque no existe ninguna documentación al respecto, Pulido Fernández
(1894, p. 87) nos ofrece una interesante imagen del salón grande en la que se observa
una figura femenina que con total seguridad se corresponde con este personaje. A pesar
de la muy escasa calidad de la reproducción, podemos comprobar que no es una copia
de la famosa “Venus hotentote”, la joven khoikhoi (Saartjie Baartman) que es exhibida
en Europa a comienzos del siglo XIX, muere poco después, es diseccionada y disecada
por Cuvier, nuevamente exhibida (genitales, cerebro, esqueleto y moulage) en el Museo del Hombre parisino hasta 1974 y finalmente retornados sus restos a
la República de Sudáfrica en 2002 ( Blanckaert Claude, (2013), La Vénus hottentote. Entre Barnum et Muséum, París, Muséum National d’Histoire Naturelle.Blanckaert, 2013). Y no parece una copia porque, entre otras diferencias menos evidentes, el vaciado
que realiza Cuvier tiene los brazos bajados, mientras que la figura de Velasco muestra
el izquierdo erguido y sujeta un bastón. ¿Se trata de un simple modelo en yeso, o
cartón piedra, o es una mujer khoikhoi real, disecada? Esta figura ya no se conserva; tampoco la del “negro” que se menciona a continuación.
El museo guarda sendas figuras en yeso de una mujer y un varón khoikhois, y al menos
una más de otro varón africano, pero fueron adquiridas mucho más tarde, durante la
primera década del siglo XX.
Museo Antropológico del Doctor Don Pedro González Velasco. Inventario, folio 3 (manuscrito). Archivo del Museo Nacional de Antropología, sig. 52/1887/5.
Velasco muere en octubre de 1882. Aunque durante varias décadas su gran creación continúa
siendo conocida como “el Museo del doctor Velasco” y pese a que es adquirido por el
Estado en 1888, nadie se plantea su continuidad. Tras intensas discusiones se adueñan
del edificio, y de las piezas que les interesan, la Facultad de Ciencias (asociada
al Museo de Ciencias Naturales) y la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid.
Las colecciones sobrantes se reparten entre varias instituciones universitarias y
museísticas del país. A finales de 1895 la esencia del museo original ha sido por
completo aniquilada. Allí se instala ese mismo año la Sección de Antropología del
Museo de Ciencias Naturales, que dirigía desde 1883 Manuel Antón y Ferrándiz. En 1910
la sección se independiza para dar origen al Museo de Antropología, Etnografía y Prehistoria,
vinculado a la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Antón
se convierte en su primer director. A partir de este momento, se intensifica el proceso
de cambio que había arrancado en 1895 y que transforma por completo el modelo de proyección
museográfica de lo humano, que pasa del ámbito de la medicina y la anatomía al de
las ciencias naturales, más en concreto al de la antropología física. Los moldes y
las preparaciones anatómicas desaparecen. Se mantiene la inmensa mayoría de los cráneos
y esqueletos, pero ya no preocupan las anatomías normales ni las patológicas, tampoco
las monstruosidades humanas. Ahora se impone la moderna antropología física, que acaba
de acceder a las cátedras universitarias y que se interesa por la morfología del hombre
moderno, por la de nuestros antepasados más remotos, por la del individuo vinculado
con la criminalidad y, por supuesto, por la “diversidad racial”. Asumiendo la triple
orientación académica de su denominación, el nuevo museo recibe algunos cráneos y
otros restos óseos procedentes de excavaciones arqueológicas, aunque los restos humanos
más relevantes que allí asientan sus lares llevaban tiempo en España. Me refiero a
las momias de Chiu Chiu (hoy en Chile) traídas por la Expedición del Pacífico de 1862-1866
y a la famosa momia guanche ingresada en el antiguo Real Gabinete de Historia Natural
en 1776 Todas estas piezas se guardaban en el Museo de Ciencias Naturales. Sobre la enrevesada
historia de las momias andinas, véase el artículo de Ortiz García en este mismo volumen.
La momia guanche se traslada al Museo Arqueológico Nacional a finales de 2015.
Vamos llegando al final. Pero, antes de terminar, aún debo hacer referencia a un último
caso de antropotaxidermia que a punto estuvo de sumarse a las colecciones del Museo
Antropológico. Es un asunto muy singular, que se gesta en la primera mitad del siglo
XIX, se proyecta en un inicial contexto museográfico en la década de 1880, se exhibe
al público durante casi un siglo y acaba estallando en los medios de comunicación
a comienzos de la década de 1990. Me refiero, obviamente, al “Negro de Banyoles” Se ofrece un buen resumen sobre el “Negro de Banyoles” en la entrada correspondiente
del citado blog de Salvador Pérez. Para un interesante estudio académico, véase Fock
( Fock, Stefanie (2009), “‘Un individu de raça negroide’. El Negro und die Wunderkammern
des Rassismus”. En: Hund, Wulf D. (ed.), Entfremdete Körper. Rassismus als Leichenschädung, Biellefeld, Transcript, pp. 165-204.
El cadáver del infortunado miembro de la etnia san (bosquimano) había sido expoliado
de su sepultura en tierras sudafricanas por los hermanos Verreaux (Jules-Pierre, Jean-Baptiste
y Joseph-Alexis) en 1830. Los personajes en cuestión eran taxidermistas y comerciantes
de piezas de historia natural radicados en París, donde llevan la figura disecada
y la exhiben con el objeto de venderla, sin conseguirlo. Medio siglo más tarde, en
1883, los tres hermanos ya han fallecido, aunque el negocio de taxidermia sigue adelante
en manos de un descendiente: V. E. Verreaux. Ese mismo año, Manuel Antón Ferrándiz
pasa una temporada en París, en el Museo de Historia Natural. En la capital francesa
entra en contacto con el citado personaje y sin duda contempla el varón san disecado.
En su charla con el taxidermista quizás hace alguna observación sobre la pieza. Muy
probablemente el asunto no pasa de un amable intercambio de palabras, pero Verreaux
atisba un negocio prometedor, la oportunidad de deshacerse a buen precio del “bechuana”,
como lo denomina. De regreso en Madrid, Antón recibe una curiosa carta del francés Se conserva en el archivo del Museo Nacional de Antropología, con la signatura 57/1883/2.
Sin embargo, solo cuatro años más tarde, en 1887, el “bechuana” reaparece en una exposición
comercial organizada en Barcelona por el taxidermista catalán Francesc Darder, su
nuevo dueño, quien como vimos abre al año siguiente su museo de historia natural.
También Darder quiere hacer negocio con el africano, pero ya sea por lo desorbitado
del precio (7.500 pesetas) o por su singular tipología, nadie lo adquiere El precio triplica el de un elefante disecado que también tiene a la venta Darder
(
El objetivo del artículo ha sido reflexionar sobre un hecho que en principio podría considerarse singular y un tanto macabro: la exhibición en contextos museológicos de huesos y restos humanos preservados. Se ha presentado un marco de referencia genérico al que ha seguido el comentario de ciertos casos documentados en museos españoles. Hemos comprobado que su presencia es muy limitada en las cámaras renacentistas y en los gabinetes barrocos. También constatamos que, ya durante la segunda mitad del XVIII y comienzos del XIX, los primeros museos de historia natural no asumen de forma decidida la exhibición del ser humano como ente físico, ni en su esencia corpórea singularizada ni desde la perspectiva de su diversidad “racial”. En esta coyuntura, los gabinetes anatómicos afrontan esa tarea de manera entusiasta, aunque lo hacen, obviamente, desde una perspectiva médica, no naturalista. Durante la mayor parte del XIX la obsesión por coleccionar y mostrar elementos anatómicos no se detiene, justificándose incluso la preservación y exhibición de cuerpos completos, taxidermizados, sobre todo de individuos de origen nacional con anatomías singulares, pero también de algún personaje exótico o pretendidamente “salvaje”. Luego, desde finales de siglo, los museos anatómicos pierden relevancia, más aún en España. Por esas fechas, los nuevos museos antropológicos se adueñan de la exhibición de cuerpos humanos, aunque optan de forma mayoritaria por mostrar la diversidad étnica mediante figuras y grupos escultóricos, no a través de cuerpos preservados, si bien es cierto que muchos conservan y hasta acrecientan sus colecciones de cráneos. Algunos mantienen en sus vitrinas restos humanos o cuerpos taxidermizados que, ya en el siglo XXI, acaban siendo devueltos a sus lugares de origen. Lamentablemente, tras los fastos y la pose fotográfica de las autoridades, el asunto y las mismas sepulturas donde fueron depositados los restos terminan en el olvido. Actualmente, los protocolos de actuación con restos humanos limitan de forma notable su conservación y exhibición pública, al tiempo que recomiendan su restitución en determinados casos y circunstancias. Sin embargo, todo ello no ha sido obstáculo para que se desarrollen nuevas formas de exhibición de lo humano, entre las que sin duda destaca el proyecto Bodyworlds, del alemán Gunther von Hagens, que transmuta y transporta el modelo de museo anatómico decimonónico a una inquietante y controvertida dimensión.
Trabajo realizado en el proyecto de investigación: “El coleccionismo científico y las representaciones museográficas de la Naturaleza y de la Humanidad”, financiado por la Agencia Estatal de Investigación del Gobierno de España y el Fondo Europeo de Desarrollo regional (HAR2016-75331-P.AEI/FEDER, UE). Agradezco a Carmen Ortiz García sus observaciones sobre el original de este artículo y a los dos evaluadores anónimos su detallada lectura crítica, que ha permitido mejorar, en la medida de lo posible, la versión final del texto.
[1] |
La atracción que ejerce la representación de cuerpos humanos muertos, tanto en contextos artísticos como vinculados con los estudios anatómicos, se comprueba en el catálogo de la magnífica exposición La invención del cuerpo, presentada recientemente en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y el Museo San Telmo de San Sebastián ( Bolaños, María (comis.) (2018), La invención del cuerpo. Desnudos, anatomía, pasiones, Madrid, Ministerio de Cultura y Deporte, Secretaría General Técnica.Bolaños, 2018). Insisto, no obstante, en que los materiales mostrados son representaciones pictóricas o escultóricas, no huesos o restos humanos auténticos preservados. |
[2] |
Algún gabinete renacentista o barroco exhibe huesos de grandes mamíferos (antiguos o modernos) asumiendo su condición humana excepcional, es decir, considerándolos huesos de gigantes humanos. Sin embargo, pienso que esta identificación con presuntos gigantes antiguos desvincula de forma notable tales piezas de los restos auténticos de humanos contemporáneos. |
[3] |
Por supuesto, se podría argumentar que existen individuos a quienes seduce la presunta belleza de los cuerpos humanos muertos, al menos durante los momentos inmediatamente posteriores a la defunción. No obstante, considero que esta circunstancia no anula la validez del argumento presentado. |
[4] |
La bibliografía sobre el coleccionismo durante el Renacimiento y el Barroco es muy abundante. Citaré solo los trabajos de Schlosser ( Schlosser, Julius von (1988) [1923], Las cámaras artísticas y maravillosas del Renacimiento tardío. Una contribución a la historia del coleccionismo, Madrid, Akal.1988), Impey y MacGregor ( Impey, Oliver; MacGregor, Arthur (eds.) (2017) [1985], The Origin of Museums. The Cabinet of Curiosities in Sixteenth - and Seventeenth-Century Europe, London, Ashmolean Museum.2017) y MacGregor ( MacGregor, Arthur (2007), Curiosity and Enlightenment: Collectors and Collections from the Sixteenth to the Nineteenth Century, New Haven y London, Yale University Press.2007). |
[5] |
Por supuesto, existen notabilísimas excepciones. No me refiero a osarios o catacumbas, sino a casos como los de los esqueletos ricamente decorados de la basílica alemana de Waldsassen y otros similares, que resultan ciertamente espectaculares. |
[6] |
Sobre el estudio, la representación gráfica y la exhibición de esqueletos humanos entre 1500 y 1800, con una intencionalidad esencialmente anatómica, véase Guerrini ( Guerrini, Anita (2016), “Inside the Charnel House: The Display of Skeletons in Europe, 1500-1800”. En: Knoeff, R y Zwijnenberg, R. (eds.), The Fate of Anatomical Collections, Londres y Nueva York, Routledge, pp. 93-110.2016). También son interesantes las páginas que dedica Pimentel ( Pimentel, Juan (2010), El Rinoceronte y el Megaterio. Ensayo de morfología histórica, Madrid, Abada Editores.2010, pp. 158-169) a las representaciones de huesos y esqueletos humanos (y animales), que trae a colación al comentar los grabados del famoso megaterio que estudia en su libro. |
[7] |
Sobre las cámaras de maravillas y las cámaras relicario en España continúa siendo esencial la obra de Morán Turina y Checa Cremades ( Morán Turina, J. M.; Checa Cremades, F. (1985), El coleccionismo en España. De la cámara de maravillas a la galería de pinturas, Madrid, Cátedra.1985). También es útil la más reciente síntesis de Sánchez Almazán ( Sánchez Almazán, Javier (2013), “De las cámaras de maravillas a los gabinetes ilustrados”. En Historias Naturales. Un proyecto de Miguel Ángel Blanco, Madrid, Museo del Prado, pp. 21-40.2013). |
[8] |
Se observa en el famoso grabado del gabinete que se incluye en el catálogo del museo
publicado en 1678 ( Sepibus, Georgius de Girgio de Sepi (1678), Romani Collegii Societatis Jesu Museum Celeberrimum […], Ámsterdam, Janssonio Waesbergiana (en línea), disponible en
|
[9] |
Según indicaciones del taxidermista Salvador Pérez, los problemas que plantea la piel humana para ser disecada no se deben tanto a su escaso grosor como a la ausencia de vello abundante o de plumas, elementos que permiten manejar otras pieles tanto o más delgadas sin demasiadas dificultades. |
[10] |
Se ofrece una buena copia digital de este grabado en https://en.wikipedia.org/wiki/Leiden_anatomical_theatre. |
[11] |
Estas prácticas incluyen la modalidad más impactante (y muchas veces, pero no siempre,
degradante) de exhibición de humanos: el despliegue de seres humanos vivos, ya sea
de forma individual o grupal, y ya se trate de “gigantes”, de “enanos”, de personas
con patologías deformantes o de gentes procedentes de culturas exóticas o pretendidamente
“salvajes” ( Sánchez Gómez, Luis Ángel (2013), “¿Human Zoos or Ethnic Shows? Essence and contingency
in Living Ethnological Exhibitions”, Culture & History Digital Journal, 2 (2) (en línea), disponible en:
|
[12] |
Muchas de estas piezas se conservan en el Museo de Anatomía “Javier Puerta”, en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, en unas instalaciones que, pese a la dedicación de su director (el profesor Fermín Viejo), distan mucho de ser las adecuadas desde una perspectiva museográfica. El interés de los responsables del antiguo gabinete por coleccionar (no tanto estudiar) restos humanos los induce incluso a intentar taxidermizar el cadáver de Pedro Antonio Cano, un gigante procedente del Virreinato de Nueva Granada que se presenta a Carlos IV en 1792 y que fallece en Madrid en 1804. Aunque fracasan en su intento de preservar la piel, guardan las vísceras y montan su esqueleto, que aún hoy se puede contemplar en el citado museo de anatomía ( Sánchez Gómez, Luis Ángel 2018 “Un gigante americano en palacio (y su esqueleto en un museo)”, Colonial Latin American Review, 26 (2), pp. 262-279.Sánchez Gómez, 2018). |
[13] |
Debo señalar que solo comentaré los contenidos del museo anatómico de la Facultad
de Medicina madrileña. Por supuesto, existen centros similares en las demás facultades
del país (y en toda Europa), que han tenido un desarrollo dispar. Además, durante
el siglo XIX algunos institutos de enseñanza media disponen de huesos humanos en sus
colecciones didácticas, aunque es mucho más habitual la presencia de modelos anatómicos
artificiales. Concluida la redacción de este artículo, he accedido a un interesante
trabajo que repasa de forma sumaria las colecciones de anatomía normal y patológica
creadas en las universidades y en algunos hospitales españoles durante el siglo XIX
y la primera mitad del XX ( Mariño, L.; Meseguer, M. A.; Baquero, M. (2018), “Papel de las colecciones de piezas
anatómicas en la enseñanza de la anatomía patológica”, Revista Española de Patología (en línea), disponible en:
|
[14] |
En realidad, las colecciones citadas pertenecen a dos secciones diferentes del museo, aunque también se habla en ocasiones de varios museos anatómicos dentro de la facultad. Las mencionadas corresponden al “Museo anatómico natural” (huesos y preparaciones reales) y al “Museo anatómico artificial” (vaciados). Aunque no puedo establecer el momento de su creación, al menos desde la década de 1870 existe una sección o “Museo de instrumentos, apósitos y aparatos ortopédicos”, un “Museo iconográfico” (láminas) y otro más vinculado al Laboratorio de Toxicología y Medicina Legal ( Castro, Francisco Javier de (1875), Catálogo de los museos y laboratorios de la Facultad de Medicina de Madrid, Madrid, Carlos Baylle Bailliere.Castro, 1875). |
[15] |
El de mayor altura pertenece al citado Pedro Antonio Cano. Se desconoce la procedencia del segundo. |
[16] |
La Soberanía Nacional, 25 de marzo de 1865 y La Correspondencia de España, 23 de febrero de 1884. |
[17] |
El escultor citado es el italiano Giuseppe Chiappi, que durante la década de 1820 exhibe de forma itinerante por España una colección propia de ceras anatómicas, algunas de las cuales guarda hoy el Museu d’Història de la Medicina de Catalunya. Agradezco a Alfons Zarzoso, su conservador, la información proporcionada sobre este y otros temas de historia de la medicina. |
[18] |
El año mencionado se refiere al de edición del catálogo del que tomo el nombre. |
[19] |
Pardo Tomás y Zarzoso Orellana ( Pardo Tomás, José y Zarzoso Orellana, Alfons (2017), “En la Facultad y en la Feria: hacia una geografía urbana de los museos anatómicos en Barcelona”. En: Girón, A.; Hochadel, O. y Vallejo, G. (eds.), Saberes transatlánticos. Barcelona y Buenos Aires: conexiones, confluencias, comparaciones (1850-1940), Aranjuez, Doce Calles, pp. 189-214.2017) repasan la “geografía urbana” de los museos anatómicos de Barcelona desde finales del siglo XVIII hasta la década de 1930. Ambos autores dedican otro trabajo a la azarosa historia de uno de los últimos museos anatómicos comerciales de la ciudad, el Museo Roca ( Zarzoso, Alfons; Pardo-Tomás, José (2016), “Fall and Rise of the Roca Museum: Owners, Meanings and Audiences of an Anatomical Collection from Barcelona to Antwerp, 1922–2012”. En: Knoeff, R. y Zwijnenberg, R. (eds.), The Fate of Anatomical Collections, London and New York, Routledge, pp. 161-176.Zarzoso y Pardo-Tomás, 2016). |
[20] |
Sobre el Museo Darder y la biografía de su creador son muy recomendables sendas entradas incluidas en el blog Taxidermidades, de Salvador Pérez (https://www.taxidermidades.com/). Véase también Hochadel y Valls ( Hochadel, Oliver; Valls, Laura (2017), “De Barcelona a Banyoles: Francesc Darder, la història natural aplicada i la Festa del Peix”. En: Gómez, Crisanto; Massip, Josep M. y Figueras, Lluís (eds.), Dels museus de ciències del segle XIX al concepte museístic del segle XXI: Cent anys del Museu Darder de Banyoles, Banyoles, CECB, pp. 223-41.2017). |
[21] |
Además, en 1882 se inaugura, en el antiguo Hospital de San Juan de Dios, el notable Museo Anatomo-Patológico de José Eugenio Olavide, conservado en su mayor parte hasta el día de hoy y que, pese a su denominación genérica original, estaba especializado en la presentación de enfermedades de la piel mediante impactantes ceroplastias ( Conde-Salazar, Luis (ed.) (2006), Piel de cera. Olavide, San Juan de Dios y el Museo, Madrid, Luzán.Conde-Salazar, 2006). Parece que no disponía de preparaciones (restos humanos) auténticas; en todo caso, hoy no existen. |
[22] |
La Soberanía Nacional, 15 de mayo de 1865 y El Anfiteatro Anatómico Español, 15 de julio de 1874. |
[23] |
Los términos entrecomillados se toman del inventario realizado en 1887 de forma previa a la adquisición del museo del doctor Velasco por el Estado. Se conserva en el archivo del actual Museo Nacional de Antropología (sign. 52/1887/5). |
[24] |
Sobre el dramático caso de Luengo, enfermo de gigantismo y acromegalia que llegó a
medir 2,30 m., puede consultarse Sánchez Gómez ( Sánchez Gómez, Luis Ángel (2017a), “Anatomías míticas: el caso de Agustín Luengo Capilla,
‘El Gigante Extremeño’”, Revista Historia Autónoma, 10, pp. 87-104 (en línea), disponible en:
|
[25] |
Sobre las circunstancias que han limitado la taxidermia de humanos y para conocer algunos de los ejemplos más destacados, al margen de los que aquí se citan, véase Morris ( Morris, Pat (2014), “Stuffed Humans”. En: Ebenstein, J. y Dickley, C. The Morbid Anatomy Anthology, Brooklyn, Nueva York, Morbid Anatomy Press, pp. 158-178.2014). |
[26] |
Además del caso siguiente que refiero, debo anotar que en el propio domicilio de Velasco y su esposa, en el espacio que hoy ocupa la biblioteca del Museo Nacional de Antropología, el doctor guarda durante varios años el cuerpo momificado de su hija Conchita, fallecida en 1864. No obstante, nunca estuvo a la vista del público. Sobre la realidad y la leyenda de la hija del doctor Velasco, véase Sánchez Gómez ( Sánchez Gómez, Luis Ángel (2017b), La niña. Tragedia y leyenda de la hija del doctor Velasco, Sevilla, Renacimiento.2017b). |
[27] |
Esta figura ya no se conserva; tampoco la del “negro” que se menciona a continuación. El museo guarda sendas figuras en yeso de una mujer y un varón khoikhois, y al menos una más de otro varón africano, pero fueron adquiridas mucho más tarde, durante la primera década del siglo XX. |
[28] |
Museo Antropológico del Doctor Don Pedro González Velasco. Inventario, folio 3 (manuscrito). Archivo del Museo Nacional de Antropología, sig. 52/1887/5. |
[29] |
Todas estas piezas se guardaban en el Museo de Ciencias Naturales. Sobre la enrevesada historia de las momias andinas, véase el artículo de Ortiz García en este mismo volumen. La momia guanche se traslada al Museo Arqueológico Nacional a finales de 2015. |
[30] |
Se ofrece un buen resumen sobre el “Negro de Banyoles” en la entrada correspondiente del citado blog de Salvador Pérez. Para un interesante estudio académico, véase Fock ( Fock, Stefanie (2009), “‘Un individu de raça negroide’. El Negro und die Wunderkammern des Rassismus”. En: Hund, Wulf D. (ed.), Entfremdete Körper. Rassismus als Leichenschädung, Biellefeld, Transcript, pp. 165-204.2009). |
[31] |
Se conserva en el archivo del Museo Nacional de Antropología, con la signatura 57/1883/2. |
[32] |
El precio triplica el de un elefante disecado que también tiene a la venta Darder (https://www.taxidermidades.com/2016/07/cronica-del-negro-de-banyoles.html). |
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