SUMARIO

  1. BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

El libro que comentamos se basa en la recopilación de fuentes primarias, aportando una compilación de textos que Andrés Bello publicó entre 1823 y 1843, coincidiendo con su estadía en Londres y Santiago. Técnicamente, esta sería la tercera publicación de estos mismos trabajos que se presenta, luego de las ediciones que hizo en vida el caraqueño, y la segunda publicación que se dio en las Obras Completas publicadas en Chile (1891-‍1893) y Venezuela (1951-‍1981). Los textos a que hace alusión este libro se denominaron en dichos compendios como “Opúsculos científicos”, para el caso chileno, y “Cosmografía” para el venezolano. Aquí, los compiladores toman la denominación chilena.

Que la casa editora se haya atrevido a publicar este libro no es casual, pues junto con rescatar la persona del primer rector de la Universidad de Chile, figura señera para la editorial y la misma universidad que auspicia la obra, el libro busca inscribirse en una actual corriente sobre publicaciones de trabajos similares donde se rescatan fuentes primarias por un lado y estudios monográficos de variados autores por el otro. Para el primer caso, tenemos el trabajo de Iwan Rhys Morus con su The Oxford illustrated history of science ( ‍Rhys Morus, Iwan (2017), The Oxford illustrated history of science, Oxford, Oxford University Press.2017) o John Wilkins ( ‍Poole, William (2017), John Wilkins (1614-‍1672): New essays, Leiden, Brill.1614-1672): New essays ( ‍Poole, William (2017), John Wilkins (1614-‍1672): New essays, Leiden, Brill.2017) compilado por William Poole. Mientras que para el segundo está A companion to the history of science ( ‍Lightman, Bernard (2016), A companion to the history of science, Chichester, Wiley-Blackwell.2016), editado por Bernard Lightman, o la reciente compilación de estudios editada por Lorraine Daston, titulada Science in the archives: pasts, presents, futures ( ‍Daston, Lorraine (2017), Science in the archives: pasts, presents, futures, Chicago, University of Chicago Press.2017). Estos libros de reciente aparición están abordando sus temáticas a partir de una corriente historiográfica llamada “Historia cultural de las ciencias”, que tiene por objetivo desplazar la clásica visión que la Historia de las ciencias se construyen en base a los descubrimientos, inventos o biografías de grandes prohombres, sino por complejos tejidos que componen procesos históricos considerando: agentes, instituciones y difusión de discursos y conocimientos ( ‍Jardine, Nicholas, Secord, James & Spary, Emma (1996), Cultures of Natural History, Cambridge, Cambridge University Press.Jardine, Secord & Spary, 1996).

Para la edición que nos ocupa, Latorre y Medel optaron por agrupar los citados opúsculos en capítulos que responden a áreas del conocimiento en lugar de una ordenación cronológica de aparición. Dicha organización representa algo más profundo: los compiladores demostraron que no necesariamente un texto publicado en un determinado año sugiere que se elaboró en un tiempo cercano, evidenciando cómo más de una vez Bello postergó documentos con la finalidad de mejorarlos, como sucedió con su traducción del poema La luz (1809) de Jacques Delille, que si bien hay antecedentes que lo tradujo en 1827, aun hacia 1850 todavía realizaba modificaciones (pp. 32-‍33).

El libro está constituido por cinco capítulos que son antecedidos por dos estudios introductorios por parte de cada uno de los compiladores. Si bien los estudios son interesantes en cuanto clarifican el objetivo de la obra y, de paso, despejan la duda de por qué una tercera publicación de los textos; al mismo tiempo, dan la sensación de ser trabajos algo incompletos y poco complementarios entre sí. Hubiese sido adecuado una sola presentación que concentrara y densificara las ideas, para seguir la máxima que, a veces, menos es más.

El primer capítulo titulado “Concepciones generales” tiene por eje tres estudios sobre la vida animal y vegetal. Mientras uno estudia la vida desde la célula a organismos complejos; se pasa a otro dedicado a la teoría de los cuerpos, como es el trabajo titulado “Historia de la doctrina de los elementos de los cuerpos”, extracto de Éléments cuyo autor es M. de Montegre y que Bello publicó en el Repertorio Americano de Londres en 1826. Claramente en este capítulo hay un interés personal por parte de Bello que se inscribe dentro de un plano mayor, como es el desarrollo del pensamiento humboldtiano del que Bello fue especial receptor, cuando tuvo la oportunidad de conocerlo en Caracas entre 1799 y 1800.

El segundo capítulo, llamado “Ciencias Naturales”, reúne cinco estudios de distinto grado de extensión donde Andrés Bello da rienda suelta a su interés por traducir, resumir y difundir trabajos de distintas épocas revalorizando los elementos y especies naturales que se encuentran dentro del territorio de las jóvenes naciones americanas. Ejemplo de ello es el estudio “Avestruz de América”, donde describe y analiza las características morfológicas del Ñandú suramericano, reconociendo sus formas de vida, reproducción y relación entre los animales de su misma especie. Aquí, vemos la necesidad de Bello por difundir en Europa y demás países americanos que las Américas también posee animales exóticos -como los existentes en África- reconociendo que en el Nuevo Mundo viven aves tan singulares como en aquel continente. ¿Sería la necesidad de llamar la atención a los científicos europeos para mostrarles que América también es un campo lleno de posibilidades de ser explorado, observado e investigado como el lejano Oriente y las profundidades del África negra? ¿O tal vez volver sobre las viejas disputas del Nuevo Mundo, enalteciendo la naturaleza de América?

El tercer capítulo, “Geología y Geografía”, está compuesto por cinco trabajos. Dos de ellos son los que tienen por temática los estragos del terremoto acaecido en Chile en 1835. Andrés Bello expone un recuento de las consecuencias causadas por dicho movimiento telúrico en las ciudades del centro sur de Chile como Chillán y Talcahuano. Formalmente, no hay un estudio sismológico por parte del venezolano, remitiéndose su trabajo exclusivamente a ordenar coherentemente un relato en base a los informes gubernamentales de los destrozos. Aquí, más que un Bello científico, se da la visión de un Bello divulgador.

El cuarto apartado, denominado “Astronomía”, también está compuesto por cinco capítulos en donde el caraqueño expone su conocimiento y comprensión sobre la naturaleza y comportamiento de los cuerpos celestes en el firmamento. Un aspecto que queremos resaltar del capítulo es la coherencia dada por los compiladores para presentar los documentos de este apartado, buscando un orden de observación desde la Tierra al espacio, al considerar inicialmente la noticia de la creación de un telescopio de última tecnología por parte de Mr. Tully (p. 189), para luego pasar a un complejo trabajo sobre las estrellas y rematar finalmente sobre la observación del cometa Halley y su paso por el hemisferio austral.

El libro cierra con el quinto capítulo, titulado “Ingenería (transportes)”, en donde se recogen dos estudios de vanguardia: la experiencia del transporte a vapor transoceánico y la ascensión de globos aerostáticos en Europa. Ambos textos se inscriben en lo que denominaríamos “documentos misceláneos de la ciencia” en lugar de documentos propiamente científicos.

Esta publicación tiene por objetivo demostrar que más allá del clásico reconocimiento histórico como jurista y educador que se le asigna a Andrés Bello, su aporte fue más lejos, siendo la ciencia uno de los aspectos que también cultivó. Sin embargo, esta aseveración esconde un problema de forma y fondo: el cuestionamiento por parte de los compiladores sobre la trascendencia de la labor científica de Bello, en la medida que reconocen que sus escritos sobre ciencia no fueron el resultado de un trabajo de investigación original, sino de la recopilación de otros trabajos. De ahí que los compiladores propongan que Bello fue preferentemente un “divulgador del conocimiento científico”, cuya obra se caracterizó fundamentalmente más que por apropiarse del conocimiento que divulgaba, por ser sólo un reproductor de conocimiento (p. 53).

Al finalizar la lectura, es posible llegar a algunas conclusiones. La primera de ellas, es que Andrés Bello, en su afán por difundir las últimas investigaciones del conocimiento científico desarrollado en Europa y Estados Unidos, llega a mimetizarse con uno de sus objetos de estudio, pues se convierte en un verdadero cometa que cruza distintas órbitas del conocimiento científico, pasando desde la Historia Natural a la Cosmografía, Biología celular, Geografía e Ingeniería, demostrando inquietudes intelectuales que generalmente no son reconocidas cuando se estudia su figura y legado. En este sentido, podemos decir que Andrés Bello, cual poeta, fue un hombre sensible a las ideas. Cartas enviadas desde Londres a Santiago por José Irisarri, Francisco Antonio Pinto y Mariano Egaña, demuestran coincidencia en señalar que el caraqueño era un hombre de amplia cultura. No sólo dominaba diversos idiomas, entre ellos griego y latín, sino también poseía destrezas avanzadas en Matemáticas, Gramática castellana y facilidad para entender y apropiarse de contenidos como Astronomía y Cosmografía, a lo que se agregaba una no despreciable dosis de discreción y humildad, características no menores a la hora de haberlo invitado a trabajar a Santiago de Chile.

La segunda, es que Andrés Bello fue un sujeto ecléctico. Al analizar su legado e intereses, podríamos catalogarlo como un “hombre bisagra” de un mundo en pleno proceso de transición y apropiación del conocimiento: si entre los siglos XVII y primera mitad del XIX los sujetos pasan de dominar un saber holístico, que se denominó en términos generales como “polímata”, en donde la elite tenía una consistente formación en distintas áreas del saber; aproximadamente desde la segunda mitad del XIX se pasa a una etapa en que progresivamente el saber se constituía y validaba como tal, en la medida que fuese especializado y acotado, cuyo resultado se dio paralelamente por la profesionalización del sistema universitario y por un creciente mercado laboral que exigía saberes y destrezas particulares. En la figura de Bello, ya sea a través de sus iniciativas laborales o por sus publicaciones, podemos darnos cuenta de cómo se reúne el caso de un hombre que transita constantemente entre estas dos temporalidades del conocimiento. Sus trabajos sobre la ciencia son prueba más que suficiente de nuestra aseveración, en la medida que se generan paralelamente con documentos de orden jurídico, educacional e incluso artístico.

Para cerrar, consideramos que el libro es recomendable para especialistas que se dedican a la Historia de las ciencias, como también para aquellos que se dedican a la Historia de las ideas e Historia cultural, que focalizan su mirada en comprender el nivel de formación de sujetos de la alta cultura iberoamericana de mediados del siglo XIX.

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[1] 

Daston, Lorraine (2017), Science in the archives: pasts, presents, futures, Chicago, University of Chicago Press.

[2] 

Jardine, Nicholas, Secord, James & Spary, Emma (1996), Cultures of Natural History, Cambridge, Cambridge University Press.

[3] 

Lightman, Bernard (2016), A companion to the history of science, Chichester, Wiley-Blackwell.

[4] 

Pérez, Vicente (2007), Diario de un viaje a California (1848-‍1849), Latorre, Guillermo & Martínez, María (Eds.). Santiago, Tajamar Editores.

[5] 

Pérez, Vicente (2011), Diccionario del entrometido: Sueños que parecen verdades, verdades que parecen sueños, Latorre, Guillermo & Pinedo, José (Eds.), Santiago, LOM Ediciones - Universidad de Talca.

[6] 

Poole, William (2017), John Wilkins (1614-‍1672): New essays, Leiden, Brill.

[7] 

Rhys Morus, Iwan (2017), The Oxford illustrated history of science, Oxford, Oxford University Press.