He aquí un libro ampliamente informado y denso de contenido. Sin ser muy extenso, es de los que obliga a una lectura lenta y pormenorizada, siempre con un lápiz en la mano y unos folios cerca. Como es habitual en Enric Novella, también esta obra de psicopatología tiene su asiento en la historia de la clínica. Ahora bien, en este nuevo ensayo, el autor desdobla la mirada, duplica su análisis y con esos dos cabos teje paulatinamente el cuerpo de sus argumentos. Por una parte, centra su indagación en la construcción misma de la psicopatología, a la que considera uno de los ámbitos más emblemáticos de la modernidad. Por otra, a partir del mirador que ésta ofrece, se adentra en la subjetividad del loco con vistas a mostrar lo que considera sus elementos genuinos en el mundo moderno, en especial la individualidad, la reflexibilidad y la identidad.

La obra consta de dos partes articuladas, cada una de las cuales se despliega en tres capítulos. La primera trata de la locura, la ciencia y la modernidad; la segunda se ocupa de las heridas del sujeto. Conforme a este esquema, a lo largo de las poco más de las ciento cincuenta páginas que dan hechura al libro, Novella estudia el discurso de la psicopatología. Muestra, en primer lugar, la constitución del campo de la psicología patológica como resultado de lo que la modernidad ha hecho de la locura. Después, describe y cataloga algunas experiencias que sirvieron de fundamento a la psicopatología como saber. Por último, con estos elementos desplegados sobre la mesa, discute algunos conceptos representativos, como el suicidio y las alucinaciones, de manera que las propuestas anteriores se esclarecen progresivamente.

A la primera parte le sigue una segunda dedicada a las heridas del sujeto. Se trata, en este caso, de un estudio destinado a desvelar tres modos de enfermar característicos. Dichos modos constituyen, a su vez, tres trastornos mentales concretos, asentados en tres dimensiones de la subjetividad moderna: la individualidad (melancolía), la reflexibilidad (esquizofrenia) e la identidad (estados fronterizos).

Comoquiera que hoy día la psicopatología se he desvirtuado hasta resultar irreconocible, resulta obligado especificar qué entiende por tal el autor. Según Novella, esta disciplina centrada en el pathos engloba tres ámbitos enlazados: la subjetividad, el malestar anímico y la locura, y lo social y cultural. Por tanto, conforme a visión del autor, la psicopatología es un producto cultural destinado al estudio de la subjetividad; un quehacer dedicado a escudriñar el psiquismo del loco; y una herramienta de análisis histórico, cultural y social. Aunque parezcan variados, estos tres escenarios están iluminados por una única luz, la de la historia. Y es ella la que aporta a Enric Novella el principal recurso de su análisis y el más sólido apoyo de sus argumentos y reflexiones.

A partir de este esquema vemos desfilar ideas, autores y citas muy bien elegidas, trazos, en definitiva, que van dibujando los contornos de la primera psicopatología y perfilando los rudimentos de una clínica de la subjetividad. Todos estos bocetos se conjugan, de pronto, en algunos capítulos brillantes, como el tercero. Dedicado a la mirada psicopatológica, el autor examina ahí con especial esmero las alucinaciones y el suicidio. Siguiendo la antorcha de los principales tratadistas, en especial la de Alexandre Brierre de Boismont, Novella saca a colación las preguntas complejas que suscitaron las teorías explicativas del fenómeno alucinatorio y de la propensión al suicidio. De todas ellas, la fundamental y la más discutida, sin duda, es la tocante a si se trata de aspectos patológicos o de experiencias no necesariamente enfermizas. ¿La alucinación es de por sí una vivencia patológica? ¿Podría hablarse de unas alucinaciones fisiológicas y de otras patológicas? ¿El suicidio es siempre un hecho enfermizo, el signo inequívoco de una locura subyacente? Aunque se formulen con otros términos, estas preguntas y otras parecidas son tan clásicas como actuales. Porque, en el fondo, se trata de una indagación que trasciende los límites de la aséptica ciencia, en la medida en que es el psicopatólogo quien decide dónde trazar la raya divisoria. Claro está que en esta decisión de establecer las enfermedades mentales y sus límites, sea a título propio o resultado de un consenso, intervienen más variables que las meramente clínicas. Cuando Alexandre Brierre de Boismont considera que los fenómenos alucinatorios son compatibles con la recta razón o cuando Jules Baillarger enfatiza tajantemente que las alucinaciones se sitúan siempre en el terreno de la anormalidad, el estudioso de la psicopatología verá ahí algo más que una disputa de opiniones derivadas de la observación clínica. La investigación de la psicología patológica no es compatible con la pasión por la ignorancia y el gusto por la ingenuidad. Al contrario, la sospecha sobre el retorcimiento característico de la condición humana y la necesidad epistemológica de distinguir lo aparente de lo esencial, invitan a leer también desde esa perspectiva la propia historia de la clínica, entre otras cosas porque son los clínicos quienes la protagonizan y escriben, a veces en la cercanía de los pacientes y otras al dictado de las escuelas.

Aunque Enric Novella no entra en detalles sobre los ideales de los alienistas y las luchas de escuelas, sí expone con claridad meridiana la trama social en la que se asientan estas observaciones clínicas y sus teorías explicativas. Ahí reside, en mi opinión, el principal valor de esta obra y de sus estudios anteriores. Se trata en este caso de poner de relieve tanto lo que los pioneros de la psicopatología fueron capaces de decir sobre la locura, la alucinación o el suicidio, como el lugar que la sociedad acordó al alienismo. Y seguramente se puede establecer una correlación entre ambos ámbitos, esto es, entre la mirada sobre la locura y el lugar que se concede socialmente a ese nuevo saber. Conforme a esta articulación, según se destaca al final de la primera parte, las aportaciones de los psicopatólogos y los debates suscitados en el estudio de los fenómenos de la locura deben entenderse en el contexto de los problemas epistemológicos derivados de la imposibilidad de establecer una frontera estable entre razón y sinrazón. Pero, además del problema de los límites y las fronteras, Novella insiste en que debe prestarse especial atención sobre todo a “los conflictos de fondo que acompañaron el despliegue de la nueva mirada encarnada por los conceptos y categorías de la medicina mental. En su caso, no obstante, el importante lugar que la nueva sociedad burguesa debía conceder al alienismo [...]” (p. 82). Como sabemos de sobra, este hecho no estaba exento de paradojas. A no ser que se ame la ingenuidad, el investigador está al corriente de que, fuera al preciso que fuera, en ningún caso el discurso psicopatológico debería desplazar la preeminencia de las creencias y los dogmas cristianos acerca de la divinidad, la espiritualidad del alma o el libre albedrío. Pero, además y a la vez, el mismo discurso psicopatológico debía prestarse a diagnosticar y reconducir adecuadamente la profunda crisis moral a la que se enfrentaba la sociedad con la llegada de la modernidad. Estas páginas nos devuelven de golpe a tierra y nos quitan muchas tonterías de la cabeza. Por nuestro oficio, no hay que olvidarlo, aspiramos a liberar a los locos y los desgraciados, pero nosotros somos un elemento esencial de una correa de transmisión de los ideales sociales, de los que abjuramos a voces pero a los que servimos más de lo que nos gustaría.

Como ya se dijo, una vez expuestas las condiciones de posibilidad del discurso de la psicopatología, la segunda parte del libro detalla tres modos de enfermar en el marco de la modernidad. El capítulo dedicado a la melancolía, titulado “Individualidad”, aporta un amplio repaso al problema de la tristeza en los últimos siglos y se hace eco de los múltiples enfoques que se le han dado: desde el hombre elevado y genial merced a su condición de melancólico –tal como enfatizaron algunos humanistas renacentistas, como Marsilio Ficino–, pasando por el rechazo de la tristeza de la que hizo gala Montaigne, hasta la patologización de la tristeza y su conversión en enfermedad depresiva. Un recorrido en el que la tristeza se relaciona con la soledad, la actividad, la reflexión, la depresión y la melancolía, la creación y la aflicción, un itinerario tortuoso que se sintetiza en la memorable en la frase de Susan Sontag: “La depresión es la melancolía sin sus encantos” (La enfermedad y sus metáforas).

A quién no le tiembla el pulso cuando se anima a decir algo de la melancolía o de la tristeza, puesto que la primera es un pilar esencial de nuestra cultura y la tristeza constituye un ingrediente básico del alma. Da la impresión de que Novella arrostra en estas páginas con cierta inquietud, dado que se trata de un asunto peliagudo, tanto por su amplitud como por haber motivado ubérrimos estudios. Ahora bien, lo resuelve echando mano de múltiples referencias, bien escogidas y sustanciales, y le aporta su propia mirada, la de la individualidad. En su opinión, la presencia la melancolía en el mundo de hoy es proteica y mantiene una afinidad esencial con aspectos esenciales de nuestra subjetividad, en especial “con nuestra (singular) forma de vernos, sentirnos y actuar con respecto a nosotros mismos [...] Desde este punto de vista, la depresión no sería sino una profundización, radicalización y generalización de una cultura de la individualidad y la interioridad [...]” (p. 105).

En lo tocante a la esquizofrenia, tratada en el capítulo “Reflexividad”, el autor recupera el texto –magnífico, por cierto– “El síndrome de Kraepelin-Bleuler-Schneider y la conciencia moderna: Una aproximación a la historia de la esquizofrenia”, escrito con Rafael Huertas. Al examen detenido de las obras de los pioneros, como Kraepelin, Bleuler, Schneider y Minkowski, se suman sobre todo las hipótesis de Louis A. Sass (psicólogo clínico y profesor de la Universidad de Rutgers) relativas a la esquizofrenia como un trastorno de la conciencia del yo o la autoconciencia prerreflexiva (ipseidad) y de las dos distorsiones básicas que introduce: la hiperreflexividad y la disminución de la autoafectación. Estos aspectos dan pie a Novella (y Huertas en la sombra) a profundizar en la sugerente hipótesis de la esquizofrenia como una enfermedad de la modernidad, de la que se han hecho eco con especial acierto, además de Sass, Giovanni Stanghellini, Marino Pérez Álvarez, incluso Colina y quien esto escribe.

Si en lo tocante a la esquizofrenia Novella observa una relación constitutiva con la exigencia moderna de instituirse como un sujeto que se objetiva a sí mismo, atiende sus propias operaciones y fragmenta su conciencia, el último capítulo, dedicado a los trastornos fronterizos, se adentra en la experiencia moderna de la identidad. Además de dar algunas pinceladas históricas y de enfatizar la inestabilidad actual de las identidades y sus manifestaciones clínicas, el autor conduce su reflexión –siguiendo en esto a Giddens y a Beck– hacia algunas paradojas de hoy día. Entre ellas destaca la tendencia a poner nuestro malestar en manos de una legión de expertos y a la vez sentirnos menos atados a la tradición. También enfatiza el colapso de las comunidades tradicionales y también la apertura a nuevos espacios de encuentro y sociabilidad. Algo de esto se entrevé a diario en el hombre de hoy y en nuestro mundo, siempre oscilante –como destaca el autor– entre la omnipotencia y la insuficiencia, la abundancia y el vacío.

Como sugería al principio, El discurso psicopatológico de la modernidad es una obra exigente. Antes de escribir algo sobre él, tuve que leerlo dos veces de tapa a tapa y hacer resúmenes parciales. También anoté muchas de las citas que contiene y añadí algunos comentarios. Llené de epígrafes y subepígrafes el texto, para orientarme. Durante estos meses pensaba si esta obra prometía más de lo que daba o daba lo que prometía. Ahora, al final de estos comentarios con los que animo a su lectura y felicito a su autor, me quedo con la solidez del suelo en la que enraízan los desarrollos y explicaciones y admiro su sobria visión histórica, bien fundamentada y apuntalada en referencias seleccionadas y valiosas. Las pesquisas que sigue y las hipótesis que desarrolla no se consuman del todo, como no podía ser de otro modo. La preguntas que suscita la construcción del saber psicopatológico, la melancolía, la esquizofrenia y los estados límites conviene mantenerlas abiertas, en carne viva. Pero también deben tenerse en cuenta las aportaciones que Enric Novella dibuja –a veces con firmeza y trazo grueso y otras más trémulas– con respecto a la individualidad, la reflexibilidad y la identidad. En este caso, los temas indagados son tan profundos y oscuros que no conviene perderles la cara, aunque eso suponga desasosiego. Pero suele ser el desasosiego lo que anima a la reflexión y mantiene viva la curiosidad. Enric Novella es lo suficientemente joven y curioso como para seguir indagando en esta materia, cosa de la todos nos alegraremos.