RESEÑAS DE LIBROS/BOOK REVIEWS

 

RESEÑA DEL LIBRO "TIEMPOS DE MELANCOLÍA. CREACIÓN Y DESENGAÑO EN LA ESPAÑA DEL SIGLO DE ORO"

 

Bolaños, María (Dirección científica), Tiempos de melancolía. Creación y desengaño en la España del Siglo de Oro. Madrid, Obra Social “la Caixa”, Secretaría General Técnica del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes, Turner, 2015, 205 paginas [ISBN 978-84-16142-98-9]

 

En muchos lugares –Francia, Italia, en la vieja Europa- se han celebrado exposiciones sobre la melancolía, no era pensable que el país en que todos éramos melancólicos –como recordó Felice Gambin- no la tuviera. Y, desde luego, el Museo Nacional de Escultura era el lugar adecuado. Distinguido por el impulso de Ricardo de Orueta, a quien ese mismo Museo ha recordado recientemente, la larga noche del franquismo contribuyó a aumentar la tristeza que sus doloridas imágenes siempre producen en el visitante. Ahora tras la remodelación que de forma magistral ha presentado lúcidos espacios que se pueden considerar nuevos, es el momento adecuado para presentar la brillante belleza que de esa tristeza pudo brotar.


Hibrida en dolor la melancolía entre el mundo clásico y el moderno, el pagano y el cristiano, tal como brama Laocoonte –retornado hace poco al Museo del Prado en dos ocasiones. Son imbricados en sus gestos y formas de tristeza líquidos humorales y culpas pecaminosas -recordemos Enfermedad y pecado de P. Laín Entralgo-, estilos antiguos y nuevos, glorias y triunfos, junto a condenas y expiaciones. Compleja mezcla que se pudo admirar en las imágenes fotográficas que expuso Joaquín Bérchez en el Centro del Carmen valenciano, mostrando clásicas arquitecturas con barrocas emociones en la obra del Greco, que preludian el deslumbrante mestizaje del arte de América. Así renacen hoy al ser expuestos, en brillante eclosión de felicidad y sufrimiento, de bella y doliente creatividad, san Pedro y san Pablo, con su furia o su tristeza, los llantos de la divina madre y la pecadora Magdalena, en fin san Jerónimo vestido con ricos ropajes de sabiduría y poderío, o desnudo con tristes carnes marchitas y castigadas. 


Sin duda ese dolor posee una gran belleza, que nos aquieta la melancolía, o el furor. Pero es notable que encontremos placer en esos miembros heridos y desgarrados. Puede deberse a nuestra educación escolar, religiosa o artística, sobre todo en el franquismo, así con el impresionante manual de Diego Angulo o los no menos impresionantes ejercicios espirituales; sin embargo, gustó también ese arte en la National Gallery de Londres y la National Gallery of Art de Washington, en inteligente exposición que el Museo Nacional de Escultura continuó. Sin duda, es nuestra cultura, en la que logramos un evidente distanciamiento, que no se consigue con el arte actual, sean esas performances tan sanguinarias que han estado de moda, sea la obra de Darío Villalba. Pero este creador nos da –en reciente e inteligente entrevista- algunas claves para la intelección de un arte cruel y divino. Usaba él –nos dice- formas del arte pop pero sin eliminar las emociones, “yo buscaba al hombre y a sus pasiones, un diálogo entre lo estético y lo religioso. Lo místico, en la tradición de San Juan de la Cruz o Teresa de Jesús.” Añadiendo, ante las dudas del entrevistador: “Que el catolicismo sea reaccionario responde a las equivocaciones de ciertas lecturas históricas. Ser católico debería ir unido a las emociones. A mí me interesan las emociones que encuentro en el día a día: la calle, la gente, la humanidad doliente y gozante, los sin techo, los chaperos. Me identifico con la gente marginada.” (Ianko López, El País, ICON, 19, septiembre 2015, p. 190) 


Cuando se pasea por el maravilloso Museo Arqueológico de Atenas, llaman enseguida nuestra atención los hermosos monumentos funerarios. La tristeza por la pérdida se muestra de inmediato en esas mejillas reposando en una mano, en actitud que los siglos perpetuarán para expresar dolor y, además, reflexión sobre personas, mundos o el más allá. Es difícil saber la primacía de esa expresión dolida y elegante sobre los escritos aristotélicos –tal vez de Teofrasto- que señalaban que todas las personas distinguidas eran melancólicas. O bien de la visita de Hipócrates a Demócrito mostrando que sus extravagancias –tachadas de locura- eran muestras de inteligencia. Luego, los mismos hipocráticos hicieron residir la constitución y el temperamento, la salud y la enfermedad en los humores, señalando la bilis negra como causa de tristeza y melancolía, otras veces como agresividad, es decir manía, o furor. Así el mismo Hércules, que enferma o sana, visita cielos e infiernos, vestido de fiera o de mujer. Poetas y músicos necesitaban de esa tristeza para escribir sus mejores versos, o entonar sus más bellos cánticos. 


En la Florencia renacentista, el sabio y erudito Marsilio Ficino se consagró al estudio de los clásicos médicos y filosóficos, dedicando a Lorenzo el Magnífico sus recomendaciones para una mejor vida. Ellos –artistas, escritores y héroes- enfermaban por esos deprimentes humores y por sus excesos embriagantes. Las demasías de los reyes se compararán con las de poetas y artistas, como señaló con brillante acierto Aurora Egido en Gracián al ingresar en la Real Academia Española. Pero antes, esas ideas habían reposado en las leídas páginas del Examen de ingenios de Juan Huarte de San Juan, médico de dudosa estirpe judía, que había ido a ejercer en tierras de inquisidores, que combatieron a alumbrados, místicos y santos, y también al brillante y pequeño libro mencionado. Las ideas que señaló Mauricio Iriarte en ese texto médico se subrayan y amplían en la renovadora obra de Felice Gambin, quien las recogió a lo largo y lo ancho del Siglo de Oro, renovando sus aportaciones en estas páginas del catálogo que comento ahora. 


La brillantez con que nos llega el mensaje melancólico es cima y compendio de toda la herencia mediterránea, sea clásica, medieval o moderna, sea medicina, arte o piedad. La Contrarreforma se apropia también de ella, si bien algunas de sus doctrinas, o algunos de sus personajes asustaban. Se temen las pretendidas portentosas propiedades de los melancólicos, como señaló Vicente Peset. Podía ser que escribieran, pintaran o compusiesen sentidos acordes, incluso que adquirieran lenguas o saberes, pero no se admitía que profetizaran, que adivinaran, que se comunicasen con dios o el diablo. Las sibilas ya solo se admitían en las pinturas. Sin duda, el ejemplo del paje convertido en inteligente amo que nos proporciona Huarte, y sobre todo las críticas que provoca, muestran esos miedos. Si bien un melancólico adusto como san Pablo podía significar el triunfo sobre esos humores, pues podía hablar y orar santamente. Pero suponía un enorme dolor, pues siempre su alma feliz de origen divino luchaba terriblemente con su amargo cuerpo de origen inmundo. Pero podía reunir inteligencia e imaginación, santidad y pecado, pues tan solo Cristo (y tal vez Adán, antes de caer) poseían la perfección. Descartes temería todavía la conexión de las dos naturalezas.


La oración paulina, el trabajo teresiano, la prudencia ignaciana eran los remedios que la fe proporcionaba contra estas diabólicas enseñanzas. Siempre el sacrificio, el esfuerzo, la mortificación, el dolor y el martirio compensaban estas tristezas prometiendo la felicidad eterna. A su vez las ideas higiénicas que, llegadas de la Antigüedad se renuevan en el mundo moderno, regulaban la vida controlando comida y bebida, trabajo y descanso, sexualidad y pasiones del alma. Sin embargo, personas distintas, anómalas, destacadas, eran arrastradas por sus pasiones, relacionadas con pecados o transgresiones, glorias o tronos, también Eros y Baco. Algunas veces el ascenso hacia Dios – en Juan de la Cruz o Teresa de Ávila- era aceptado. Pero ese atrevimiento debía ser castigado con la tristeza, en dioses clásicos, en héroes y santos, Prometeo, Jerónimo, don Quijote, o Amadís. Incluso en el Cristo de la oración en el huerto. Pintores, escultores, escritores, músicos… en telas, maderas, papeles o notas evidencian de forma hermosa la melancolía de la vieja España, tal vez justificada por las injusticias, las miserias, el eterno declinar. Es rememorada aquí la relación con la música por Ramón Andrés, la pintura por Javier Portús y la religión por Palma Martínez-Burgos García. Con un brillante primer capítulo de María Bolaños –Comisaria de la Exposición y Directora del Museo-, se completa en este catálogo un rico panorama cultural de la tristeza y sus proteicas transformaciones.


Fernando Colina, maestro en el conocimiento de la melancolía, ha dedicado mucha atención a esta, pues sin duda su experiencia es grande y nos puede hablar de la que se encuentra en los pacientes, también la que se ve en los libros médicos y manicomios. Si está inscrita en la historia como transformaciones de la subjetividad, nos dice, fue Sigmund Freud quien proporcionó la primera explicación adecuada a esta tristeza; basada en el mecanismo del duelo, se señala la pérdida y la importancia del deseo. Pero el psicoanálisis ha ido más allá, estableciendo su papel en el nacimiento de la identidad personal, en la estructura de la personalidad. Judith Butler -en The Psychic Life of Power- al obligar a Freud a reconocer que la pérdida puede referirse tanto a un objeto concreto, como a un ideal de carácter general, se refiere también a esa universalidad de la melancolía, que hace a Colina preguntarse: ¿Todos melancólicos? En sus páginas, analiza este el origen de esas explicaciones psicogénicas, que eliminan el humor y el pecado como causantes de esta enfermedad. Cita a Diderot para afirmar que es el sentimiento habitual de nuestra imperfección. 


Colina y Mauricio Jalón han sido esenciales en la magnífica serie que teniendo la melancolía como motivo principal ha publicado la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Se trata de una de las mejores colecciones que sobre este tema hay en el mundo y es desde luego fundamental en el área de la lengua castellana. Magníficas traducciones y estudios y anotaciones de extraordinario valor constituyen un ejemplo único de trabajo tanto para la Asociación, como para quienes colaboraron en llevarla adelante. Fueron esenciales los tomos dedicados a la traducción entre 1997 y 2002 de Anatomía de la melancolía de Robert Burton, realizada por Ana Sáez Hidalgo, Julián Mateo Ballorca, Raquel Álvarez Peláez, Cristina Corredor, Miguel Ángel González Manjarrés…, con revisión de Ramón Esteban Arnáiz y prólogo de Jean Starobinski. Sin duda, es una enciclopedia universal de la melancolía, necesaria para quienes no leyeron las aventuras de Alonso Quijano, quizá único eficaz remedio contra la tristeza, tal como su autor nos propuso.


 

José Luis Peset
IH – CCHS - CSIC

 

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