RESEÑAS / BOOK REVIEWS

 

Reseña del libro "La invención del racismo. Nacimiento de la biopolítica en España, 1600-1940

 

Vázquez García, Francisco. La invención del racismo. Nacimiento de la biopolítica en España, 1600-1940, Madrid, Akal, 2009. 256 páginas [ISBN: 978-84-460-2734-8]

 

Enclavado en el complejo y azaroso tránsito intelectual que le condujo desde la analítica del poder y las disciplinas hasta sus últimos trabajos en torno a la espiritualidad y las tecnologías del yo, no cabe duda de que el concepto de biopolítica constituye una de las aportaciones más relevantes y de mayor impacto que la obra de Michel Foucault ha legado al pensamiento contemporáneo. Buena prueba de ello es su apropiación y reelaboración por diversos autores que, como es el caso de la «ingeniería social» de Zygmunt Bauman, el Homo sacer de Giorgio Agamben o el Imperio de Toni Negri, han analizado en fechas recientes el despliegue de la racionalidad biopolítica como uno de los grandes procesos constitutivos de la modernidad, confiriéndole en ocasiones un matiz abiertamente teleológico por el que representaría incluso el último y más acabado estadio de una hipotética y progresiva sofisticación del poder (Negri). Como bien se encarga de precisar Francisco Vázquez, la formulación original del concepto (a saber, la regulación de los grandes procesos biológicos que afectan a la población y la conversión de esta en un objeto preferente de la acción de gobierno) es completamente ajena a estas pretensiones, alentando un uso estrictamente nominalista del mismo que, como se propuso el propio Foucault con sus cursos Seguridad, territorio y población (1977-78) y Nacimiento de la biopolítica (1978-79), aclare los distintos rostros asumidos por la biopolítica en función de las notables mutaciones históricas experimentadas por las técnicas y las estrategias de gobierno. No en vano, no fue sino el interés por la biopolítica y el «gobierno de las poblaciones» el que condujo al filósofo francés a reformular su concepción del poder desde el modelo «bélico» de inspiración nietzscheana encarnado por las disciplinas (que, como es sabido, emanan de una relación de fuerzas esencialmente antagónicas y en conflicto permanente) a la «gubernamentalidad», esto es, a un arte o ejercicio de conducción de conductas que presupone la existencia de agonismos, sinergias y, en definitiva, la libertad de los individuos.


Partiendo así de la tesis según la cual «el estudio de la biopolítica es inseparable de una morfología de la gubernamentalidad» (p. 15), La invención del racismo ofrece un brillante y documentadísimo estudio sobre el despliegue y la evolución de la racionalidad biopolítica en España que se sustenta en una periodización de la misma en seis fases características de otras tantas formas o estilos de gobierno: absolutista (1600-1820), liberal clásica (1820-1870), interventora (1870-1939), totalitaria (1940-1975), social (1975-1985) y neoliberal (a partir de 1985). Centrado fundamentalmente en su primera etapa con el objeto de captar la irrupción en los reinos hispánicos del «gobierno de la vida» en su momento naciente y de señalar sus aspectos contingentes y específicos, el análisis pretende así calibrar indirectamente la influencia en el caso español de una serie de particularidades cuyo eco alcanza hasta la actualidad, como es el caso del peso del familiarismo católico, la debilidad esencial del Estado del Bienestar, los sesgos y vaivenes de las políticas de inmigración o la persistencia de un terrorismo nacionalista que Francisco Vázquez vincula de un modo quizá excesivamente lineal con el ideario «bioteológico» de Sabino Arana. En este sentido, cabe lamentar que el recorrido apenas esboce las grandes líneas del pensamiento y las prácticas biopolíticas durante el siglo XIX y se detenga abruptamente en el primer tercio del XX, por cuanto son las tres últimas fases de su periodización (por otro lado, las más cuestionables a primera vista) las que podrían ofrecer un panorama más completo y coherente de la exploración genealógica que el autor se propone acometer.


Apoyándose en una amplia variedad de fuentes y en el importante trabajo de fondo desplegado desde una larga serie de disciplinas históricas (entre las que cabe destacar la historia política, económica y cultural, pero también la historia de la medicina, la educación, el urbanismo o la marginalidad), el punto de partida de esta exploración se sitúa en las preocupaciones surgidas a lo largo del siglo XVII por la despoblación del reino y la consideración correlativa del número y la «calidad» de sus habitantes como una riqueza que el soberano debía administrar mediante la acción de gobierno, preocupaciones que, compartidas por los arbitristas barrocos y los reformadores ilustrados, condujeron ya en el siglo XVIII a la puesta en marcha de distintas prácticas como el célebre «experimento biopolítico» ensayado con las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena. Paralelamente, y en el contexto de un paulatino encumbramiento del homo faber, el estatuto de la pobreza —cuya secular sacralización venía siendo cuestionada por figuras como el propio Vives desde principios del siglo XVI— y el disciplinamiento de los menesterosos se erigieron en un nuevo frente estratégico desde el que se promovía su movilización como un contingente de población potencialmente útil cuyo trabajo debía contribuir al engrandecimiento del reino. En este ámbito, como en muchos otros (entre los que Francisco Vázquez analiza con cierto detalle las polémicas en torno al exceso de religiosos, la admisión de extranjeros, la estigmatización de los gitanos, la expulsión de los moriscos, el cierre de las mancebías y burdeles públicos o la aparición de una nueva mentalidad con respecto al lujo) la lógica mercantilista e instrumental inherente al despliegue de esta nueva «razón de Estado» necesariamente hubo de rivalizar y buscar fórmulas de compromiso tanto con los imperativos de la religión católica y de una «política del cielo» centrada en el gobierno de las almas, como con las exigencias de la vieja «racionalidad parental» vinculada a la pureza de la sangre y la integridad de los linajes. Y, lejos de atribuir su despliegue al avance imparable de procesos a gran escala (modernización, secularización, etc.), son justamente estos compromisos y el entrelazamiento inestable entre estos distintos tipos de racionalidad los que explican, en opinión del autor, las peculiaridades de la biopolítica emergente en el caso español.


Es también en este marco cómo va a producirse, ciertamente de una forma tardía y dependiente con respecto a Francia y los Estados Alemanes, la introducción en España de la «policía» como práctica de gobierno y de la «ciencia de la policía» como una reflexión crítica sobre dicha práctica. Estrictamente asociada a la racionalidad gubernamental del mercantilismo, la policía engloba —tal como señaló el mismo Foucault— el conjunto de medios que permiten acrecentar las riquezas del Estado manteniendo el orden del mismo, otorgando por vez primera un papel preponderante en dicho objetivo a unas «políticas de salud» que ya no se limitan a la vigilancia frente a las epidemias o el auxilio caritativo de los enfermos pobres, sino que abarcan y se dirigen al conjunto de la población. De este modo, a partir del reinado de Carlos III se asiste no sólo a la difusión de los presupuestos de la «policía médica» de inspiración germánica, sino a la aparición de una novedosa serie de preocupaciones relacionadas con la salubridad de los espacios públicos, la mortalidad infantil o la conducta sexual, así como a episodios tan conocidos como los debates en torno a la inoculación de la viruela —que, siguiendo nuevamente a Foucault, Francisco Vázquez interpreta como un «mecanismo de regulación» o «dispositivo de seguridad» muy distinto a los mecanismos disciplinarios, por cuanto su finalidad ya no consiste en erradicar la desviación, la anomalía o el riesgo, sino en gestionarlos de un modo eficiente— o a los inicios de una literatura higienista que busca aleccionar a los sectores más eminentes de la población (literatos, «poderosos», cabezas de familia, etc.) sobre los más diversos estragos sanitarios.


En cualquier caso, sólo unas décadas después, la revolución liberal va a modificar radicalmente los fundamentos de la acción biopolítica debido a un desplazamiento decisivo en la distribución del poder de soberanía y en la configuración de las estrategias de gobierno, tendentes ahora a anular las regulaciones artificiales del «estado de policía» absolutista y a facilitar la autorregulación natural de los procesos que afectan al mercado, la población y la sociedad civil. En este nuevo contexto, las élites liberales despliegan un cuestionamiento sistemático de las prácticas e instituciones de encierro del Antiguo Régimen (y, muy particularmente, de los hospitales como focos de abandono, miseria y contagio) o promueven otras de nuevo cuño (es el caso del manicomio terapéutico o el burdel reglamentado), a la vez que concentran sus esfuerzos en la abolición de todos los obstáculos que impiden el buen funcionamiento de un mercado nacional unitario (gremios, fueros, privilegios eclesiásticos, etc.). No obstante, la constitución de esta esfera económica liberada de los corsés de la acción estatal y centrada en el individuo propietario que busca maximizar su beneficio (el homo œconomicus del liberalismo clásico) se verá muy pronto condicionada por la emergencia del pauperismo y la cuestión social, a la que el poder hará frente inicialmente con los medios de la estadística y la higiene, pero cuya ulterior agudización pondrá en marcha, ya en el último tercio del siglo XIX, una nueva mutación en las tecnologías de la gubernamentalidad liberal. Es entonces cuando una amplia nómina de profesionales y reformistas sociales advierten enfáticamente de sus riesgos para la dinámica poblacional, el orden político y la integridad misma de la nación, abogando por una notable ampliación de los márgenes de intervención estatal sobre los procesos vitales y civilizatorios. Tal como expone sumariamente Francisco Vázquez, esta «biopolítica interventora» se sustanciará en cuatro tendencias principales: el tránsito de las políticas de beneficencia a las de previsión; la introducción de la medicina social; la aplicación de nuevas tecnologías eugenésicas con el objeto de optimizar la calidad y el vigor de la población; y, por último, la emergencia del homo hygienicus como nuevo modelo normativo de sujeto que, comprometiéndose a mantenerse saludable, subordina sus intereses egoístas a la preservación de un organismo nacional sano y robusto. 


Como es sabido, el espíritu de las políticas de previsión no encontró una fórmula capaz de apaciguar eficazmente las tensiones sociales del capitalismo liberal hasta muchas décadas después, pero —de forma paralela a la institución del Estado-Nación postestamental— esta etapa sí legó a la posteridad un fenómeno que muy pronto revelaría sus catastróficas consecuencias para las sociedades contemporáneas: la consagración de la biología como un criterio para demarcar a los grupos sociales, y la aparición correlativa del racismo y la xenofobia que han envenenado la convivencia hasta nuestros días.


 

Por Enric Novella
Université du Luxembourg

 

Cómo citar este artículo/Citation: Novella, E. (2013). Reseña del libro "La invención del racismo. Nacimiento de la biopolítica en España, 1600-1940". Asclepio, 65 (2): r014. http://asclepio.revistas.csic.es/

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