Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia 76 (1)
enero-junio 2024, e13
ISSN-L: 0210-4466. eISSN: 1988-3102
https://doi.org/10.3989/asclepio.2024.13

RESEÑAS / BOOK REVIEWS

Enric Novella

Instituto Interuniversitario López Piñero, Universitat de València, España

https://orcid.org/0000-0001-6823-563X

Freis, David. Psycho-Politics between the World Wars. Psychiatry and Society in Germany, Austria and Switzerland. Cham, Palgrave Macmillan, 2019, 384 pp. [ISBN: 978-3-030-32701-9].

CONTENIDO

Desde sus mismos orígenes en el tránsito del siglo XVIII al XIX, la medicina mental advirtió la impronta de los grandes acontecimientos políticos en la génesis las manifestaciones de la locura, hasta el punto de que, equiparando la subversión del orden social con el desequilibrio psíquico, sus primeros teóricos llegaron a atribuir a las conmociones revolucionarias un papel crítico en la incidencia de la “alienación mental” (Murat, 2011Murat, Laure (2011), L’homme qui se prenait pour Napoléon. Pour une histoire politique de la folie, París, Gallimard.). Poco después, el creciente despliegue y refinamiento de sus conceptos y categorías -y, en definitiva, de su mirada- condujo a algunos de ellos a implementarlas no solo para examinar y clasificar las alteraciones individuales de la conducta y la experiencia, sino también como herramientas de análisis histórico, diagnóstico social y crítica cultural (Novella, 2018Novella, Enric (2018), El discurso psicopatológico de la modernidad, Madrid, Los Libros de la Catarata.). Poniendo el producto de sus observaciones en asilos y gabinetes al servicio de la detección de las grandes “tendencias espirituales” de su tiempo, y acometiendo la interpretación de procesos colectivos en términos psico(pato)lógicos (las problemáticas de la “civilización”, la “degeneración” o las “multitudes” son una buena muestra de ello), la psiquiatría -y las ciencias de la mente en su conjunto- legaron ya en el siglo XIX un importante bagaje de aportaciones de corte sociopolítico que revelaban una incipiente pero firme vocación de trascender los confines de la actividad clínica (Roelcke, 1999Roelcke, Volker (1999), Krankheit und Kulturkritik: psychiatrische Gesellschaftsdeutungen im bürgerlichen Zeitalter, Fráncfort del Meno, Campus Verlag.).

A principios del siglo XX, y muy especialmente tras la Primera Guerra Mundial, una confluencia de factores (entre los que cabe destacar la crisis de las prácticas y estructuras de internamiento, el mayor grado de desarrollo corporativo y, sobre todo, el ocaso del liberalismo clásico y la emergencia de un nuevo contexto biopolítico muy propicio a la implicación de los expertos en la “gestión” de los problemas sociales) hizo que estos discursos cobraran un vigor inusitado y se acompañaran de una serie de proyectos sistemáticos de expansión disciplinar e intervención en los asuntos públicos. Sin duda, el más conocido e influyente de todos ellos fue el movimiento de higiene mental, que -irradiado inicialmente desde los Estados Unidos merced al intenso apostolado ejercido por sus promotores- tuvo una amplia difusión en las décadas de 1920 y 1930 y dio lugar a la creación de numerosas asociaciones (profesionales) y sociedades (o “ligas”) nacionales. No obstante, y como han puesto de manifiesto algunas publicaciones recientes (Campos y Ruperthuz, 2022Campos, Ricardo y Mariano Ruperthuz (eds.) (2022), Higiene mental, psiquiatría y sociedad en Iberoamérica (1920-1960), Madrid, Los Libros de la Catarata.), la higiene mental tuvo en cada país objetivos, matices y vertientes muy distintas, y tampoco fue el único de estos programas que se puso en marcha en el periodo de entreguerras, de manera que sus planteamientos básicos (y sus diversas encarnaciones) han de situarse en el contexto de un régimen o paradigma “psicopolítico” más amplio que articuló sobre un nuevo fundamento las relaciones entre psiquiatría y sociedad a lo largo de la primera mitad del Novecientos.

En este sentido, y aparte del primoroso desarrollo de los tres estudios de caso que la integran, una de las grandes virtudes de esta importante monografía del joven historiador alemán David Freis consiste justamente en inscribirse de forma novedosa en el (complejo) marco de la historiografía de la psiquiatría del siglo XX y calibrar el potencial heurístico del propio término con el que arranca su título. Descartando enérgicamente el concepto de psicopolítica popularizado por el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su crítica de las técnicas neoliberales de poder -las cuales, según él, generan una espuria sensación de (auto)disposición, pero no conducen sino a la más cruda (auto)explotación (Han, 2014Han, Byung-Chul (2014), Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, Barcelona, Herder.)-, Freis alerta igualmente del riesgo que supone entender la psicopolítica del mismo modo inflacionario con que muchos autores manejan la noción foucaultiana de biopolítica (como una rúbrica bajo la que subsumir casi cualquier tipo de iniciativa demográfica o sanitaria) o como un conjunto de intervenciones dirigidas exclusivamente al psiquismo (como desmiente, en la época que nos ocupa, el caso de la eugenesia). A su juicio, los investigadores hemos de partir en este campo de aquello que los actores han considerado “político” en cada momento histórico y, más concretamente, del modo particular en que los discursos y las prácticas de la medicina mental se han arraigado, interesado, difundido, incorporado y/o incidido en su respectivo contexto sociopolítico.

Desde este punto de vista, y con los antecedentes y presupuestos ya señalados, no puede sorprender que los neuropsiquiatras alemanes y austriacos (entre los que había que contar ya a Sigmund Freud y los psicoanalistas) se ocuparan intensamente de los correlatos psicológicos de la Gran Guerra -que, por un lado, desveló los horrores de la confrontación bélica en el nuevo mundo industrial, y, por el otro, se libró en plena “era del nerviosismo” (Radkau, 1998Radkau, Joachim (1998), Das Zeitalter der Nervosität. Deutschland zwischen Bismarck und Hitler, Múnich, Carl Hanser Verlag.)-, ni que algunos de ellos -especialmente los de filiación más conservadora- emitieran veredictos muy elocuentes tras la derrota de las Potencias Centrales y las convulsiones políticas que la siguieron. En un anticipo de lo que ocurriría en la guerra civil española con las (tristemente) célebres “investigaciones” de Antonio Vallejo Nágera y su equipo con brigadistas internacionales y prisioneras republicanas, médicos de la mente como Eugen Kahn, Kurt Hildebrandt o Hans Brennecke, por ejemplo, publicaron una serie de “exámenes forenses” en los que concluían que los líderes que habían encabezado los levantamientos revolucionarios de 1918 y 1919 en varias ciudades alemanas eran en su mayoría “fanáticos psicópatas”, una disposición mórbida (pero, por supuesto, no eximente) que, en opinión de Emil Kraepelin (y muchos otros), era particularmente frecuente entre los judíos. Curiosamente, hasta el mismísimo Kaiser Guillermo II fue objeto de diversas (psico)patografías que, en función de la orientación y la finalidad de sus autores, cuestionaron su estado mental con el objeto de explicar el desenlace militar del conflicto, reivindicar un liderazgo más vigoroso, impulsar un nuevo régimen político o (incluso) exonerar a Alemania del pago de las reparaciones de guerra exigidas por los vencedores (Freis, 2018Freis, David (2018), “Diagnosing the Kaiser: Psychiatry, Wilhelm II and the Question of German War Guilt”, Medical History, 62(3), pp. 273-294. DOI: https://doi.org/10.1017/mdh.2018.22 ). En todo caso, quizá la estrategia discursiva más frecuente consistió en aplicar conceptos clínicos para describir la situación del país al final de la contienda y postular la existencia de una severa “crisis nerviosa”, un “colapso neurasténico” o un “derrumbe emocional” que habría afectado de lleno al “alma nacional” (Volksseele); para profesionales de gran prestigio como el propio Kraepelin o Robert Gaupp, solo así podía explicarse -entre otras cosas- el protagonismo asumido entonces por “radicales demagogos” e “instigadores sin escrúpulos”. Más allá de la plausibilidad o pertinencia de sus aseveraciones, y como muy acertadamente plantea Freis, lo más significativo de estas retóricas es que con ellas los médicos de la mente se erigían asimismo en los del pueblo, la nación o la “raza”, y, de este modo, reclamaban para sí una “misión” que solo podía lograrse mediante la consolidación y extensión de sus ámbitos y esferas de intervención.

Fruto de estas ambiciones, el periodo entre las dos guerras mundiales asistió, como hemos apuntado, a la formulación de una serie de proyectos casi utópicos de “ingeniería social” basados en la imbricación recíproca de la salud mental (individual) y el perfeccionamiento colectivo -y también a los peores abusos cometidos en la historia de la psiquiatría. En los países centroeuropeos, el programa más temprano y enérgico de expansión disciplinar y compromiso sociopolítico fue impulsado por el psiquiatra vienés Erwin Stransky con la denominación de “psicopatología aplicada” y, si bien apenas tuvo proyección internacional, encarnó de forma paradigmática el “imperialismo médico-psicológico” de la época y propició la implicación de una variada gama de profesionales de las ciencias de la mente en la especulación psicosociológica. Desde luego, la reconstrucción del pensamiento y las iniciativas de una figura tan poliédrica (y hoy tan olvidada) como Stransky (un nacionalista pangermánico de extrema derecha y un partidario entusiasta de la eugenesia que a duras penas sobrevivió al nacionalsocialismo debido a su origen judío; un clínico muy interesado por la psicopatología y la psicoterapia y, a la vez, un crítico acérrimo de Freud y su doctrina; y una personalidad excéntrica y autoritaria que fue capaz, sin embargo, de cooperar con colegas de otras orientaciones y liderar una novedosa agrupación multidisciplinar) constituye otra de las contribuciones sustanciales y originales de Freis, que en gran medida recurre a su trayectoria para trazar el ciclo y las peculiaridades de la coyuntura psicopolítica de la primera mitad del siglo XX. Justo en 1930, esto es, el año en que delegados de más de cincuenta países se congregaron en Washington con motivo del Primer Congreso Internacional de Higiene Mental, la Asociación de Psicopatología y Psicología Aplicada, fundada diez años antes por el propio Stransky, celebró en Viena una importante conferencia en la que -ante una audiencia llamativamente plural de psiquiatras, psicoterapeutas, psicoanalistas y psicólogos- este reiteró su catastrófica apreciación de las consecuencias psico(pato)lógicas de la “moderna civilización urbana e industrial” y urgió la adopción de medidas con las que contrarrestar activamente la “degradación” en curso del cuerpo social.

Con ello, Stransky aludía al tercer elemento nuclear (junto al diagnóstico sociopolítico y la expansión disciplinar) de la psicopolítica interventora de entreguerras, a saber, la formulación y, en algunos casos, la adopción a gran escala de un conjunto de prácticas con el objeto de mitigar o prevenir la propagación de la enfermedad mental. Entre ellas cabe destacar la psicoterapia y la educación sanitaria (que entroncaba en gran medida con la tradición decimonónica de la “higiene del alma”), pero, sin duda, la inspiración fundamental en este sentido provino finalmente de la eugenesia (Weindling, 1989Weindling, Paul (1989), Health, Race and German Politics between National Unification and Nazism, 1870-1945, Cambridge/Nueva York, Cambridge University Press.). Sobre este punto, Freis analiza con detalle las aportaciones de tres psiquiatras muy alejados en el espectro político, pero significativamente cercanos en cuanto al papel (crucial) que correspondía a la psiquiatría en la “mejora” de la sociedad: el suizo Auguste Forel (que combinó de forma idiosincrásica el pacifismo, el internacionalismo y el socialismo con la eugenesia, el racismo y el darwinismo social) y los alemanes Emil Kraepelin (que con los años radicalizó sus posiciones antidemocráticas, degeneracionistas e higiénico-raciales) y Robert Sommer (que, tras haber diseñado durante décadas medidas “psicohigiénicas” para combatir el “agotamiento nervioso” como los “pabellones públicos de reposo”, tuvo un papel instrumental en la articulación efectiva del ideario y el movimiento de higiene mental en Alemania). Con estos referentes, pues, y sobre el terreno abonado que constituía el creciente arraigo de los postulados de la medicina social, en 1925 se fundó finalmente la Asociación Alemana de Higiene Mental, que tres años después celebró en Hamburgo un primer congreso en el que el foco (todavía) se mantuvo en diversas propuestas de reforma de las instituciones y las prácticas asistenciales (como la creación de una red de “dispensarios abiertos” o la introducción masiva de la terapia ocupacional “activa” respectivamente propugnadas por los psiquiatras Gustav Kolb y Hermann Simon). Pero, al cabo de poco tiempo, la atención se desplazó casi por completo hacia una profilaxis exclusivamente centrada en la transmisión hereditaria, hasta el punto de que el segundo congreso de la Asociación celebrado en Bonn en 1932 estuvo enteramente dedicado a las “tareas eugénicas de la higiene mental”. Con la toma del poder por los nazis al año siguiente, y bajo el liderazgo de Ernst Rüdin (estrecho colaborador de Kraepelin y renombrado experto en genética psiquiátrica), la Asociación dio un paso más allá y se puso al servicio del programa de higiene racial del nuevo régimen, de manera que sus planteamientos iniciales quedaron totalmente desdibujados y en 1935 fue incluso degradada a un mero subcomité de la nueva Asociación de Psiquiatras y Neurólogos Alemanes.

A pesar de que algunos representantes alemanes todavía participaron en el Segundo Congreso Internacional de Higiene Mental que tuvo lugar en París en 1937 y en otros encuentros a escala europea en Múnich (1938) y Lugano (1939), lo cierto es que una porción nada desdeñable de la profesión psiquiátrica en el país había dado ya su apoyo a las políticas eugenésicas radicales del Tercer Reich, y que algunos de los promotores y protagonistas del antiguo movimiento de higiene mental acabaron involucrándose en el ominoso programa de exterminio masivo de enfermos y discapacitados psíquicos que el propio Adolf Hitler ordenó en secreto mientras las tropas alemanas cruzaban la frontera polaca con las consecuencias por todos conocidas. Como concluye Freis, resulta difícil imaginar un final más aciago -y a la vez tan consecuente- para un ideario que se proponía nada menos que liberar definitivamente a la sociedad de la pesada carga de la enfermedad mental.

BIBLIOGRAFÍA

 

Campos, Ricardo y Mariano Ruperthuz (eds.) (2022), Higiene mental, psiquiatría y sociedad en Iberoamérica (1920-1960), Madrid, Los Libros de la Catarata.

Freis, David (2018), “Diagnosing the Kaiser: Psychiatry, Wilhelm II and the Question of German War Guilt”, Medical History, 62(3), pp. 273-294. DOI: https://doi.org/10.1017/mdh.2018.22

Han, Byung-Chul (2014), Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, Barcelona, Herder.

Murat, Laure (2011), L’homme qui se prenait pour Napoléon. Pour une histoire politique de la folie, París, Gallimard.

Novella, Enric (2018), El discurso psicopatológico de la modernidad, Madrid, Los Libros de la Catarata.

Radkau, Joachim (1998), Das Zeitalter der Nervosität. Deutschland zwischen Bismarck und Hitler, Múnich, Carl Hanser Verlag.

Roelcke, Volker (1999), Krankheit und Kulturkritik: psychiatrische Gesellschaftsdeutungen im bürgerlichen Zeitalter, Fráncfort del Meno, Campus Verlag.

Weindling, Paul (1989), Health, Race and German Politics between National Unification and Nazism, 1870-1945, Cambridge/Nueva York, Cambridge University Press.