Asclepio. Revista de Historia de la Medicina y de la Ciencia 76 (1)
enero-junio 2024, e11
ISSN-L: 0210-4466. eISSN: 1988-3102
https://doi.org/10.3989/asclepio.2024.11

RESEÑAS / BOOK REVIEWS

Rafael Huertas

Instituto de Historia-CSIC

https://orcid.org/0000-0002-4543-7180

Maya González, José Antonio. Ficciones psicopatológicas. Prensa, locura y literatura en México (1882-1903). Ciudad de México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2023, 255 pp. [ISBN: 978-607-28-2844-5 (papel) 978-607-28- 2845-2 (digital)]

El estudio de las relaciones entre Medicina y Literatura tiene una gran tradición en el ámbito de las Humanidades Médicas, pero también en otros espacios académicos como la historia o los estudios culturales. Una nueva y muy sugerente aportación a dichas relaciones es estas Ficciones Psicopatológicas del historiador mexicano José Antonio Maya. Un libro en el que historia, literatura y medicina son el hilo conductor de una profunda y brillante reflexión sobre la locura y la cultura en el México del porfiriato.

El libro tiene su origen en la tesis doctoral de su autor y es el resultado de una investigación de largo aliento desarrollada en el marco de una línea de trabajo sobre historia cultural de la psiquiatría en la que se ha prestado especial atención al estudio de las representaciones sociales de la locura. Cabe destacar, en este mismo sentido, la reciente obra colectiva Literatura, medicina y escritura en Iberoamérica, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México y coordinada por José Antonio Maya y Ana Laura Zabala.

Ficciones psicopatológicas es, a mi juicio, una obra de madurez que nos introduce en las ya mencionadas relaciones entre medicina y literatura desde una perspectiva novedosa y original tanto por su propuesta metodológica como por sus contenidos. En cuanto al marco teórico-metodológico, no cabe duda de que la literatura, y en especial la novela, o el cuento o el relato corto, resultan ser fuentes muy valiosas que permiten llevar a cabo análisis históricos y sociológicos de determinadas épocas. En las últimas décadas se han ido ampliando las posibilidades heurísticas y el abanico de fuentes históricas es cada vez más amplio y abierto. En comparación con otro tipo de fuentes (documentos oficiales, legislación, textos científicos, historias clínicas, etc.), las obras de creación literaria tienen la ventaja de no haber estado sujetas -o al menos haberlo estado en menor medida, o de manera diferente- a los intereses o a las presiones del poder, sea este político o científico. La narrativa de ficción, tal y como apunta Luis Montiel y José Antonio Maya recoge, puede entenderse como una “fuente etnográfica” en la medida en que ayuda a reconstruir el paisaje cultural de un el periodo histórico que se considere. Dicho de otro modo, las fuentes analizadas permiten identificar las peculiaridades del imaginario sociocultural vigente en dicha época en torno a la locura. Peculiaridades que no eran uniformes ni monolíticas, sino diversas y volátiles.

Esto, para empezar, creo que obliga a repensar o corregir algunas categorías de análisis muy arraigadas en la crítica literaria sobre todo en la materialista. La literatura como “reflejo de la realidad”, postulada por autores tan importantes como Georg Lukács y matizada por otros como Arnold Hauser, debía incorporar la noción del personaje-tipo; es decir, aquel en el que el lector podía descubrir caracteres típicos en situaciones típicas. Sin embargo, para autores posteriores las obras literarias no son necesariamente un “reflejo de la realidad” aunque si pueden llegar a proponer “realidades posibles” que, tal como sostiene Ivan Jablonka, permiten adentrarse en el alma humana. Para Jablonka, la literatura tiene un marcado carácter de evocación de la realidad, llegando a afirmar, de manera todavía más contundente, que la literatura no es necesariamente sinónimo de ficción.

En todo caso, los personajes de las obras analizadas en el libro que presentamos no son nada típicos, se salen de “lo normal” para mostrar “lo patológico” a través de lo psíquico, lo íntimo y lo emocional. Podríamos decir que son “ficciones con sentido de verosimilitud”, por las que desfilan personajes que no son personajes-tipo (en el sentido aludido) sino todo lo contrario, sujetos que transgreden las normas y que habitan la periferia del orden y de la moral. Como el propio José Antonio Maya enumera, son “delincuentes siniestros, caballeros indulgentes, locos reflexivos, alcohólicos enfurecidos, jovencitas enamoradas, muchachitas delirantes, sabios incomprendidos, homicidas refinados”. Todos ellos conforman un amplio mosaico de personajes y situaciones que simbolizan buena parte de los miedos finiseculares de las sociedades burguesas en las naciones emergentes.

La historia cultural resulta el marco idóneo para la investigación que Maya ha llevado a cabo. Como es bien sabido, la historia cultural no es una rama especializada de la historia (como lo puede ser la historia económica, la historia política, incluso la historia social), lo que permite asumir un entramado interdisciplinar y un enfoque transversal en el que la historia, la literatura, la antropología, los estudios culturales etc., dialogan y se retroalimentan constantemente. Creo que en estas Ficciones psicopatológicas se pueden identificar influencias de la cuarta generación de la Escuela de Annales con Roger Chartier y su historia de las representaciones y de las prácticas, pero también guiños a Foucault, como en el apartado titulado “vigilar y prohibir”. Además, como no podía ser de otro modo, la cultura escrita tiene un peso específico considerable. La historia de la cultura escrita se pregunta quién escribe y por qué, analiza todo el contexto que rodea la escritura y estudia sus usos y su difusión (desde las estrategias editoriales a los potenciales lectores). Creo que uno de los grandes aciertos del libro que comentamos es, precisamente, la atención que presta a los distintos soportes de la escritura: novelas, cuentos, folletines, novelas por entregas, artículos, noticias y reportajes periodísticos etc., que permiten valorar hasta qué punto la locura y sus instituciones llegaron a la opinión pública con fines didácticos unas veces y revulsivos o críticos otras. La distinción entre médicos-escritores del nacionalismo cultural y escritores-periodistas del modernismo decadente que se establece resulta útil a la hora de establecer diferencias en los fines y contenidos de las distintas maneras de escribir en torno a la locura.

Tampoco se puede olvidar la importancia de la prensa en los proyectos de modernidad nacional burguesa como el que representa en México los gobiernos de Porfirio Díaz. Una prensa que además de los artículos estrictamente periodísticos albergaba mucha literatura (novelas por entregas, etc.) y constituía un elemento fundamental en la aparición de una cultura de masas cuyas opiniones e inquietudes se fueron modelando a través, en buena medida, de esa “civilización del periódico” tan arraigada a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Y tampoco parece una casualidad, la amplia presencia de la locura en la literatura y en la prensa del porfiriato, lo que pone de manifiesto la preocupación por una sociedad higiénica y ordenada a la que el porfiriato, con el apoyo de la ciencia positivista, aspiraba. No en vano, el manicomio de La Castañeda fue inaugurado en 1910, ya al final del mandato de Porfirio Díaz. La fundación de este establecimiento psiquiátrico, el más grande de México -que se mantuvo en funcionamiento hasta 1968- podría interpretarse como un legado postrero, y en cierto modo siniestro, del porfiriato ante la alarma generada por la locura de la sociedad mexicana.

José Antonio Maya desarrolla sus Ficciones psicopatológicas a lo largo de siete capítulos, cuyos títulos nos ofrecen, en sí mismos, una información precisa sobre sus contenidos: “La medicalización de las pasiones”; “Dementes en la prensa capitalina”; “Escritores moralistas”; “Sentimentales, violentos e histéricas”; “Escritores perversos, narrativas malsanas”; “Pervertidos, suicidas y locos-criminales”. La locura, medicalizada o no, aparece con toda su fuerza simbólica en la prensa y en la literatura de finales del XIX y comienzos del XX, pero es necesario insistir en que la locura es un concepto polisémico y ambiguo sujeto a apropiaciones y resignificaciones. Por un lado, la locura entendida como enfermedad mental, que los psiquiatras observan y clasifican; y, por otro lado, la locura como una dimensión esencial de nuestra cultura: la extrañeza, la amenaza, la alteridad radical, todo aquello que una civilización ve como su límite, su contrario, su otro. Pues bien, estas dos acepciones, aparecen y se combinan de manera inteligente en el texto de José Antonio Maya. En el primer sentido, el de enfermedad mental, es interesante valorar la recepción popular, a través de la prensa y las novelas estudiadas, de unos saberes psiquiátricos en un momento en el que, como ha señalado Andrés Ríos, aún no estaba consolidada en México la psiquiatría como profesión o como especialidad médica, existiendo tan solo ciertos médicos interesados por la psicopatología. A esto yo añadiría que, al igual que en otros países alejados de los núcleos de producción original, en México se produce una recepción y una asimilación simultánea del primer alienismo francés (Pinel y Esquirol), del degeneracionismo moreliano o de la antropología criminal lombrosiana, lo que da lugar a una amalgama de ideas y discursos tanto en la literatura científica como de ficción. En el segundo sentido, el de la alteridad, el loco y la loca, tal como nos explica José Antonio, funciona como la imagen negativa de las “virtudes burguesas”, es decir, de la norma y la moral hegemónicas.

Especialmente interesante me parecen las páginas dedicadas a analizar la influencia de Max Nordau sobre la intelectualidad mexicana en relación con el arte degenerado y decadente, así como la fascinación por las “literaturas malsanas” del catalán Pompeyo Gener. Estas literaturas malsanas podrían emparentarse, a mi juicio, con la Literatura trágica de Scipio Sighele, quien, de acuerdo con la tradición de la escuela positivista italiana, consideraba que la literatura del fin de siglo no era sino una vasta clínica y que las observaciones y los “casos clínicos” descritos por los literatos tienen similar valor probatorio que los presentados por los médicos en sus sesiones hospitalarias. Literatura y medicina dialogan y se retroalimentan.

En esa predilección por lo patológico, por las páginas literarias desfilan perversos y pervertidos, locos y criminales, suicidas e histéricas. Las pasiones se medicalizan y romanticismo, positivismo y decadentismo se atraviesan con frecuencia. No en vano la modernidad había traído consigo una nueva concepción de individuo. Un individuo sensible e intimista, dado a la introspección y a una reflexividad del yo que es percibido como problemático y que está sujeto a lo que Richard Senet llamó la “tiranía de la intimidad”. Estamos considerando una época en la que se están produciendo trasformaciones del estilo y del ritmo de vida -la aceleración y la inquietud que justificaba la neurastenia, por ejemplo-, en la que la esfera de lo público y lo privado empieza a entrar en conflicto y en la que determinados patrones de experiencia y conducta (trastornada, neurótica o incluso psicótica) se hacen socialmente visibles. Modelo paradigmático de locura femenina, la histeria estará presente en las novelas sentimentales y en otras muchas. Adúlteras -pero también histéricas, cabría añadir- representan en muy buena medida la figura de la mujer insatisfecha en la literatura realista del cambio de siglo, tal como la hispanista Birutė Ciplijauskaitė nos enseñó en una obra ya clásica y muy conocida.

En suma, Ficciones psicopatológicas es un libro riguroso y brillante en el que su autor analiza con gran solvencia las relaciones entre literatura y medicina, recogiendo las inquietudes y las discusiones médicas, sociales y culturales en torno a la locura que, en cierto modo, aludían a miedos, fantasías y deseos, a experiencias, emociones y sensibilidades del México del porfiriato. De escritura fluida y amena, con rigor académico, pero sin artificios academicistas, su lectura interesará a los especialistas y académicos, pero también a un público más general interesado en el fascinante mundo en el que José Antonio Maya nos introduce.