INTRODUCCIÓN
⌅Mary Luise Pratt, en su conocido “Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation”, mantuvo que Humboldt, en el diario resultante de su recorrido por el continente americano, había presentado una naturaleza salvaje, primigenia, que ofrecía un vasto campo de investigación, a la vez que suprimía lo humano y silenciaba la historia (Pratt, 2008Pratt, Mary Louisse (2008), Imperial eyes: travel writing and transculturation, New York, Routledge., pp. 122-132). También autores como Jorge Cañizares-Esguerra han puesto de relieve que Humboldt abordó el territorio americano, y los Andes en particular, como un laboratorio natural, rico en especies animales y vegetales, pero vacío de seres humanos. Y ello, a pesar de apoyarse, en su viaje, en la red creada por los intelectuales hispanoamericanos, por los informantes o los relatos de cronistas y misioneros que, antes que él, recorrieron y describieron el territorio americano (Cañizares-Esguerra, 2019Cañizares-Esguerra, Jorge (2019), “Sobre Humboldt y el colonialismo epistemológico. La invención de la naturaleza de Andrea Wulf”. https://jorgecanizaresesguerra.medium.com/sobre-humboldt-y-el-colonialismo-epistemol%C3%B3gico-la-invenci%C3%B3n-de-la-naturaleza-de-andrea-wulf-c23da2dfbb40; Thurner y Cañizares-Esguerra, 2023Thurner, Mark y Cañizares-Esguerra, Jorge (2023), The invention of Humboldt. On the Geopolitics of Knowledge, New York and London, Routledge Studies in Global Latin America., p. 4).
El éxito del libro de Andrea Wulf, La invención de la naturaleza. El Nuevo Mundo de Alexandre von Humboldt ha reanimado el debate, no sin polémica, al haber contribuido esta autora a la imagen que el propio Humboldt construyó de sí mismo, presentándolo como un nuevo Colón, descubridor de un Nuevo Mundo. A su paso por las junglas del Orinoco, señala Wulf, “probaba el agua de los distintos ríos como un entendido en vinos” (Wulf, 2021Wulf, Andrea (2021), La invención de la naturaleza. El Nuevo Mundo de Alexandre Von Humboldt, Madrid, Taurus. p. 102). El naturalista no estaba sino replicando el gesto aprendido de sus informantes indígenas que presumían de poder distinguir los varios afluentes del Orinoco y el Amazonas, por el sabor. El mismo Humboldt lo narra en su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continentente, cuya primera edición se publicaba entre 1814 y 18341
Volviendo sobre el clásico de Pratt, Adrián Herrera, centrándose en el relato que Humboldt hizo de la exploración de las cuencas del Orinoco y el Amazonas, en su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, ha matizado las afirmaciones de Mary Louise Pratt sobre la forma en que el naturalista prusiano habría hecho desaparecer al objeto humano, detrás de su mirada de científico europeo. Interesado por las observaciones de Humboldt sobre las lenguas americanas, Herrera subraya la densidad que estas cobran en esta parte del diario, en torno a las lenguas de los pueblos maipures y chaymas (Herrera, 2019Herrera, Adrián (2019), “El indígena a través del diálogo y los actos de habla en el viaje americano de Alexander von Humboldt”, Iberoamericana. América Latina, España, Portugal: Ensayos sobre letras, historia y sociedad, 19(70), pp. 9-24., pp.10-11). Es probable que las fuentes en las que se apoyara el naturalista cuando emprendió el viaje al Orinoco -la obra del franciscano Antonio Caulin y la de jesuitas, como Joseph Gumilla o Filippo Gilij- todos ellos estudiosos de las lenguas nativas, explique en parte la riqueza de sus comentarios lingüísticos. Y, sin duda, la lingüística comparada era uno de los temas estrella de la Ilustración europea. Pero también podemos pensar que la necesidad de la interlocución con los nativos, obligados mediadores en las selvas tropicales, explica el protagonismo adquirido por las lenguas locales en la obra del naturalista. El hablante, lejos de desaparecer, señala Herrera, cumple, a través del diálogo, una función concreta en diferentes momentos de su viaje, ofreciendo la experiencia cotidiana de quienes habitan el territorio y aún sus conocimientos sobre la naturaleza.
Si Herrera centra su análisis en el diario de Humboldt, Mary Pratt, a la hora de sustentar su idea sobre la desaparición del componente humano en el paisaje americano, en la obra del naturalista, apoyó su interpretación en los Cuadros de la Naturaleza, publicada por primera vez en 1808. En cambio, en sus consideraciones sobre el Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, Pratt sí menciona las referencias de Humboldt a los informantes y guías indígenas y criollos. Pero a su modo de ver, estos siempre aparecen en una posición subalterna: “the Americans, both masters and slaves, come alive, but only in the immediate service of the Europeans” (Pratt, 2008Pratt, Mary Louisse (2008), Imperial eyes: travel writing and transculturation, New York, Routledge., 128).
También Cañizares-Esguerra, en un trabajo incluido en la obra colectiva que coordina junto a Mark Thurner (Thurner y Cañizares-Esguerra, 2023Thurner, Mark y Cañizares-Esguerra, Jorge (2023), The invention of Humboldt. On the Geopolitics of Knowledge, New York and London, Routledge Studies in Global Latin America.), escoge el análisis de una obra particular de Humboldt: el Examen Crítico de la Historia de la Geografía del Nuevo Continente. Cañizares demuestra convincentemente como el naturalista ignoró los esfuerzos realizados por Juan Bautista Muñoz y Fernández Navarrete por presentar de manera colectiva las aportaciones de los viajes ibéricos, en el terreno de la técnica, las ciencias naturales y la navegación, para optar por ensalzar la figura de un Colón profético, intuitivo, en soledad, muy parecido al retrato que haría de sí mismo (Cañizares-Esguerra, 2023Cañizares-Esguerra, Jorge (2023), “Humboldt´s Colombus, or the Iberian worlds that Humboldt ignored”. En: Thurner, Mark y Cañizares-Esguerra, Jorge, The invention of Humboldt. On the Geopolitics of Knowledge, New York and London, Routledge Studies in Global Latin America, pp. 302-317., p.302-317).
Sin embargo, la fuente que en este artículo se va a emplear, el Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, y en particular su recorrido por el Orinoco y el Amazonas, no presenta un paisaje vacío de seres humanos. Humboldt da en ella un especial protagonismo, como defiende Herrera, a las diferentes naciones indígenas con las que interactuó o sobre las que leyó en las crónicas sobre el territorio. Pero, además, lo que aquí se propone es una lectura distinta a la que realiza Pratt cuando afirma: “the Personal Narrative naturalizes colonial relations and racial hierarchy, representing Americans, above all, in terms of the quintessential colonial relationship of disponibilité” (Pratt, 2008Pratt, Mary Louisse (2008), Imperial eyes: travel writing and transculturation, New York, Routledge., p.128).
Hugh Raffles, en su estudio del viaje de Henry Walter Bates por la Amazonía (1848-1859), en lugar de asumir sin más la “disponibilidad” de las poblaciones locales, de la que habla Pratt, se preguntaba qué era lo que ocurría con la ciencia natural de Bates en el momento del encuentro con las poblaciones amazónicas y la enormidad de la naturaleza (Raffles, 2001Raffles, Hugues (2001), “The uses of butterflies”, American Ethnologist, 28(3), pp. 513-548., pp. 530-531)3
Las páginas que siguen, acercándonos a la propuesta de Raffles, abordarán por ello el espacio que Humboldt otorgó en su diario al conocimiento indígena, y especialmente a los saberes relacionados con la navegación fluvial, en su recorrido por las cuencas del Orinoco y Amazonas, entre marzo y junio de 1800. Se pondrá de relieve la forma en que Humboldt visibilizó otras formas de conocimiento de la naturaleza y se reflexionará sobre el modo en que diferentes saberes tácitos posibilitaron el paso de los naturalistas por esta área geográfica, como antes el de otros europeos.
En las junglas americanas, alejadas de los centros urbanos, diseminados a uno y otro lado del Atlántico, no parecen haberse creado instituciones que validaran y estandarizaran las prácticas empíricas para el estudio de la naturaleza americana, como sí sucedió en otras partes del imperio (Barrera-Osorio, 2006Barrera-Osorio, Antonio (2006), Experiencing Nature: The Spanish American Empire and the Early Scientific Revolution, Austin, University of Texas Press.; Portuondo, 2013Portuondo, María (2013), Ciencia secreta. La cosmografía española y el Nuevo Mundo, Madrid, Iberoamericana-Vervuert.). Pero la labor misionera de los jesuitas, que requería de la adquisición de saberes sobre el manejo y conocimiento del medio natural, no puede entenderse al margen, ni de las redes indígenas-los principales detentadores de esos saberes prácticos- ni de sus conexiones con diferentes centros educacionales, bibliotecas o archivos en Europa y América4
Al mismo tiempo, su diario deja entrever como, en estos espacios informales, o zonas de contacto, la presencia colonial y las relaciones de poder que aseguraban la apropiación de saberes y técnicas locales, no excluyeron otras lógicas de intercambio o negociaciones más horizontales, del saber tácito y empírico (Regourd, 2015Regourd, François (2015), “Localités et centralités scientifiques: les mondes atlantiques (XVIe-XVIIIe siècle)”. En: Van Damme, Stéphane, Histoire des sciences et des savoirs, t. 1: De la Renaissance aux Lumières, Paris, Éditions du Seuil, pp. 325-345., pp. 336-340).
ALLÁ DONDE LOS INSTRUMENTOS CIENTÍFICOS NO ALCANZAN
⌅Como es bien sabido, no fue América el primer destino escogido por Alexander von Humboldt, en sus ansias de emular a los viajeros naturalistas del período. Tras varios intentos fracasados de embarcarse en diferentes expediciones a ultramar y gracias al apoyo económico que supuso la herencia materna, entre 1799 y 1804, bajo la protección de S. M. Católica, Carlos IV, y acompañado del botánico Aimé Bonpland (1773-1858), el naturalista prusiano y su compañero recorrieron América, dejando como legado los varios tomos que componen su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente (Melon, 2021Melon, Armando (2021), Alejandro de Humboldt. Vida y Obra (Estudio Preliminar de Josefina Gómez Mendoza), Pamplona, Urgoiti Editores, Pamplona., pp. 123-124). La estancia en España y el contacto con miembros de las instituciones científicas ilustradas españolas les habían proporcionado el conocimiento, los datos y la documentación necesaria para emprender el viaje (Puig-Samper, 1999Puig-Samper Mulero, Miguel Ángel (1999), “Humboldt, un prusiano en la Corte del Rey Carlos IV”, Revista de Indias, LIX(219), pp. 329-355.; Puig-Samper y Rebok, 2007Puig-Samper Mulero, Miguel Ángel y Rebok, Sandra (2007), Sentir y medir. Alexander von Humboldt en España, Aranjuez, Doce Calles.).
Hay algunas partes del relato de su viaje que siguen generando una especial fascinación, y su recorrido por las cuencas fluviales del Orinoco y el Amazonas entre marzo y junio de 1800, sin duda, es una de ellas. Y ello, tanto por el espacio natural del que se ocupa, como por la capacidad del naturalista de trasladar a sus lectores a las junglas americanas, haciéndoles contemplar jaguares, tortugas y toda la frondosidad y diversidad del paisaje de las selvas tropicales, como si de una película se tratara, en la que una naturaleza en movimiento refleja su propia concepción orgánica y dinámica de la misma (Pimentel, 2003Pimentel, Juan (2003), Testigos del mundo. Ciencia, literatura y viajes en la Ilustración, Madrid, Marcial Pons., pp.197-198).
Después de llegar al puerto de Cumaná y visitar la costa de Paria, las provincias de Nueva Andalucía, de Nueva Barcelona, de Venezuela y la Guayana española, en enero de 1800 Humboldt y Bonpland salían de Caracas, para alcanzar el 25 de marzo, la villa de San Fernando del Apuré, capital de las misiones capuchinas en la provincia de Barinas. Daban así por concluido su viaje por los Llanos y se disponían ahora a adentrarse en la Amazonía venezolana: “No sin emoción vimos por la primera vez y después de tan largo deseo, las aguas del Orinoco en un punto tan distante de la costa”, afirmaría en el relato el naturalista prusiano (Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. II, p. 514). Humboldt y Bonpland emprendieron entonces un viaje por la red de afluentes del Orinoco, teniendo que alternar su recorrido fluvial con trayectos por tierra en los que más de veinte personas tenían que arrastrar las canoas, superaron las grandes cataratas de Atures y Maipures y, finalmente, a inicios de mayo, alcanzaron el sistema del Amazonas. Desde uno de sus grandes afluentes, el Río Negro, Humboldt se embarcaría en el canal del Casiquiare, penetrando de nuevo en el sistema hídrico del Orinoco. Podría entonces cumplir con el que era uno de sus objetivos principales en esta parte de su viaje: determinar astronómicamente el curso de este canal navegable, confirmando así la conexión entre ambos sistemas fluviales (Puig-Samper, 1999Puig-Samper Mulero, Miguel Ángel (1999), “Los secretos del río Orinoco. Humboldt y el descubrimiento ilustrado del río”, Sociedad Geográfica Española, Nº34, pp34-40., pp. 34-40)5
Alejado de las ciudades y de las comunidades científicas con las que Humboldt había venido relacionándose desde que abandonara la península, las selvas del Orinoco colocaron al naturalista ante una situación nueva y no exenta de retos científicos, más allá de los peligros habituales de este tipo de viajes que tanto atraían a los exploradores del período. Debía moverse en una intricada red fluvial que requería de conocimientos náuticos muy precisos, la enorme diversidad lingüística del territorio le obligaba a contar con mediadores que pudieran tender puentes con quienes conocían y vivían ese entorno natural, y las misiones, alejadas unas de otras por kilómetros de distancia, eran prácticamente las únicas interlocutoras posibles. Además, se encontraba en un medio en el que no siempre la precisión y fiabilidad de sus instrumentos científicos podían dar respuesta a sus preguntas (Bourguet, 2008Bourguet, Marie-Noëlle (2008), “Escritura del viaje y construcción científica del mundo. la libreta de Italia de Alexander von Humboldt”, Redes, 14, pp. 81-95., p.87).
Humboldt y Bonpland habían emprendido un viaje confiados en que sus instrumentos científicos6
Cuando no hay más caminos que el de los ríos tortuosos e intrincados y las pequeñas aldeas quedan ocultas en medio de bosques espesos, cuando en un país completamente llano no es visible ninguna montaña ni ningún objeto elevado desde dos puntos al mismo tiempo, sólo en el cielo puede leerse el lugar de la tierra donde se encuentra uno (…)
(Humboldt, 1822Humboldt, Alexander von (1822), Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent (1822). Tome Septiéme. Paris, Librairie grecque-latine-allemande. [en línea], disponible en https://wellcomecollection.org/works/m66fdvw9, p. 245).
Al iniciar su travesía por el Orinoco llevaban consigo un sextante, un barómetro, un compás de inclinación, un termómetro y un higrómetro, junto al papel para almacenar y secar especímenes de plantas. En numerosas cartas y comunicaciones, Humboldt hizo continuas referencias a la preparación de sus instrumentos antes del viaje, a la comprobación de su precisión y al cuidado con el que había preparado su transporte a América. El objetivo era observar este nuevo mundo de la manera más objetiva posible y traducir dicha observación a datos más precisos que los de las expediciones que le habían antecedido (Puig-Samper, 2017Puig-Samper Mulero, Miguel Ángel (2017), “La medida de América: de la observación métrica ilustrada española al empirismo razonado humboldtiano”, Historia mexicana, 67(2), pp. 907-963., p. 937-953). De hecho, no dejó de subrayar, en su relato del viaje, el paso que sus instrumentos científicos le permitirían dar, con relación a viajes anteriores:
En esa región, a la que la expedición de límites no pudo llevar ningún aparato astronómico, determiné, con ayuda del cronómetro de Louis Berthoud y el cálculo de meridianos de astros, las posiciones de san Baltasar de Atabapo, de Javita, de san carlos del Río Negro, de la roca de Culimacari y de la Esmeralda
(Humboldt, 1822Humboldt, Alexander von (1822), Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent (1822). Tome Septiéme. Paris, Librairie grecque-latine-allemande. [en línea], disponible en https://wellcomecollection.org/works/m66fdvw9, p. 245).
Pero también relató, con su característica expresividad, las dificultades para hacer uso de esos instrumentos en determinados tramos de su recorrido: “allí avanzamos por una selva tan espesa que no era posible orientarse ni por el sol ni por las estrellas” (Humboldt, 1822Humboldt, Alexander von (1822), Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent (1822). Tome Septiéme. Paris, Librairie grecque-latine-allemande. [en línea], disponible en https://wellcomecollection.org/works/m66fdvw9, p. 297).
Humboldt se había mostrado fascinado por una naturaleza que se mostraba indómita frente a la presencia europea. El habitante de los trópicos podía gozar de la visión de todas las formas vegetales: “La tierra le revela en su conjunto de una vez todas sus tan variables creaciones, lo mismo que el firmamento estrellado no le oculta nada de polo a polo, ninguno de sus brillantes mundos”. A los europeos les serían desconocidas para siempre muchas de las plantas que él tenía el privilegio de contemplar junto a su compañero Bonpland (Humboldt, 1985Humboldt, Alexander von (1985), Ideas para una Geografía de las Plantas, Bogotá, Jardín Botánico de Bogotá., p. 19).
El naturalista compartía con la comunidad científica la confianza en la capacidad de otro de los aparatajes científicos del momento: la red binomial linneana para apresar toda esa diversidad morfológica vegetal en una nomenclatura de validez universal (Lafuente y Valverde, 2012Lafuente, Antonio y Valverde, Nuria (2012), “Botánica linneana y biopolíticas imperiales españolas”. En: Lafuente, Antonio et alii (eds.), Las dos orillas de la ciencia. La traza pública e imperial de la Ilustración española, Madrid, Marcial Pons, pp. 127-142., p. 131). Pero no tuvo más remedio, aquí también, que reconocer los límites, la fatalidad que acompañaba a los viajeros cuando a su paso encontraban las plantas desprovistas de flores, única forma para los apóstoles de Linneo de conocer y nombrar las especies vegetales. La anécdota que relataría en su diario sobre la indiferencia con la que los indios vieron caer al agua el primer tomo de los Genera Plantarum de Schreber (1774), no deja de ser expresiva de las dificultades de comunicación que, en torno a la botánica, se producirían a lo largo del viaje: “en aquellas riveras, a los blancos no les faltaría sol para secar sus papeles”, señalaría el piloto indio, de acuerdo a la narración de Humboldt, compungido por la posibilidad de perder una de las pocas obras científicas que habían podido trasladar a los trópicos (Humboldt, 1820Humboldt, Alexander von (1820), Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent, t. VI, Paris, [en línea], disponible en <https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k1042947d> [ consultado el 10-07-2018)., p. 298).
En definitiva, alcanzar el Orinoco era como acercarse a un nuevo mundo. Trescientos años antes, la Historia Natural y Moral de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo (1535-1557) también había trasladado a sus lectores la existencia de novedades inabarcables para la mirada europea. Alertaba por aquel entonces el cronista de la distancia que existía entre lo visto y lo conocido:
Porque, aunque se ve, lo más de ello se ignora, porque no se saben los nombres de tales árboles, ni sus propiedades…ni hay otra cosa más entendida que la grandeza e hermosura de estas florestas e boscajes (cuanto a la vista); pero sin entenderse sus propiedades y virtudes
(Carillo, 2004Carrillo Castillo, Jesús Mª (2004), Naturaleza e imperio: la representación del mundo natural en la historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid, Fundación Carolina: Doce Calles., p. 144).
Humboldt y Bonpland se encontraban en una situación muy parecida a la de Oviedo en las selvas del Orinoco, desbordados por la densidad y diversidad biológica de la vegetación, en una geografía que mal conocían y en un espacio alejado de archivos y de las comunidades científicas con las que habían tenido ocasión de departir antes de iniciar su viaje a los Llanos. Y, como Oviedo, requerirían de la mediación de las naciones indígenas que habitaban y experimentaban ese espacio alejado de lo que un ciudadano de la república de las letras entendía, por aquel entonces, como civilización. Sin embargo, esa distancia de las comunidades letradas que sí encontraría en otras partes del territorio americano, las sociedades criollas ilustradas, las importantes bibliotecas religiosas…no significaba que se encontrara, sin duda afirmaríamos hoy, en un espacio sin saberes, sin culturas de conocimiento de lo natural: la de las diferentes naciones indígenas que encontró a su paso, y que cobran en su texto considerable protagonismo, como pretendemos demostrar, y la producida por los misioneros que recorrieron antes que él este mismo territorio o que colaboraron con Humboldt y Bonpland, en el transcurso de su viaje. Sería el propio naturalista prusiano quien pondría en valor el papel mediador de las misiones, lamentando que la falta de tiempo le impidiera mayores logros científicos:
Si un viajero, favorecido como nosotros lo habíamos sido por la hospitalidad de los misioneros, permaneciese un año en las riberas del Atabapo, del Tuamini y del Río Negro, y otro año en las montañas de la Esmeralda y del alto Orinoco, triplicaría, a no dudarlo, el número de los géneros descritos por Aublet y M. Richard
(Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, pp. 303-304).
No obstante, como ha señalado la historiografía, Humboldt escogería selectivamente entre citar profusamente sus fuentes o invisibilizar a quienes le habían precedido en sus itinerarios (Safier, 2023Safier, Neil (2023), “Incas, pyramids and amazons. Notes on Humboldt´s Equatorial Encounters”. En: Thurner, Mark y Cañizares-Esguerra, Jorge, The invention of Humboldt. On the Geopolitics of Knowledge, Routledge Studies in Global Latin America, New York and London, Routledge Studies in Global Latin America, pp. 148-168., p. 152). Presumiría así de erudición y explorador bien informado o, al contrario, escogería ocultar a sus informantes, creando alrededor de él un aura de viajero científico solitario.
EMBARCADOS EN PIRAGUAS Y LECTURAS
⌅Humboldt se había propuesto bosquejar una nueva imagen de la tierra, de su formación y de su historia. En 1799 había escrito que, cuando se observaba una pequeña franja de terreno, todo parecía más excepción que regla. Lo suyo eran las leyes de la naturaleza y para entenderlas y extraerlas era fundamental recorrer físicamente el globo. “Medir y viajar”, lo ha dicho Marie-Noëlle Bourguet, entre otros, eran para el naturalista “las dos facetas de una misma empresa” (Bourguet, 2008Bourguet, Marie-Noëlle (2008), “Escritura del viaje y construcción científica del mundo. la libreta de Italia de Alexander von Humboldt”, Redes, 14, pp. 81-95., p. 87). Y moverse exigía en esta parte de su viaje, navegar, avanzar por ríos que eran, en palabras del jesuita Joseph Gumilla y su Orinoco Ilustrado, “cadenas dilatadas de aguas enlazadas unas con otras, deslizándose por varios terrenos, según la longitud de sus corrientes” (Gumilla, 1745Gumilla, Joseph (1745), El Orinoco ilustrado y defendido historia natural, civil y geographica de este gran rio: govierno, usos y costumbres de los indios, [en línea], disponible en https://bibliotecadigital.aecid.es/bibliodig/es/consulta/registro.cmd?id=929, V1, p. 36), con la consiguiente necesidad de conocimientos especializados de navegación en cada uno de sus tramos, en manos de las poblaciones locales.
Conviene recordar el contexto colonial en el que se desarrollaba el viaje para comprender el marco de relaciones en el que podían obtener o hacer uso los europeos de ese conocimiento sobre la navegación fluvial, del que al mismo tiempo dependían.
El territorio que hoy conforma las cuencas colombo-venezolanas del Orinoco y el Amazonas formaba parte de la provincia guayanesa; un espacio estratégico para frenar la expansión portuguesa, holandesa y francesa. Estaba limitado al norte por el Bajo Orinoco, al sur por el río Amazonas, al este por el océano atlántico, y al Oeste por el Río Negro, Caño de Casiquiare y Alto Orinoco. Se caracterizaba por la dispersión geográfica de sus habitantes, correspondiente con diversas familias étnicas, y “un conglomerado de naciones” y una multitud de lenguas (Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 47). Tantas que, a pesar de ser muchos los trabajos lingüísticos desarrollados por los jesuitas, no se impuso una lengua general en la estrategia misionera de esta orden en el Orinoco, como sí sucedió con el quechua o el náhuatl, fomentándose en las reducciones el aprendizaje del español, que permitiría a Humboldt la interacción con los intérpretes (Rey Fajardo, 1979Rey Fajardo, José del (1979), “Los Jesuitas y las lenguas indígenas venezolanas”, Montalbán, Caracas, 9, pp. 357-478.).
Este territorio naturalmente despoblado estuvo muy marcado desde el siglo XVII por las guerrillas caribes, al servicio de los holandeses, a quienes abastecían de esclavos para sus plantaciones de azúcar y tabaco (Lucena Giraldo, 1993Lucena Giraldo, Manuel (1993), Laboratorio Tropical, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas., pp. 35-55). La permanente ofensiva Caribe, de acuerdo a José Rey Fajardo, aniquiló a más de 30.000 indígenas entre 1696 y 1730 y supuso la venta, por parte de los caribes, de más de 10.000 como esclavos, generando una permanente inestabilidad territorial, migraciones forzadas y la imposibilidad de desarrollar un proyecto de colonización permanente, hasta que a finales de la década de 1710, gracias a la alianza con grupos enemigos de los caribes, la situación pudo revertirse parcialmente y avanzar los misioneros (Rey Fajardo, 2014Rey Fajardo, José del (2014), “El Tratado de Límites de 1750 y el ocaso de la acción jesuítica en la Orinoquia”, IHS: Antiguos Jesuitas en Iberoamérica, 2(2), pp. 25-55., p. 31). La estrategia misionera fue la única posible, en un territorio en el que la presencia militar no logró desarrollarse de manera eficaz.
En 1732 se encontró una solución bastante estable a la competencia de las diferentes órdenes religiosas por el control de las poblaciones locales, dividiéndose el territorio entre los capuchinos catalanes, franciscanos observantes y los jesuitas. Más tarde se unirían los capuchinos andaluces. El territorio que Humboldt recorrió era heredero, por una parte, de la presencia de los jesuitas en el Bajo Orinoco, en el territorio situado entre Atures y el delta del río, y por otra de los capuchinos catalanes, que se instalaron en el Río Negro y el Alto Orinoco, y que además asumieron las misiones jesuitas, tras la expulsión de la compañía (Ramos, 1955Ramos, Demetrio (1955), “Las misiones del Orinoco a la luz de pugnas territoriales (s. XVII y XVIII)”, Anuario de Estudios Americanos, 12(1), pp. 1-37.). Ya antes de la misma, la política de la corte de Madrid, que había acompañado la expedición de límites, se había propuesto retirar a los jesuitas de las fronteras brasileñas, también en esta zona de confluencia entre el Orinoco y el Amazonas. José de Iturriaga, primero, y más tarde don José de Solano, fueron los artífices de la presencia capuchina más allá de Maipures (Rey Fajardo, 2014Rey Fajardo, José del (2014), “El Tratado de Límites de 1750 y el ocaso de la acción jesuítica en la Orinoquia”, IHS: Antiguos Jesuitas en Iberoamérica, 2(2), pp. 25-55., pp. 44-51). Esta división se reflejaría en las fuentes empleadas por Humboldt en su recorrido.
A pesar de escribir décadas después de la expulsión, Humboldt estableció en su diario una distinción entre las misiones de la parte baja del Orinoco, anteriormente jesuitas, y las del alto Orinoco, capuchinas, mucho más distanciadas en el espacio. Y vinculó esta división, coincidente con las grandes cataratas de Atures y Maipures, entre misiones de origen jesuita y misiones capuchinas, a la existencia, o no, de una cultura letrada misionera que había producido historias naturales del territorio que atravesaban y de las que Humboldt se serviría a lo largo de su viaje: “Ninguno de los misioneros que han descrito el Orinoco antes que yo, y los padres Gumilla, Gili y Caulin, han pasado del raudal de Maipures”7
En todo momento requirió, de cualquier manera, de los conocimientos tácitos y empíricos de las diferentes naciones indígenas con las que interactuó y de la mediación de los misioneros. El escenario de esta interacción, mínimamente caracterizado en los párrafos anteriores, podría desde luego denominarse una “zona de contacto”, empleando la expresión acuñada por Mary Louise Pratt. Esta historiadora utilizó la idea de la zona de contacto para describir el espacio en el que individuos separados por geografía e historia entraban en contacto en un contexto de relaciones de poder asimétricas, marcadas por la desigualdad y el conflicto (Pratt, 2008Pratt, Mary Louisse (2008), Imperial eyes: travel writing and transculturation, New York, Routledge., p. 8). Acertadamente, Londa Schiebinger, en relación con las expediciones científicas, ha señalado que el contacto entre europeos -en este caso los misioneros o el propio Humboldt e indígenas, implicaba ciertamente desigualdad y coerción, pero también suponía dependencia de los primeros de los conocimientos de los segundos, que podían merced a ello manipular a los europeos (Schiebinger, 2004Schiebinger, Londa (2004), Plants and Empire. Colonial Bioprospecting in the Atlantic World, Cambridge, Massachusetts and London, Harvard University Press., pp. 82-90). Vamos a considerar, a partir de la propia narración de Humboldt, el carácter de estas relaciones, en torno al dominio de la navegación fluvial y los conocimientos tácitos vinculados a la misma.
El 27 de marzo de 1800 Humboldt y Bonpland habían dejado atrás san Fernando de Apuré, capital de las misiones de capuchinos de la provincia de Barinas. El 9 de abril encontraron a los misioneros de Carichana y las Cataratas en Pararuma, negándose el patrón indio que les había guiado hasta allí a seguir, por miedo a los raudales del Orinoco, cuya navegación desconocía “el piloto indio, que nos había conducido desde San Fernando de Apure hasta la playa de Pararuma, desconociendo el paso a través de los rápidos del Orinoco, no quiso encargarse de llevar más allá nuestra embarcación. Tuvimos que conformarnos con su voluntad” (Humboldt, 1820Humboldt, Alexander von (1820), Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent, t. VI, Paris, [en línea], disponible en <https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k1042947d> [ consultado el 10-07-2018)., p. 314). El propio Humboldt señalaría la diferencia entre la navegación en el bajo Orinoco y el alto Orinoco que se iniciaba en esta parte. Mientras que, en el transcurso del bajo Orinoco, no conocían los viajeros otros peligros que las balsas naturales formadas por los árboles que el río arrastraba en las crecidas, más allá de las grandes cataratas dominaban “islas sin número, diques peñascosos, montones de granito hacinados y cubiertos de palmeros”, entre los cuales se deshacía en espumas uno de los mayores ríos del nuevo mundo, señalará Humboldt en su diario (Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 75). Convenía por ello, continuaría el prusiano, contar con “un conocimiento muy íntimo de las localidades para arriesgarse en el laberinto de escollos y pequeños peñascos que obstruyen el hueco del río en las inmediaciones de Atures y Maipures” (Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 74). Dicho conocimiento se encontraba en manos de quienes estaban familiarizados con los diferentes obstáculos que el río presentaba a la navegación en este tramo concreto del Orinoco, como recordaría Humboldt, al subrayar, en esta parte del diario, la capacidad de los indios de dar un nombre diferente a cada grada y a cada roca.
Para solucionar el problema de la embarcación, tras la huida de quienes les habían guiado hasta allí, el misionero de Carichana se mostró dispuesto a proporcionarles una embarcación y el padre Zea, misionero de Atures y Maipures, a acompañarlos hasta la frontera de Brasil. Pero en seguida se puso de relieve la necesidad de forzar la colaboración indígena. Humboldt nos relata este episodio que, significativamente, no fue incluido en la primera edición en español y sí en la francesa de 1820: “temeroso de no tener un número suficiente de indios macos y guahibos conocedores del laberinto de pequeños canales y rápidos que forman los raudales y cataratas” (Humboldt, 1820Humboldt, Alexander von (1820), Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent, t. VI, Paris, [en línea], disponible en <https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k1042947d> [ consultado el 10-07-2018)., p. 342), el misionero de Raudales ordenó encadenar a dos indios:
Durante la noche pusieron dos indios al cepo, es decir que les hicieron acostarse y les colocaron las piernas entre dos piezas de madera que habían unido con una cadena y un candado. De madrugada nos despertaron los gritos de un joven a quien estaba azotando despiadadamente con unas correas de piel de manatí (…) era Zerepe, un indio muy inteligente que nos sería muy útil más adelante, pero que en aquella ocasión se negaba a acompañarnos (…) sin esta severidad, nos dijeron, no tendrían ustedes nada
(Humboldt, 1820Humboldt, Alexander von (1820), Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent, t. VI, Paris, [en línea], disponible en <https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k1042947d> [ consultado el 10-07-2018)., pp. 342-343).
Retomando de nuevo la tesis de Pratt sobre la desigualdad que caracterizaba la relación entre los naturalistas y sus guías, informantes y recolectores indígenas, es evidente el marco de relaciones de poder en el que transcurre el viaje de Humboldt y no hay duda que debe ser tomado en cuenta. Pero como sucede en la ya mencionada expedición, posterior en el tiempo, de Henry Walter Bates, la posición de vulnerabilidad en medio de ríos poco habitados, mal cartografiados e impredecibles para los europeos, otorgaban a los escasos guías con los que podían contar una posición de fuerza a varios niveles (Raffles, 2001Raffles, Hugues (2001), “The uses of butterflies”, American Ethnologist, 28(3), pp. 513-548., pp. 530-532)8
El empleo de la fuerza no evitaba, por otro lado, que los naturalistas se encontraran a merced de quienes les guiaban por los afluentes del Orinoco. Apenas se habían dado un respiro, para darse un baño en una ensenada de aguas calmas y cristalinas -en medio del ruido de la catarata- cuando en la tarde del 18 de abril, es decir, poco más de una semana después del penoso episodio de los indígenas encadenados, una fuerte tempestad les obligó a entregarse a las habilidades de sus guías, quienes aumentaban su incertidumbre, evitando compartir sus impresiones con los europeos: “los indios se hablaban en secreto, como lo hacen siempre que se creen en una penosa posición” (Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., p. 129). Puede adivinarse la desconfianza que se crearía en esos momentos en los que la relación de poder, entre europeos y nativos, parecía invertirse. En medio de la noche, superado el mayor peligro de la tempestad, con toda seguridad agotados y mojados aún, Humboldt y Bonpland caminan sobre troncos de árboles caídos en un riachuelo y el prusiano recoge en su narración las sensaciones del momento:
El piloto indio que se expresaba con bastante facilidad en castellano, no cesaba de hablarnos de las culebras, serpientes de agua y tigres que podían atacarnos. Estos son, digamos así, conversaciones forzosas cuando se viaja con los indígenas. Los Indios creen hacerse más necesarios y ganar la confianza del viajero europeo intimidándole
(Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, pp. 129-130).
Parecía imposible deshacerse de esa sensación de fragilidad, de estar en manos de otros, allá donde se dependía enteramente de las poblaciones indígenas para navegar y avanzar por el territorio:
La conservación de estas misiones reposa hoy día en dos familias de Guahibos y Macos, los únicos que ofrecen algunas señales de civilización y que gustan de la vida sedentaria. Si estas familias llegan a extinguirse, los demás Indios, impacientes ya del régimen de las misiones, abandonarán al padre Zea; y los viajeros, en un punto que puede considerarse como la llave del Orinoco, no hallarán socorro alguno, ni ningún piloto que pueda pasar las canoas por medio de los raudales. La comunicación entre el fortín del Río Negro y la capital de la Angostura será, sino interrumpida, a lo menos muy difícil
(Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, pp. 73-74).
Son muchas las referencia a la práctica de navegación fluvial de los nativos, a lo largo del relato, y también a los conocimientos tácitos empleados por estos en la construcción de piraguas. Humboldt, en una parte más avanzada de su viaje, indica la existencia de naciones como los indios de San Antonio de Javita, dedicados a la fabricación de embarcaciones, o lugares como San Fernando de Atabapo y Esmeralda, principales constructores de las piraguas destinadas al Orinoco. Aparece aquí también no solo la dependencia de estos grupos y de sus habilidades técnicas para desplazarse por los grandes ríos americanos, sino también del entorno natural del que se extraen las maderas o los elementos vegetales empleados para calafatear las piraguas:
La mayor parte de los Indios de Javita que, en número de 160, pertenecen hoy día a las naciones de los Poamisanos, Echivanis y Paraginis, se ocupan en la construcción de canoas o piraguas, que ellos fabrican con los troncos de una especie de laurel que los misioneros llaman sasafrás y que ahuecan por medio del fuego y de el hacha
(Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 191).
Humboldt haría referencia a las cualidades de la madera de estos árboles de gran altura, “casi incorruptible en el agua” y de olor muy agradable, especies propias de espacios naturales muy específicos, que dan lugar a estos espacios de trabajo especializado:
Nosotros la hemos visto en San Fernando, en Javita, y particularmente en la Esmeralda, en donde se construyen la mayor parte de las piraguas del Orinoco, porque los montes adyacentes ofrecen los mayores troncos de sásafra que se conocen (Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 192) (…). Los arboles del bosque de Pimichin (inmediato a Javita) conservan la altura gigantesca de 80 a 120 pies. Los lauríneos y los amyris son los que producen en aquellos ardientes climas la soberbia madera de construcción
(Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 204).
Las observaciones de Humboldt sobre el conocimiento indígena, especialmente en su recorrido del bajo Orinoco en el que nos estamos centrando en esta parte, no solo provenían de su propia experiencia empírica, sino también de las obras jesuitas de las que se documentó antes de emprender su viaje, las de Joseph Gumilla o Filippo Salvatore Gilij. A ellas hace referencia con frecuencia e incluso las comparte con sus guías indígenas: “yo recordé a nuestros guías las enfáticas descripciones del padre Gumilla, que asegura que las playas del Orinoco contienen menos granos de arena que tortugas tiene el río”, escribirá Humboldt a su paso por la isla de Pararuma (Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 204).
El Orinoco Ilustrado, de Joseph Gumilla, fue uno de los textos más expresivos en cuanto a las dificultades y la importancia de la navegación fluvial en la Guayana, única forma de adaptación del sistema misional a este territorio (Jiménez Gómez, 2022Jiménez Gómez, Ismael (2022), “Evangelización y viajes de exploración en los llanos orientales y la Orinoquia”, Illes i Imperis, 24, pp. 115-138., p. 117). Su obra, además, deja patente el rol decisivo que el conocimiento práctico de los indígenas tenía para asegurar una mínima presencia imperial, representada por las misiones, en este entorno ribereño, dedicando una descripción exhaustiva a las técnicas de fabricación de piraguas y a la construcción de puentes para atravesar los ríos más caudalosos (Gumilla, 1745Gumilla, Joseph (1745), El Orinoco ilustrado y defendido historia natural, civil y geographica de este gran rio: govierno, usos y costumbres de los indios, [en línea], disponible en https://bibliotecadigital.aecid.es/bibliodig/es/consulta/registro.cmd?id=929, vol. 2, pp. 131-140)9
Gumilla, cuya acción misionera se centró en el Bajo Orinoco, escribió sobre el fenómeno del macareo en el Delta del Río y la consiguiente generación, por efecto de las mareas, de olas que iban remontando el río, generando un laberinto de canales y peligrosas corrientes contrapuestas: “ni al andar ni al desandar saben los pasageros, si suben ó baxan, sino es los que llevan abuja, y quien la entienda” (Gumilla, 1745Gumilla, Joseph (1745), El Orinoco ilustrado y defendido historia natural, civil y geographica de este gran rio: govierno, usos y costumbres de los indios, [en línea], disponible en https://bibliotecadigital.aecid.es/bibliodig/es/consulta/registro.cmd?id=929, vol. 1, p. 36).
Tanto estas dificultades, como la enorme riqueza piscícola, con especies tanto oceánicas como fluviales, producto del macareo, explican la necesidad que tuvieron naciones como los warao (nombre que, no en vano, significa hombres de la canoa, “las curiaras”, o gente de los caños) de desarrollar habilidades y técnicas que les permitieran dominar la navegación fluvial.
De acuerdo con Gumilla, pocos europeos podían actuar como prácticos de las bocas del Orinoco. Solo aquellos que habían vivido un número prolongado de años junto a los indios guarunos, podían enfrentar el peligro de la navegación de la zona:
Los mismos Guaraúnos, dueños de las Islas y de las bocas, no solo no saben el número de ellas, sino que muchas veces se pierden en el laberinto de caños, y se ven obligados a salir al Golfo, para tomar el rumbo que perdieron. Lo mismo ha sucedido y sucede á los pasageros, si no llevan Piloto diestro
(Gumilla, 1745Gumilla, Joseph (1745), El Orinoco ilustrado y defendido historia natural, civil y geographica de este gran rio: govierno, usos y costumbres de los indios, [en línea], disponible en https://bibliotecadigital.aecid.es/bibliodig/es/consulta/registro.cmd?id=929, vol. 1, p. 37).
Gumilla dedicó también una pormenorizada atención a la construcción de canoas y no dudo en establecer comparaciones con los resultados obtenidos en los astilleros europeos:
Con fuego y agua, tiempo, flema y paciencia reducen á canoas ó á piraguas los troncos de los árboles, más disformes de lo que puede pensar, el que solo tiene luz y noticia de los astilleros de Europa: de modo, que en una de aquellas piraguas, que en las costas de Cartagena y Santa Marta llaman seyvas, á mas de la carga ordinaria y bastimentos, se embarcan treinta Indios de guerra: toda aquella mole es de una pieza, menos las compuertas de popa y proa, que son añadidas; y hay muchas de una pieza, sin añadidura alguna (…) y en toda una armada de cien piraguas (en relación a los caribes), que se ven subir navegando á la vela, no se hallará un clavo (…) Esto, como yo no lo quise, ni pude creer, hasta que lo vi y registré muy despacio pieza por pieza, y añadiendo muchas preguntas, de que los Indios se reían mucho; lo dexo al juicio del curioso Lector, con la protesta de que no puedo enojarme, sino se cree aquello mismo que yo no creí, hasta que lo vi, toqué y palpé con mis manos. Con esta experiencia, y á ojos vistas, todo se me hacia factible, ménos el calafate, sin estopa, brea ni alquitrán; y aunque lo estaba viendo, no creía que pudiese aquel buque resistir al golpe continuo del olage, ó que no saltase para fuera con la fuerza que hace la piragua al andar á punta de bolina, ó quando vira forzada, toda á orza, porque hasta los barcos grandes, y también los navíos calafateados á toda costa, y á nuestro uso, suelen darse por sentidos en estos lances y modos de correr á la vela; pero ello es cierto que los Indios, los Españoles pasageros, los Padres Misioneros, y yo entre ellos, hemos navegado en dichas piraguas, con la misma seguridad y sosiego, que si fuera un buen barco de Cádiz
(Gumilla, 1745Gumilla, Joseph (1745), El Orinoco ilustrado y defendido historia natural, civil y geographica de este gran rio: govierno, usos y costumbres de los indios, [en línea], disponible en https://bibliotecadigital.aecid.es/bibliodig/es/consulta/registro.cmd?id=929, vol. 2, pp. 131-133).
Se trataba, tanto en la construcción de estas embarcaciones monóxilas, como en el calafateado, de técnicas que parecían difícilmente replicables por los europeos en un proyecto de colonización que buscara el dominio rápido de la naturaleza, al servicio de los intereses imperiales. Tiempo, flema y paciencia habían sido los atributos con los que Gumilla había caracterizado la construcción de las piraguas, destacando los meses y hasta el año de trabajo que podía conllevar su construcción y calafateado. Las observaciones de uno y otro, Humboldt y Gumilla, se producen, sin duda, en contextos muy diferentes. Gumilla, al reflexionar sobre el tiempo de construcción de las embarcaciones, no deja de mencionar la falta de empleo de herramientas de metal o el uso de clavos. Humboldt escribe cuando ya se ha organizado un comercio para los europeos de estas embarcaciones y ofrece datos sobre el incremento en el precio, cuando se emplean clavos para arreglarlas y adornarlas.
En ambos casos nos encontramos, como ha explicado Lina Medina Rocío Muñoz, frente a un conocimiento tácito muy vinculado en saberes, técnicas y recursos naturales y humanos, al medio local, que impedía que los indígenas pudieran ser fácilmente sustituidos, dando lugar a espacios de trabajo especializado: “La elaboración de los cascos .de las naves, basada en saberes tácitos y en un sinnúmero de datos empíricos, se desarrolló en un contexto experimental que por siglos capacitó a los nativos para construir artefactos de una alta confiabilidad y un carácter novedoso (Medina Muñoz, 2020Medina Muñoz, Lina María (2020), “Maestros de la navegación. Las técnicas de movilidad fluvial en la Colombia prehispánica”, Diálogo andino, 63, pp. 51-65., p. 60).
Nos encontramos en “zonas de contacto” en las que las relaciones de poder, y la asimetría que a priori parecen caracterizar dichas relaciones, conviven con dependencias de los saberes indígenas, dando lugar a procesos de intercambio y de hibridación entre diferentes culturas de conocimiento.
MÁS ALLÁ DE LAS GRANDES CATARATAS. EL ALTO ORINOCO Y EL RÍO NEGRO
⌅Como ya hemos señalado, al traspasar Humboldt las grandes cataratas, al dejar la zona sobre la que los jesuitas habían construido su red de conocimientos y misiones, los naturalistas inician una nueva etapa y el relato recoge la sensación de soledad que parece embargarlos. Humboldt, ya en las inmediaciones del Casiquiare, adentrado en un territorio desconocido nos deja una de las descripciones más expresivas de este sentimiento melancólico:
Estas inhabitadas orillas del Casiquiare, cubiertas de montes, y sin memoria de los tiempos pasados, ocupaban entonces mi imaginación. En aquel interior del nuevo continente, casi se acostumbra uno a mirar al hombre como no esencial al orden de la naturaleza. La tierra está sobrecargada allí de vegetales: nada detiene el libre aumento o progresos de estos, y una inmensa capa de terreno manifiesta la no interrumpida acción de las fuerzas orgánicas. Los cocodrilos y las boas son los dueños del río: el jaguar, el pecari, la danta y las monas atraviesan el monte sin temor y sin riesgo, y se establecen en él como en una antigua heredad. Este aspecto de una naturaleza animada, en que el hombre no es nada, tiene algo de extraño y triste
(Humboldt 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 209).
Es en esta parte del diario dedicada al alto Orinoco, alejado de las huellas de los jesuitas y en una naturaleza menos permeada, si cabe, por la presencia europea, en la que Humboldt dará una mayor visibilidad, en la narración, a otras culturas de conocimiento de la naturaleza, que se vuelven ahora imprescindibles para avanzar y cumplir con la empresa científica en la que se ha embarcado, como trataremos de demostrar.
Humboldt tenía como objetivo, además del reconocimiento científico del Casiquiare, como canal de comunicación entre las dos grandes cuencas hidrográficas, realizar la cartografía del Orinoco, Apure, Meta, Guaviare y Caura.
El naturalista se había propuesto dar a conocer las fuentes del río Orinoco y se interesó por el nacimiento y curso del río Guaviare. Contrastó aquí Humboldt el conocimiento de los misioneros de esta parte del río, muy útiles para él, de cualquier manera, en su recorrido por el Alto Orinoco, con el de los indígenas, coincidente con el suyo propio. Mientras que los diarios españoles, proporcionados por el padre Bartolomé Mancilla (pp. 177-178), responsable de la misión de San Fernando de Atabapo, indicaban que el río Atabapo desembocaba en el Orinoco, Humboldt defendió que lo hacía en el Guaviare, que a su vez conectaba con el Orinoco. Para hacerlo se apoyó en la similitud de las aguas de estos dos últimos ríos, en la parte cercana a las grandes cataratas, siguiendo el parecer de los indios:
Los grandes cocodrilos y los delfines, por otro nombre toninas, son igualmente comunes en el río Guaviare y en el bajo Orinoco; estos animales faltan enteramente, según se nos ha asegurado, en el rio Paragua (o Alto Orinoco, entre San Fernando y la Esmeralda). ¡He aquí diferencias muy notables en la naturaleza de las aguas y la distribución de los animales! Los indios no dejan de citarlas cuando quieren probar a los viajeros que el Alto Orinoco, al este de San Fernando, es un río que entra en el Orinoco y que el verdadero origen de este debe buscarse en los manantiales o nacimiento del Guaviare
(Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 181).
Humboldt puso de relieve, de esta forma, otras formas de conocer la naturaleza, que no partían ya de la precisión del instrumento científico, sino de los sentidos humanos y de la interacción de las poblaciones con el medio natural: “Dadme agua de tres o cuatro grandes ríos del país, nos dijo un viejo indio de la misión de Javita, y bebiéndola os diré, sin equivocarme, de donde procede: si de un río blanco o uno negro, si del Orinoco o del Atabapo, el Paraguá o el Guaviare”(Humboldt, 1822Humboldt, Alexander von (1822), Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent (1822). Tome Septiéme. Paris, Librairie grecque-latine-allemande. [en línea], disponible en https://wellcomecollection.org/works/m66fdvw9, p. 272).
El esfuerzo, y la necesidad, de contar con los diferentes grupos indígenas, también, a la hora de guiar a los naturalistas hacia las especies vegetales más interesantes no estuvo exento de problemas de comunicación, que iban más allá de las cuestiones lingüísticas (Schiebinger, 2004Schiebinger, Londa (2004), Plants and Empire. Colonial Bioprospecting in the Atlantic World, Cambridge, Massachusetts and London, Harvard University Press., pp. 87-90). Humboldt lamentó que sus guías indígenas no prestaran atención a los caracteres de las plantas que, de acuerdo con el sistema de Linneo, permitían clasificar las especies. Pero fue capaz de identificar, y sobre todo relatar, la relación entre dichas culturas alternativas de conocimiento y necesidades distintas de las que guiaban a los europeos:
Nuestros indios, como de costumbre, daban el nombre de los árboles al morder la madera. Distinguían mejor las hojas que las corolas o los frutos. ‘Todos estos grandes árboles no tienen ni flores ni frutos’ era la constante respuesta de los indios. Como los botánicos de la antigüedad negaban todo lo que no se habían dado la pena observar. Ocupados en buscar maderas de construcción (troncos para piraguas), no hacen caso de la inflorescencia. Cansados de nuestras preguntas, a su vez ellos nos cansaban a nosotros
(Humboldt, 1820Humboldt, Alexander von (1820), Voyage aux régions équinoxiales du Nouveau Continent, t. VI, Paris, [en línea], disponible en <https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k1042947d> [ consultado el 10-07-2018)., pp. 314-315).
Sin duda, formas indígenas de clasificación que respondían a contextos precisos y localizados, y a las necesidades del día a día de las comunidades, no resultaban satisfactorias para las expediciones europeas en territorios ultramarinos (Wade Chambers y Gillespie, 2000Wade Chambers, David; Gillespie, Richard (2000), “Locality in the History of Science: Colonial Science, Technoscience, and Indigenous Knowledge”, Vol. 15, Nature and Empire: Science and the Colonial Enterprise, pp. 221-240., pp. 235-237). A lo largo del siglo XVIII, y por cambios tecnológicos, antes que intelectuales, estos viajes aumentaron sin precedentes en el número de especies dadas a conocer en Europa. La estabilidad y universalidad que proporcionaba el sistema de Linneo, con sus categorías de orden, clase, género y especie, en este caso era mucho más útil a Humboldt y Bonpland, que la atribución de características idiosincráticas a cada espécimen, por parte de poblaciones locales que no tenían ninguna necesidad de abarcar en un todo, la pluralidad de formas de vida que caracteriza las junglas tropicales (Descola, 1998Descola, Philippe (1998), “Las cosmologías de los indios de la Amazonia”, Zainak. Cuadernos de Antropología-Etnografía, 17, pp. 219-227., p. 223), o al menos no en la misma forma que lo hacían los europeos.
FRONTERAS PERMEABLES ENTRE COMUNIDADES DE EXPERTOS
⌅Hasta aquí, hemos tratado de demostrar la dependencia de los naturalistas de los saberes de los nativos, y especialmente de sus conocimientos y técnicas de navegación, a través de la visibilidad que Humboldt les dio en su diario. En un momento en el que las expediciones estaban irremediablemente vinculadas al empleo de instrumentos científicos y a la consiguiente obtención de datos estandarizados, ¿desde qué lugar pudo el naturalista valorar conocimientos tácitos, de los que se servía y cuya autoridad cognitiva en algunas ocasiones reconocía?
Regresemos al punto de origen de nuestro trabajo, cuando nos interrogábamos sobre la respuesta dada por Gonzalo Fernández de Oviedo a una naturaleza que, a su llegada al nuevo mundo, se le descubría inconmensurable.
Se ha señalado la posible influencia de los cronistas del siglo XVI, y especialmente de Oviedo, en la percepción del mundo natural de Humboldt, quien se mostró en su diario, como el cronista, convencido de la capacidad de las comunidades humanas de una región para conocer, a través de la experiencia, las propiedades de la naturaleza destinadas a su beneficio. Como el naturalista prusiano, también Oviedo consideraba que el conocimiento del paisaje característico y propio de un territorio solo podía ser obtenido con el tiempo y la interacción in situ con el medio natural. Como ha demostrado Castillo Carrillo, el punto de partido de su historia natural fue la convicción de que las plantas, los animales y las comunidades humanas de una región estaban “naturalmente” vinculadas al medio local, por una trama reconocible y legible, a través de la experiencia continuada (Carrillo Castillo, 2004Carrillo Castillo, Jesús Mª (2004), Naturaleza e imperio: la representación del mundo natural en la historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid, Fundación Carolina: Doce Calles., pp. 145-146). Humboldt y Bonpland siguieron, en gran medida, las mismas prácticas que guiaron a estos cronistas del siglo XVI: aprender de los indígenas y experimentar por sí mismos un conocimiento del que dependía la propia supervivencia y, en el caso de aquellos, la del imperio. Oviedo muy expresivamente escribiría en relación con las propiedades acuosas de algunas raíces: “Esto yo he probado, e otros muchos con la misma sed y necesidad, y esto se aprendió de los indios” (citado por Carrillo Castillo, 2004Carrillo Castillo, Jesús Mª (2004), Naturaleza e imperio: la representación del mundo natural en la historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid, Fundación Carolina: Doce Calles., p. 154). Humboldt no dudaría en recoger en su diario, reacciones muy parecidas, ante la amenaza de un jaguar:
Hay accidentes en la vida contra los cuales se intenta vanamente dominar la razón. Jamás un tigre me había parecido tan grande: sobresálteme y aunque muy despavorido tuve sin embargo bastante poder sobre mí mismo y sobre los movimientos de mi cuerpo, para observar los consejos que me habían dado los indios
(Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 507).
Más cercanos en el tiempo, Humboldt siguió las huellas y replicó la experiencia de los misioneros, que también hicieron de la apropiación del saber empírico de la naturaleza de los expertos locales, la base de su supervivencia. Si bien no se fundaron instituciones ni se redactaron leyes que regularan ese conjunto de prácticas, y no parece que se sancionara socialmente el “encuentro entre hombres prácticos y hombres teóricos”, como sí sucedió en el siglo XVI, en torno a la cultura marítima de Indias (Sánchez, 2019bSánchez Martínez, Antonio (2019b), “Artesanos, cartografía e imperio. La producción social de un instrumento náutico en el mundo ibérico, 1500-1650”. Historia Crítica, 73, pp. 21-41, doi: 10.7440/histcrit73.2019.02, p. 24), la producción letrada religiosa producida en la Guayana y el rol otorgado por esta a los saberes indígenas, pudieron constituir para Humboldt formas aceleradas de aprendizaje para acercarse a un territorio que le era completamente ajeno.
Por otra parte, la cultura científica transportada por Humboldt al nuevo mundo no era ajena a estos intercambios entre teóricos y prácticos.
Humboldt había desarrollado una parte de su formación en la academia de minería de Freiberg, fundada en 1765, una escuela en la que se formaban tanto los hombres prácticos, jefes mineros, piqueteros, ensayadores, como una élite destinada a gestionar las minas más importantes de Alemania. Una escuela en la que la ciencia teórica y aplicada iban de la mano10
La capacidad de los seres humanos de conocer mediante la experiencia la naturaleza y el medio local estuvo también en el centro de las reflexiones de los románticos y, en particular, de las consideraciones científicas de Goethe, con quien Humboldt mantuvo una amistad personal desde 1794 y a quien llegaría a agradecer el haberle proporcionado nuevos órganos con los que comprender el mundo natural (Meinhardt, 2019Meinhardt, Maren (2019), Alexander von Humboldt. El anhelo por lo desconocido, Madrid, Turner Publicaciones., pp. 93-103; Nicolson, 1990Nicolson, M. (1990), “Alexander von Humboldt and the geography of vegetation”. En: Cunningham, A. and Jardine, N. (eds.), Romanticism and the Sciences, Cambridge University Press, pp. 169-185., pp. 177-178; Wulf, 2021Wulf, Andrea (2021), La invención de la naturaleza. El Nuevo Mundo de Alexandre Von Humboldt, Madrid, Taurus., pp. 49-64). Ambos entendían que el conocimiento natural requería tanto de la intuición y el sentimiento, como del acercamiento experimental a los fenómenos de la naturaleza y los datos científicos (Bollman, 2023Bollmann, Stefan (2023), Goethe y la experiencia de la naturaleza, Barcelona, Ariel., pp. 404407). Y los dos, aunque críticos con muchos de los postulados del romanticismo y de la Naturphilosophie, se identificaban con la premisa romántica de la unidad de la Naturaleza y su rechazo de que existía una única forma y excluyente de conocer la naturaleza (Ordoñez, 2002Ordoñez, Javier (2002), “El romanticismo como programa científico”. En: JoséMontesinos, JavierOrdóñez y SergioToledo (Eds), Ciencia y Romanticismo, Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia, pp.81-104., p. 83).
Goethe, bebiendo también de tradiciones anteriores, consideraba que el ser humano estaba equipado adecuadamente para todas las necesidades que tenía en la tierra, si confiaba en sus sentidos y los entrenaba (Naydler, 2002Naydler, Jeremy (ed.) (2002), Goethe y la Ciencia, Madrid, Biblioteca de Ensayo Siruela, Madrid., p. 52). No solo el científico experto o profesional era capaz de alcanzar el conocimiento de la naturaleza, sino que la ciencia estaba al alcance de todos aquellos que estuviesen dispuestos a “experimentar, mirar, observar, contemplar, relacionar, descubrir, inventar”, algo para lo que, potencialmente, estaban dotados todos los seres humanos (Naydler, 2002Naydler, Jeremy (ed.) (2002), Goethe y la Ciencia, Madrid, Biblioteca de Ensayo Siruela, Madrid., p. 56).
Aunque Goethe valoraba la creciente precisión de los instrumentos científicos, defendía también que, a menos que se pusieran en relación con la experiencia humana de la naturaleza, podían conducir a una comprensión distorsionada del mundo (Naydler, 2002Naydler, Jeremy (ed.) (2002), Goethe y la Ciencia, Madrid, Biblioteca de Ensayo Siruela, Madrid., pp. 48-49):
El hombre mismo, cuando se sirve de sus sentidos sanos, es el mayor y más exacto aparato físico que puede haber, y la mayor desgracia de la física moderna es precisamente haber separado, por así decirlo, los experimentos del ser humano, y reconocer la naturaleza únicamente en aquello que muestran los instrumentos artificiales y querer limitar y probar con ellos lo que puede hacer”
(Goethe, 2002, p. 50).
¿Y no había Humboldt precisamente reconocido autoridad a las apreciaciones de los indios sobre la distribución de las aguas fluviales por ser estos quienes en base a sus “órganos delicados y experimentados”, tal y como los había descrito el naturalista en su diario, desentrañaban, de manera práctica y vivencial, la hidrografía de las grandes cuencas americanas? (Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, pp. 180-181).
El romanticismo estaba convencido de que “el conocimiento de la naturaleza se podía alcanzar de forma plural, por medio de la trasgresión de las reglas metodológicas que se usaban habitualmente para construir la ciencia” (Ordoñez, 2002Ordoñez, Javier (2002), “El romanticismo como programa científico”. En: JoséMontesinos, JavierOrdóñez y SergioToledo (Eds), Ciencia y Romanticismo, Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia, pp.81-104., p. 83) y Humboldt se había pintado el cuerpo del mismo achiote rojo que los indígenas, probado como ellos las diferentes aguas de los ríos que fue atravesando y experimentando, personalmente, el efecto del veneno del curare a través del gusto, igual que antes había estudiado la electricidad animal, aplicando electrodos en las heridas de su propio cuerpo (Schafer, 1990Schafer, Simon (1990), “Genius in Romantic natural philosophy”, En: Cunningham, A. and Jardine, N. (eds.), Romanticism and the Sciences, Cambridge University Press, pp. 82-98., p. 91-92).
La ciencia, para los románticos, no era exclusivamente el territorio de especialistas y expertos, sino que estaba abierta a todo aquel que se propusiera profundizar en su relación con la naturaleza. Frente a las observaciones del erudito, Goethe invitaba a ser como peones de albañil, al margen de los grandes aparatos de filosofía e hipótesis (Goethe, 2002, p. 59).
Finalmente, el poeta y científico alemán había defendido la forma en que la ciencia podía despertar el sentimiento de lo maravilloso mediante una mirada contemplativa, en la que el científico llegaría a ver “a Dios en la naturaleza y a la Naturaleza en Dios” (Goethe, 2002, p. 197).
Es muy difícil no encontrar un eco de esas palabras, quien sabe si repetidas por ambos amigos en sus encuentros en Jena, en la conversación que, entre un misionero y un indígena, Humboldt reproduce en su diario: “vuestro Dios se encierra en una casa, como si fuera viejo y estuviera enfermo, el nuestro está en la selva, en el campo, en las montañas del Sipapu, de donde viene la lluvia” (Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, p. 198). Ya fuera una conversación real que el prusiano escuchó, ya fuera una forma de deslizar en su diario ideas propias, podemos imaginar que Humboldt no se habría sentido demasiado ajeno a quienes participaban, allá en los trópicos, de esa misma identidad entre lo natural y lo divino.
Humboldt, no cabe duda, apostó por el conocimiento preciso de los fenómenos, apoyado en todos los instrumentos científicos que con tanto cuidado había trasladado a América, un hecho que no dejo de poner en valor en su correspondencia de esos años. A la intuición primitiva debía suceder la observación empírica y la investigación racional de las leyes inmutables. Pero no dudó, en su recorrido por espacios que ponían límites al empleo de los instrumentos científicos, en servirse y reconocer valor epistémico a otras formas de saber.
Concluiremos con un texto de Humboldt, que entendemos absolutamente expresivo de lo que hemos tratado de demostrar en estas páginas. Existía sin duda una frontera entre quienes como Humboldt establecían las leyes de la Naturaleza y quienes se limitaban a conocerla a través de la experiencia, entre lo intuitivo y lo racional, pero en medio de las grandes junglas americanas, necesariamente dependientes del conocimiento tácito y experiencial de los indígenas, dichas fronteras se vuelven permeables y Humboldt nos deja en este texto el testimonio de su reconocimiento de otras culturas de conocimiento, de los saberes indígenas sobre el espacio y el recorrido de los grandes ríos americanos:
Posiciones tan notables han debido, hace muchos siglos, fijar la atención de los habitantes del nuevo mundo. Cuando Diego de Ordaz, Alfonso de Herrera y el intrépido Ralegh fondearon en la embocadura del Orinoco, tomaron conocimiento de las grandes cataratas por Indios que jamás las habían visitado, y aún las confundieron con otras cascadas más orientales. Por más trabas que la fuerza de la vegetación ponga, bajo la zona tórrida, en las comunicaciones entre los pueblos, todo lo que tiene relación con el curso de los grandes ríos adquiere una celebridad que se propaga a distancias prodigiosas. El Orinoco, el Amazonas y el Urugay atraviesan, como brazos de mar interiores y en distintas direcciones, una tierra cubierta de bosques y habitada por pueblos en parte antropófagos
(Humboldt, 1826Humboldt, Alexander von (1826), Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, t. II y III, París, Rosa., t. III, pp. 60-61)
Y sus reflexiones sobre la forma en que dichos conocimientos, antes de la llegada de los europeos, circularon en espacios muy amplios.
No hace doscientos años que la civilización y las benignas luces de una religión más humana han seguido las márgenes de estos canales antiguos, trazados por la naturaleza. Sin embargo, el conocimiento de los fenómenos extraordinarios, de las caídas de agua, de los fuegos volcánicos y de estas nieves que resisten a los ardores del verano, se habían propagado mucho antes que la introducción de la agricultura y que los cambios y mudanzas se hubiesen establecido entre hordas esparcidas y por lo común enemigas. A trescientas leguas de las costas, en el centro de la América meridional, y en pueblos, cuyas excursiones no exceden de tres jornadas de distancia, se encuentra ya una noción del Océano y palabras para designar una masa de agua salada que se extiende a perder vista.
Vincular los conocimientos indígenas a la idea de conocimiento local tiene el riesgo de transmitir una idea estática de dichos saberes, circunscritos a un espacio concreto y a una comunidad que, con base en su experiencia, los iría transmitiendo a lo largo del tiempo. Esta idea difícilmente se corresponde con la extrema movilidad que caracteriza a los pueblos amazónicos, como nos da a entender el fragmento de Humboldt que acabamos de reproducir. Fue precisamente esta movilidad y la creación de redes a lo largo del tiempo, de las que participaron americanos y europeos, las que permitieron que muchos conocimientos sobre la naturaleza amazónica circularan globalmente.
No cabe duda de que las prácticas científicas de Humboldt en la Guayana hispana se desarrollaron en un espacio marcado por las relaciones de poder coloniales y por las fronteras que la Ilustración estableció entre el conocimiento científico y el que no lo era. De hecho, algunos de los episodios narrados por Humboldt, y reproducidos parcialmente en este artículo, no dejan de ser recursos narrativos para otorgar una categoría superior a la ciencia de los viajeros. La inclusión en el relato del naturalista prusiano de la indiferencia de los guías indígenas ante la caída al agua del Genera Plantarum, las referencias al cansancio de los indígenas cuando les interrogan sobre las flores, estando ellos “ocupados en buscar maderas de construcción”, o la manera tan significativa con la que Humboldt estableció una distancia entre los viajeros y sus guías -“cansados de nuestras preguntas, a su vez ellos nos cansaban a nosotros”- contribuyen en el relato a jerarquizar las diferentes formas de conocer la naturaleza.
Pero no por ello el diario de Humboldt y, particularmente, el relato de su paso por el Orinoco y el Amazonas que aquí se ha analizado, deja de ser una fuente excepcional para acercarnos al manejo y experimentación de lo natural de estas poblaciones, cuya autoridad reconoce y de la que incluso se nutre la narración para dotar de mayor legitimidad a sus prácticas científicas. Esta fuente, cruzada con otras, como las crónicas de los jesuitas y otros diarios de naturalistas, empleando una aproximación metodológica y conceptual necesariamente interdisciplinar (Safier, 2010Safier, Neil (2010), “Global Knowledge on the Move: Itineraries, Amerindian Narratives, and Deep Histories of Science.” Isis, 101(1), pp. 133-45.), cuidadosa con la “localización” de los contextos en los que se crea el conocimiento, pueden producir aportaciones muy significativas al conocimiento de la historia de la navegación en los grandes ríos americanos y al de los saberes tácitos, más prácticos, artesanales (Sánchez, 2019aSánchez Martínez, Antonio (2019a), “The “empirical turn” in the historiography of the Iberian and Atlantic science in the early modern world: From cosmography and navigation to ethnography, natural history, and medicine”, Tapuya: Latin American Science, Technology and Society, 2(1), pp. 317-334.), producidos en la Amazonía, para incorporarlos a una historia global de la ciencia. Y lo que nos parece muy relevante, pueden contribuir a ensanchar nuestra imaginación y nuestros conocimientos sobre el manejo del medio natural en espacios tan determinantes para el planeta, como son la Amazonía y la Orinoquía. Este es el motivo por el que elegimos dedicar este artículo a Lesly, la niña de etnia Huitoto que mantuvo con vida a sus hermanos durante varias semanas en medio de la selva colombiana, porque, como se ha escrito, sabía sentir y leer la selva (Escobar la Cruz, 2023Escobar de la Cruz, Ramiro (15 de junio de 2023), “Sentir y leer la selva como Lesly y sus hermanos”, El País, [en línea], disponible en https://elpais.com/america-colombia/2023-06-15/sentir-y-leer-la-selva-como-lesly-y-sus-hermanos.html). Quizás, si queremos adquirir un mejor conocimiento de estos grandes pulmones del planeta, es hora de realizar el camino inverso al que viene realizando la historiografía dedicada a la ciencia imperial, sin duda de una manera muy fructífera, para volver desde los laboratorios al trabajo de campo.