Cada paradigma médico es el producto de construcciones sociales enmarcadas en un contexto específico. Como tales, conllevan una particular forma de entender el orden social, buscan instituirse como discurso de verdad y persiguen legitimarse mediante la divulgación de sus enunciaciones. Cecilia Rustoyburu en su libro La medicalización de la infancia, producto de su tesis doctoral, se adentra en el campo de los estudios sociohistóricos de la medicalización develando la conexión entre el proceso de medicalización y la configuración de ideas en torno a las relaciones familiares y los estereotipos de género subyacentes. Para abordar este entramado su estudio se centra en el enfoque psicosomático, que tuvo como máximo exponente a Florencio Escardó y su propuesta de una Nueva Pediatría, desarrollada entre la década de 1940 y 1970 en Argentina.

La autora afirma que la ciencia médica no es un campo monolítico e invariante. Muy por el contrario, indica que como tal es un espacio de lucha de intereses, de disputa por el sentido y la búsqueda de instalación de un régimen de verdad. La configuración del campo es resultado de relaciones de fuerza, ocupaciones de espacio y juegos de negociaciones. Los conflictos en su seno y el resultado de esta contienda junto con la situación social en la que se enmarca establecen el alcance y los límites de estos discursos expertos. En este sentido, la investigadora nos advierte, retomando a J. Conrad, que la medicalización es ese proceso histórico por el que el discurso médico no solo se impone como saber legítimo para el tratamiento de patologías, sino que expande su intervención invadiendo otros ámbitos de la vida, estableciendo modelos de crianza de los niños, prescribiendo tipos de relaciones familiares y fomentando métodos de educación. La medicina trasciende las fronteras de las universidades, las salas y hospitales participando directamente en la conformación del orden social; y para esto se articula con distintas instituciones educativas, religiosas, políticas, jurídicas y de comunicación.

En el primer capítulo la autora nos recuerda que, en Argentina, los saberes médicos fueron parte central en la conformación del Estado nación entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX: sus conocimientos estuvieron respaldados científicamente y apoyados por diferentes instituciones de la salud. A partir de una reconstrucción bibliográfica, narra cómo, en un momento signado por una alta mortalidad infantil, en el campo médico se impuso el enfoque de la puericultura pasteuriana basado en un modelo higienista y eugenésico, que se destacó por legitimar su discurso a partir de la difamación de los saberes de las clases populares y la desvalorización de las mujeres. Los médicos higienistas se centraron en propuestas de transformación del entorno social y moral y fundaron en el binomio madre-hijo una mirada naturalizada del vínculo que, a su vez, suponía la maternalización de las mujeres.

A lo largo de su investigación, Rustoyburu reconstruye cómo el enfoque de la Nueva Pediatría produce una ruptura con la tradición pasteuriana. Su metodología se centra en el análisis de los discursos científicos y un acabado trabajo de archivo, recurriendo principalmente a libros y artículos de revistas médicas. El segundo capítulo de la obra es central pues presenta esta novedosa línea de pensamiento destacando que su principal característica es un abordaje psicosomático que aúna los saberes psi con los conocimientos médicos, y por lo tanto pregona un tratamiento interdisciplinario del paciente. En relación con este último, introduce una concepción de sujeto disruptiva con la tradicional pues piensa su objeto de intervención como un niño portador de derechos que debe ser entendido necesariamente como miembro de una familia. Se muestra también que la Nueva Pediatría asume postulados de la sociología funcionalista, entendiendo a la familia como una unidad que debe mantenerse en equilibrio a partir de la distribución de roles hacia el interior de la misma. Siguiendo estos postulados, dicho enfoque suponía que la salud familiar era garantizada cuando cada miembro cumplía su rol, de lo contrario, se alteraba esa armonía y el niño la reflejaba manifestando alguna patología que era leída como “enfermedad de familia”. Estas funciones determinadas reflejan un modelo de familia tradicional, heterosexual, contribuyen a continuar las ideas de maternalización de la mujer y refuerzan estereotipos de género: cómo debe ser y actuar una “buena madre”, qué significa ser padre y su indelegable figura de autoridad y la responsabilidad de estos para garantizar a sus hijos una “infancia feliz”. Es interesante percibir entonces que la autora nos devela un escenario en el cual estamos frente a una postura estratégica que conjuga elementos de ruptura y de continuidad para volverse hegemónica.

En este mismo capítulo se focaliza en la inapetencia, el asma y la obesidad como tres patologías que comienzan a ser consideradas como psicosociales desde la Nueva Pediatría. En los años cuarenta, cuando la preocupación se centraba en la baja natalidad y en la escasez de autoridad en el seno familiar, Escardó trata la inapetencia como una alteración de la conducta. Combinando el conductismo, el supuesto del goce del psicoanálisis y la autonomía infantil del escolanovismo, proponía el respeto por la individualidad del niño con prácticas invasivas, como el electroshock el cual años más tarde será visto como brutal. Este es un momento de transición donde el nuevo enfoque se asentaba en visiones tradicionales.

Por su parte, el asma era interpretado como una enfermedad de familia, síntoma de una alteración en los vínculos, cuya causa podía rastrearse en comportamientos sobreprotectores o violentos de las madres y que requerían un tratamiento interdisciplinario. Como claramente deja ver Rustoyburu, esta lectura que pone en tela de juicio la dedicación exclusiva de la madre hacia los niños coincide con la salida de las mujeres del ámbito privado para trabajar como así también, aunque más paulatinamente, para formarse en las universidades.

El abordaje de la obesidad desde esta corriente también refuerza esta idea de la ciencia como constructora de orden social. Los psicoanalistas relacionaban la presencia de esta enfermedad en los niños y niñas con la sexualidad de sus padres. Para estos especialistas los síndromes adiposos genitales, en vez de ser leídos como trastornos endocrinológicos, estaban relacionados con algún problema de la pareja que influía en la conformación de la sexualidad de su hijo/a. En este caso se contribuía a reforzar los roles de feminidad y masculinidad hegemónicos como garantes de la heterosexualidad de los niños.

Para demostrar que la configuración del campo médico está sujeto a las pujas de poder en su seno, la autora utiliza la trayectoria del pediatra Escardó. Esta experiencia muestra cómo una visión particular puede pasar de posiciones marginales en el campo a volverse hegemónico en el mismo y posteriormente ser desplazado de ese lugar predominante.

Desde la segunda mitad de la década de 1950 Florencio Escardó se convierte en un actor dominante en la medicina: asume el cargo de profesor titular de la segunda cátedra de pediatría en la Facultad de Medicina, es elegido decano de dicha facultad y vicerrector de la Universidad de Buenos Aires. A su vez será el Jefe de la Sala XVII del Hospital de Niños. Desde estas posiciones de poder establece al enfoque psicosomático como paradigma principal en el ámbito hospitalario y académico. En el tercer capítulo se narran las experiencias de la mencionada Sala XVII la cual, en la década de 1960, permite por primera vez que las prácticas y tratamientos médicos integrales se materialicen dando un giro de la medicalización de la infancia. Este espacio se plasmará como exponente en cuestiones referidas a la crianza en el imaginario social de las clases medias argentinas. El ámbito hospitalario es reflejo de la puesta en práctica de la incorporación de los saberes por parte de los profesionales de la salud. Es por ello que Escardó entendía que el alcance de las nuevas perspectivas dependía inseparablemente de una transformación en la enseñanza, trabajando paralelamente en la renovación del contenido teórico difundido como en las estrategias pedagógicas empleadas.

Como estrategia de difusión de sus ideas comienza a escribir sistemáticamente en revistas femeninas de grandes tiradas y a aparecer en programas de televisión, lo que amplía la llegada del enfoque psicosomático a la cultura de los sectores medios urbanos. Si bien esta estrategia volvió exitoso a Escardó, a su equipo interdisciplinario y a su enfoque, generó rechazos en sectores de la corporación médica que asumían una perspectiva tradicional. En los ‘60, Escardó es desplazado de Archivos de Pediatría Argentina y deja de escribir periódicamente en revistas especializadas. Este hecho genera una situación contradictoria: sus propuestas eran legitimadas socialmente pero cuestionadas en el campo médico. La dictadura cívico-militar fue la que cerró completamente todo proceso de renovación propuesto por la Nueva Pediatría. Este recorrido por la vida profesional, política y pública de Escardó le permite a Rustoyburu poner en el centro de la escena las disputas existentes en los campos de conocimiento, desnaturalizar los saberes académicos y vislumbrar las estrategias de legitimación de autoridad que los diferentes actores asumen.

Los capítulos siguientes se dedican a exponer casos concretos en los que se muestra la forma de intervención del enfoque psicosomático y la expansión de la medicalización. El cuarto y quinto hacen hincapié en la divulgación de la visión de la Nueva Pediatría a través del análisis de las columnas de expertos en revistas “femeninas” y publicaciones sobre crianza destinadas a las madres, da cuenta de las disputas de sentidos en torno de la infancia, la maternidad y la educación de los hijos. Al mismo tiempo, su reconstrucción le permite identificar uno de los mecanismos fundamentales por los cuales los preceptos de la pediatría psicosomática y el psicoanálisis se tramaron en la cultura de los sectores medios.

Mientras que el sexto compara las experiencias de la escuela para padres de Eva Giberti y la de la Liga de Madres de Familia como exponentes de la inserción de los discursos psi en diversos ámbitos sociales.

Retomando los aportes de la historia de los niños y las madres Rustoyburu, en su séptimo y último capítulo, nos alerta que no debemos considerar como sujetos pasivos a los niños, madres y padres que eran receptáculos del enfoque psicosomático. Analizando experiencias de vida de pacientes tratados por la Nueva Pediatría y reconstruyendo las ideas plasmadas por las madres en las revistas femeninas de la época intenta dar cuenta de que la recepción de los consejos de pediatras, psiquiatras y psicólogas no era lineal sino que tenía variados efectos: algunas personas los recibían acríticamente, otras lo utilizaban a conveniencia y otras lo desechaban completamente. La investigadora nos llama la atención para que veamos las resignificaciones que llevaban adelante los sujetos sociales.

La medicalización de la infancia realiza valiosos aportes que contribuyen a entender la pediatría como campo científico atravesado por relaciones de fuerza en constante pugna y negociación. Por otra parte proporciona elementos que muestran a los discursos médicos como construcciones sociales históricas y culturales, complejas e inacabadas, que abordan múltiples dimensiones y actores, y que producen y reproducen un orden social. En este sentido nos invita a reflexionar acerca de la naturalización con la que asumimos a los pediatras como voces expertas en lo que respecta a la divulgación de consejos sobre algo tan íntimo como son los vínculos familiares, apareciendo de “forma inocente” y cotidiana en medios de comunicación no especializados. Vislumbra cómo sus ideas se instalan en el sentido común de la población, ampliando el rango de llegada de la medicalización, determinando modelos de crianza y de educación. Nos recuerda también que los sujetos no captan pasivamente los discursos emitidos sino que los decodifican poniendo en juego sus experiencias, posibilidades y conveniencias. Con una prosa prolija y sistemática, la autora propone problematizar la legitimidad de los saberes médicos y adentrarnos en las estrategias utilizadas por los actores para que sus planteos prevalezcan. En definitiva, este libro es una nueva contribución a los estudios sociohistóricos del proceso de medicalización para “abrir la caja negra”.