Tres décadas antes que Francis Bacon, el humanista extremeño Benito Arias Montano (1527-‍1598) propuso una “gran restauración” del estudio de la naturaleza, llevado por un profundo escepticismo hacia los sistemas filosóficos de la Antigüedad y a la vez por una inquebrantable fe en la credibilidad del texto bíblico. La obra, llamada por Arias Montano Magnum opus no por soberbia, sino por la abrumadora enormidad de la tarea que se proponía (p. 15), quedó inacababa a su muerte. Se publicaron en Amberes la primera parte (Anima, 1593) y, póstumamente, la primera entrega de la segunda parte (Corpus, 1601). El lector hispanohablante cuenta con ediciones y traducciones de ambas, elaboradas en el último cambio de siglo por un equipo de latinistas e hispanistas españoles para la Bibliotheca Montaniana de la Universidad de Huelva, esos preciados “libros verdes” (p. 5) que alaba María Portuondo en su Introducción (pp. 1-‍12).

El brillante volumen de la profesora Portuondo no sólo ofrece una monografía integral sobre la filosofía natural de Arias Montano —la primera por su extensión y por su concentración temática— sino que lo hace incorporándola de lleno tanto a la biografía intelectual del ilustre hebraísta como a un contexto general que la autora ha bautizado felizmente como Spanish disquiet o “inquietud española”. Esta “inquietud” —que en el caso del extremeño podría considerarse “ansiedad en grado máximo» (p. 210)— sería el denominador común de una considerable nómina de pensadores hispánicos del siglo XVI que descreyeron de la utilidad de la filosofía antigua para comprender el mundo, y en consecuencia ensayaron nuevos sistemas en los que se otorgaba un papel fundamental a la experiencia. A juicio de Portuondo, en aquel siglo sólo los esfuerzos de los italianos podían equipararse a los que se llevaban a cabo en los territorios hispánicos por construir sistemas filosóficos (p. 52).

El programático primer capítulo (“The Challenge Ahead”, pp. 13-‍29) contiene una sucinta presentación de Arias Montano en la que la autora muestra su familiaridad con la abundante literatura secundaria en español (alrededor de la mitad de la bibliografía moderna citada en el libro está de hecho en esta lengua). Una carta del humanista de Fregenal a su coetáneo Luis de León le sirve inteligentemente a Portuondo para introducir algunas líneas maestras. Por un lado, esta carta muestra el profundo interés de un hombre de fe por la ciencia natural en la Castilla del siglo XVI; por otro, en la carta se aprecia el contraste entre el tratamiento de temas estrictamente teológicos —los sacramentos y la gracia, peligrosamente connotados por su cercanía al meollo de la controversia luterana— y los de filosofía natural: mientras los primeros se tratan con cautela, los segundos se abordan abiertamente aunque supongan un cuestionamiento de concepciones heredadas de Aristóteles y Ptolomeo.

Que Arias Montano no constituía una excepción por sus inquietudes naturalistas en el panorama hispánico contemporáneo se deja claro en el capítulo segundo (“The Spanish Disquiet”, pp. 30-‍55). En él se abordan las diversas formas que en el siglo XVI hispánico adoptó la teología natural, es decir, el antiguo empeño por acercarse al conocimiento de Dios mediante el estudio de la naturaleza. El panorama hispánico se contextualiza dentro del europeo en general en el tercer capítulo (“Faith and Nature”, pp. 56-‍86), donde se explora el desarrollo histórico de la especulación naturalista vinculada a la interpretación del primer capítulo del Génesis. Este fundamental relato bíblico, que nuestro humanista, como casi todo erudito hasta bien entrado el siglo XVII, creía debido al propio Moisés, constituye el punto de encuentro entre el Arias Montano filólogo hebraísta y el Arias Montano filósofo natural. Antes de abordar el segundo, Portuondo pasa revista al primero con una mirada atenta a los indicios de interés por la naturaleza detectables en la Biblia Políglota de Amberes (capítulos 4-‍5: “The Antwerp Polyglot: Hints of a New Natural Philosophy”, pp. 87-‍121; “Arias Montano Castigated”, pp. 122-‍152). Por el camino la autora sostiene, basándose en su propia investigación de archivo, que lejos de encontrarse con hostilidad hacia su método y hacia la Biblia Regia por parte de la curia romana, Arias Montano encontró en Roma “un lugar acogedor donde se sintió comprendido y protegido” (p. 135). Es oportuno que me refiera aquí a algunas de las conclusiones de Portuondo sobre la censura de la obra montaniana, tratadas con mayor detalle en el capítulo 12 (“Expurgated”, pp. 353-‍376): el proyecto de Arias Montano que más objeciones eclesiásticas causó no fue su Magnum opus sino la Biblia Regia, más en España que en Roma, y debido al uso de autoridades rabínicas y a un tipo de exégesis considerada cabalística por algunos de sus contemporáneos (Juan de Mariana) y también por estudiosos modernos, con quienes Portuondo se muestra en desacuerdo (pp. 148-‍152). En cuanto a su filosofía natural, las reservas se debieron a la omisión por parte de Arias Montano de todo tipo de autoridades, incluidas patrísticas y escolásticas, es decir, a su falta de reconocimiento a la autoridad de la Iglesia en materia interpretativa; sus novedosas interpretaciones naturalistas no sufrieron en sí mayores objeciones.

En efecto, Arias Montano se había propuesto un sistema natural cuyos “únicos árbitros fueran la experiencia y la Palabra de Dios” (p. 55). En consecuencia, se esforzó por desterrar la terminología aristotélico-escolástica y por usar sólo palabras tomadas de la Biblia hebrea: una ardua metodología, de la que incluso sus más fieles seguidores, José de Sigüenza y Pedro de Valencia, preferirían prescindir (capítulo 11, “Disciples and Detractors”, pp. 315-‍352). En los enjundiosos capítulos centrales sobre el Magnum opus, Portuondo analiza magistralmente hasta qué punto el extremeño logró zafarse de las lentes aristotélicas a las que muy a su pesar, y quizás de forma inconsciente, a menudo recurría para mirar el mundo, así como los distintos grados de originalidad de sus interpretaciones con respecto a las tradiciones intelectuales de su tiempo (capítulos 7-‍10: “Premises of the Magnum opus”, pp. 189-‍224; “Montanian Hermeneutics of Nature and Cosmology”, pp. 225-‍262; “Meteorology, Matter Theory, and Mechanics”, pp. 263-‍289; “A Biblical Natural History”, pp. 290-‍314).

Como toda filosofía natural, la de Arias Montano era profundamente antropocéntrica —se ve ya en los títulos de las tres partes del Magnum opus: “cuerpo”, “alma” y la perdida o nunca escrita Vestis, “vestido”—; a diferencia de otras, la suya lo era por motivos declaradamente teológicos. Si Dios ha creado el mundo natural para beneficio del ser humano, el mundo natural ha de entenderse en términos del provecho que reporta al género humano, y principalmente en la medida en que le permite conocer a Dios, por donde pasa su salvación. Desde su misma raíz, pues, la filosofía natural de Arias Montano entronca con su filosofía moral, que Portuondo cree juiciosamente dignas de otro libro (pp. 226 y 263). Dichas premisas epistemológicas le sirven a la autora para explicar, por ejemplo, la reluctancia de Arias Montano a ocuparse del estudio de los famosos plomos del Sacromonte, una investigación que el anciano erudito habría considerado movida por la vana curiosidad humana, no dirigida a la glorificación de Dios (final del capítulo 6: “Nothing New under the Sun”, pp. 153-‍188).

En definitiva, María Portuondo ha escrito un libro fundamental sobre Arias Montano y sobre la historia de la ciencia en la Europa católica del siglo XVI. Que sea sobre ambas cosas a la vez constituye probablemente el mayor de sus muchos méritos, pues se iluminan aquí mutuamente dos parcelas que suelen tratarse por separado. Que sea un producto del mercado editorial anglófono garantizará, además, que junto con la novedosa investigación de la profesora Portuondo se difundan también los frutos de la literatura académica en español que sobre el humanista de Fregenal ha venido desarrollándose durante las últimas décadas.

El Epílogo presenta a Arias Montano como “el primer europeo que articuló una filosofía natural mosaica completa”, adelantándose al siglo XVII, “la edad de oro de las filosofías mosaicas” (p. 381; al respecto léase a Levitin, Ancient Wisdom in the Age of the New Science, que reseñé en Asclepio 70:2 [2018]). El mismo año en que se publicaba en Amberes su Anima (1593), Arias Montano recibió, verosímilmente en Sevilla, la visita del pintor Francisco Pacheco (véase S. Hänsel, Humanismo y arte en España, Huelva, 1999, p. 229). El maestro de Velázquez le pintó al sabio extremeño el retrato que se reproduce al comienzo del libro de María Portuondo. Fuera o no por sugerencia del hebraísta, la referencia bíblica que escogió Pacheco para coronar su retrato no podía reflejar mejor el sentido de la filosofía montaniana: “le dio los tesoros escondidos y los secretos muy guardados”; en la Biblia, el pasaje continúa: “para que sepas que yo soy Yahvé, el Dios de Israel, que te pongo nombre” (Isaías 45, 3). El conocimiento natural como signo de elección divina y como punto de encuentro con Dios. Cien años más tarde, es muy probable que Isaac Newton hubiese reprobado la filosofía natural de Benito Arias Montano por gnóstica, por materialista, por confundir el libro de la Naturaleza con el de la Escritura y seguramente por más cosas; sin embargo, el inglés, que adoptó como lema personal las mismas palabras con las que el español había orientado su mirada sobre la naturaleza —Dios lo hizo todo “con medida, número y peso” (Sabiduría 11, 21; cf. pp. 214-‍215)—, no habría podido estar más de acuerdo con la finalidad que el viejo biblista había atribuido a la filosofía natural. No en vano la física moderna nacía para dar respuesta a una “inquietud” emparentada muy de cerca con aquella que en el siglo anterior había empezado a sentirse en el sur de Europa.