Al igual que David Freedberg decía que El poder de las imágenes no era un libro sobre historia del arte, sino sobre las personas y sus relaciones con las imágenes, éste afronta las que una serie de mujeres (reinas, cortesanas, comadronas, embarazadas, parturientas) mantuvieron con un buen número de imágenes (sacras, médicas, devocionales). La presente monografía trata de los nacimientos regios en la España altomoderna y lo hace a partir de fuentes visuales y escritas, manejando literatura de antropología médica, historia cultural e historia del arte. Postergada por el primer feminismo, la maternidad –defiende su autora en la introducción- se ha erigido en los tiempos recientes como un objeto de estudio denso y prolífico. Lo es para conocer las prácticas obstétricas de la Edad Moderna, para entender mejor los papeles de la mujer en la sociedad de corte y sin duda para explorar la agencia de las imágenes en un momento decisivo del ciclo de la vida de cualquier ser humano, pero verdaderamente crítico en el caso de la realeza. Una dinastía se funda en la herencia y el linaje, en un legado y una expectativa de futuro. La propia noción de la descendencia se pone en juego en el momento del nacimiento.

El libro consta de cuatro capítulos y se remata con varios apéndices que incluyen inventarios y testimonios de sumo interés sobre la cultura material y los acontecimientos de los partos regios. El primer capítulo se titula “En busca de un heredero” y comienza presentando algunos de los hilos de la investigación, un embarazo de Margarita de Austria, un cuadro encargado y el nacimiento de una infanta que moriría tan solo dos años después. La Monarquía entera se proyectaba en los alumbramientos y el potencial materno de las reinas, un asunto magníficamente tratado a través de unas imágenes empleadas como baza diplomática para resaltar la fertilidad de las candidatas. Cuando murió Isabel de Borbón en 1644, la cuestión del heredero se volvió acuciante. Cuando dos años después murió el príncipe Baltasar Carlos, los presagios más funestos ensombrecieron la Monarquía. En este primer capítulo también se repasan algunos de los tratados de obstetricia en español de la época, la mayoría en la estela del Rosegarten de Rösslin, así los de Damián Carbón, Núñez de Coria y Fontecha, textos que detallan las instrucciones, remedios y avisos para asistir al parto y criar a los niños. El uso de la lengua romance expresa su voluntad de llegar a sujetos no eruditos, entre los cuales destacan las comadronas, personajes principales en todo el libro.

En el segundo capítulo De Carlos dirige la mirada hacia El nacimiento de la Virgen, el óleo de Juan Pantoja de la Cruz (1603) para llevarnos a los espacios de la maternidad regia relacionados con el nacimiento de la infanta María de la Presentación el 21 de noviembre de 1625, la propia sala del nacimiento y las habitaciones del puerperio. Recompone el ajuar y los objetos que habitaban dichos espacios, la temperatura y humedad requeridas, las cajitas de plata, las tupidas cortinas carmesíes, el olor de los sahumerios, los regalos de huevos y palomas, ofrendas vinculadas a la purificación de la Virgen. El embarazo, el parto y el puerperio estaban acompañados por ceremonias y rituales plagados de imágenes favorables al buen curso de los acontecimientos. Las reliquias eran primordiales, como es el caso de la Santa Cinta de Tortosa, que se traía ex profeso desde la ciudad del Bajo Ebro y se colocaba en el relicario de la capilla real del Alcázar. Gracias al testimonio del patriarca de Indias sabemos de las misas y los rezos, de la atención espiritual que guiaba el momento, así como de las apariciones fugaces pero frecuentes de los mismos reyes en los partos de sus vástagos, aunque en España los partos regios eran más reservados que en otros lugares de Europa. Se describen las dos formas de parir, sobre la silla obstétrica o sobre el lecho, seguramente sin dosel, pese a las representaciones idealizadas. La autora nos enseña por qué las imágenes de Santa Ana y el nacimiento de la Virgen eran más próximas a los padecimientos de las mujeres “reales” que el propio embarazo de María, arrodillada al poco, señal de haber permanecido al margen de las sufrientes mortales. También cómo debían tomarse precauciones contra ciertas mujeres peligrosas, las viejas aojadoras que podían realizar el mal del “fascinio”. Así, entre supersticiones, creencias y saberes médicos, entre esmeraldas, corales e imágenes devocionales, transcurrían unos momentos cruciales donde se cruzaban biología, religión, ceremonia y Monarquía.

El capítulo tercero trata de las comadres y la autoridad femenina. A diferencia de otros contextos, en el mundo hispánico hay pocos trabajos sobre el tema, apenas el pionero de Teresa Ortiz, el de Brigitte Jordan sobre los partos en Yucatán y un artículo de José del Corral. No quedan muchos testimonios escritos. El saber de las parteras y comadronas, además de en los tratados antes citados, escritos por hombres, era un saber fundado en la transmisión oral y el conocimiento tácito. Cuesta seguir sus huellas. Aquí nuestra autora logra rastrear la vida de unas cuantas en el Madrid de los Austrias, María Leal, la pastora, Ana López y fundamentalmente Inés de Ayala, una mujer que asistió a la reina, quizás a las amantes del rey y que posiblemente inspiró la defensa del arte de las comadres de Alonso de Carranza. Inés de Ayala hizo carrera en la corte, obtuvo dispensa pontificia, fundó un mayorazgo y luego reclamó sus derechos, una mujer ambiciosa y consciente de su valía que hizo de su arte y sus conocimientos la base de su ascenso social. Leemos cuáles eran las cualidades psicológicas y profesionales de una buena comadrona, los dedos largos y la pericia, la discreción, la capacidad para dominar las situaciones críticas y transmitir confianza. Debían ser “argutas”, esto es, agudas e inteligentes, mujeres de ingenio, ese rasgo otrora reservado a los varones. El parto regio es un espacio dominado por las mujeres, investidas de una auctoritas opuesta a la potestas masculina. El nacimiento y el puerperio permiten articular y desarrollarse una autoridad femenina que se refleja en el citado óleo de Pantoja de la Cruz de 1603, el mismo que ocupó un lugar central en palacio en las décadas siguientes y que ilustra la cubierta del libro. Allí aparecen las dos hermanas de la reina asistiendo al parto y la misma reina madre ejerciendo de comadrona.

El último capítulo se ocupa del oratorio de la reina, el espacio simbólico donde se reunían las mujeres de la corte en el momento del alumbramiento. Resulta muy lograda su descripción material y espiritual. Las reliquias, jaspes y piedras se ven ambientadas por el ritmo controlado de las misas y ceremonias, la novena en honor a la virgen de la expectación, la celebración de las nueve fiestas de nuestra señora en los días inmediatamente anteriores a la Navidad y finalmente la misa de la purificación de la Virgen, también llamada la misa de parida. Esta última era la que anunciaba la reincorporación de la reina a la vida social y las rutinas habituales, su salida de la cuarentena, una misa en la que la reina ocupaba el protagonismo, desplazando al propio rey. El libro se cierra con el estudio de los lienzos encargados por Margarita de Austria para el retablo de las Descalzas Reales de Valladolid y con el fino análisis de la Coronación de la Virgen de Velázquez. Este maravilloso óleo presidía el oratorio de Isabel de Borbón, la mujer de Felipe IV. Fue confeccionado con púrpuras y pigmentos muy costosos y recogía un instante muy querido para cualquier reina madre, el momento glorioso en el que María adquiría su condición regia en virtud de su maternidad.

Son imágenes que nos hablan de las expectativas, los modelos que debían inspirar la incertidumbre y las tribulaciones del hecho biológico más perentorio y esencial para la función dinástica a la que las reinas debían responder. La imaginación maternal debía ser conducida hacia referencias seguras y triunfales. Nacer en palacio es un libro fruto de una investigación tejida durante muchos años, los suficientes para tramar fuentes originales, literatura médica y cultural. Estamos ante un obra destacada y seguramente imprescindible para los estudios de género de la España moderna y para quien quiera saber más sobre la agencia de las imágenes, un título que se suma a la lista siempre escogida y cuidada del Centro de Estudios Europa Hispánica.