El libro lo componen nueve capítulos, seis de ellos traducciones de artículos y capítulos de libros publicados por primera vez en la década de los noventa en contextos anglófonos donde se han convertido en textos de referencia para la historia de la medicina, pero no han circulado hasta ahora en castellano. Los tres capítulos restantes son textos publicados por primera vez en castellano, incluyendo uno (Rosa María Osorio) escrito específicamente para formar parte del volumen.
En la primera parte se analizan maneras en las que la ciencia y la práctica médicas inscriben los constructos culturales de la masculinidad y la feminidad en los cuerpos (o sus partes). El texto de Emily Martin trata de la sexualización de los gametos y de la proyección de valores de género sobre el papel de óvulos y espermatozoides en la fecundación humana, mientras el de Suzanne J. Kessler se centra en la gestión médica de los bebés intersexuales. Estos dos capítulos, ubicados, en mi opinión estratégicamente al principio del libro, ayudarán a lectoras y lectores a entender y cuestionar el papel de la ciencia y de la medicina en la construcción de género a través de dos ejemplos ilustrativos y muy llamativos.
Los capítulos que forman la segunda parte del libro versan sobre la diferencia sexual y las maneras en las que a lo largo de la historia la medicina la ha conceptualizado y perpetuado. Aquí encontramos la contribución de Montserrat Cabré y Fernando Salmón sobre los debates médicos acerca del aojamiento que se desarrollaron en los reinos hispanos al principio del siglo XVI. El capítulo relata cómo la mirada médica transformó una creencia popular de “mal de ojo” en una enfermedad, explicándola en el marco del galenismo y la filosofía natural. El capítulo de Sue V. Rosser, nos traslada al mundo de la investigación médica en Estados Unidos a finales del siglo XX. La autora discute varios ejemplos de sesgos androcéntricos en la investigación clínica, como el empleo de mayores recursos para investigar enfermedades típicamente masculinas, o la exclusión sistemática de mujeres de ensayos clínicos de medicamentos. La aportación de Lara Marks, en cambio, analiza desde la perspectiva de género los ensayos clínicos realizados principalmente con mujeres quizás más relevantes para la historia de la medicina: los primeros ensayos clínicos de la píldora anticonceptiva. Marks los analiza desde una óptica de la dificultosa y a veces imprevisible aplicación del modelo médico reduccionista al cuerpo femenino. Finalmente, el capítulo de Susan C. Lawrence y Kae Bendixen traza las representaciones de la diferencia sexual en los libros de texto de anatomía en Estados Unidos desde finales del siglo XIX hasta finales del siglo XX. Las autoras demuestran cómo durante este tiempo se continuaba representando los cuerpos de las mujeres como variantes de los cuerpos de los varones.
La última parte está dedicada a las mujeres como agentes de salud. El capítulo de Ana Delgado, Ana Távora y Teresa Ortiz-Gómez se centra en las médicas de familia españolas a finales del siglo XX y las maneras en las que sus ideas sobre la feminidad afectan su práctica profesional. Rosa María Osorio, en cambio, explora el rol fundamental de madres como gestoras de salud de sus hijos. La autora estudia el caso de un área suburbana del estado de México a principios del siglo XXI ocupándose las maneras en las que las madres clasifican y también tratan las enfermedades infantiles antes de recurrir a la medicina institucional. Finalmente Kathy Davis dibuja las trayectorias de traducciones y adaptaciones internacionales de