El discurso actual sobre la salud masculina remite con demasiada insistencia a una imagen obsoleta y monolítica de la masculinidad contrastando de manera simplista el colectivo “hombres” con el de las “mujeres”. Sin embargo, el análisis histórico hace muy evidentes los notables cambios que se han producido en la salud de los hombres, tanto en lo que se refiere a sus actitudes como a sus comportamientos, desde la revolución industrial; así, por ejemplo, se ha transformado no solamente la vida profesional y el mundo del trabajo, sino también la relación entre la masculinidad y el comportamiento de riesgo a lo largo de la vida y, asimismo, la evaluación médica de ciertos comportamientos de alto riesgo como fumar. Las diferencias en la esperanza de vida entre hombres y mujeres merecen una explicación más precisa y menos simplista. Desde una perspectiva histórica de
The current discourse on men’s health refers too insistently to an obsolete and monolithic pattern of masculinity contrasting “men” with “women” in a simplistic manner. However, historical analysis shows the remarkable changes that have occurred in the health of men, both in terms of their attitudes and their behaviors, since the industrial revolution; so, for example, the relationship between masculinity and risk behavior throughout life, the professional life and the world of work, and also the medical evaluation of certain high-risk behaviors such as smoking. Differences of the life expectancy between men and women deserve an explanation more accurate and less simplistic. From a historical perspective of
A la luz de los estudios epidemiológicos y antropológicos, la salud de los hombres ofrece a menudo una imagen negativa y, desde luego, siempre problemática. Su esperanza de vida es muy inferior a la de las mujeres y la forma en que cuidan de su salud deja mucho que desear: son totalmente sedentarios o hacen ejercicio en exceso, tienen malos hábitos alimenticios, fuman mucho y beben demasiado alcohol (sobre todo ante las adversidades). Además, no se toman en serio los síntomas corporales ni hablan sobre sus problemas de salud; no expresan sus dolencias y con frecuencia se vuelven agresivos contra los demás o contra sí mismos. Consultan con sus médicos cuando ya es demasiado tarde, o no consultan con ellos en absoluto. Se suelen saltar las revisiones médicas y apenas cumplen los tratamientos que se les prescriben.
Este «discurso sobre la salud masculina» no es más que una pequeña muestra de la gran cantidad de material publicado en las revistas en particular y en la literatura científica en general. Con razón el sociólogo Michael Meuser lo denomina un «discurso del déficit», ya que pone de relieve la debilidad, si no la inferioridad, de los hombres en el ámbito de la salud y el bienestar (Meuser,
La cuestión es que, pese a que la información que tenemos sobre la salud masculina está estadísticamente bien documentada y a que los expertos tratan de promover la concienciación acerca del problema, los discursos del déficit casi nunca llegan a las personas a las que les conciernen más directamente. Ante un mensaje que critica el comportamiento deficiente o inadecuado de un sujeto, éste suele reaccionar mediante el rechazo y la negación.
Llegados a este punto, me gustaría destacar un enfoque que se practica en educación para la salud, según el cual se pueden obtener mejores resultados con refuerzos positivos. Este enfoque se emplea en las jornadas de información sobre la salud masculina organizadas por profesionales de la salud. En mi opinión, el discurso sobre la salud masculina debería abstenerse de hacer comparaciones de forma general y alejarse de la imagen negativa y parcial que se tiene de los hombres. En lugar de tratar de alarmarles con pronósticos pesimistas, deberíamos centrarnos en aquellos aspectos de su comportamiento relativos a la salud que ofrecen una buena base para una discusión más matizada y polifacética acerca de las conexiones entre la masculinidad y la salud. A esto puede contribuir la investigación histórica.
Hollstein describe la «masculinidad tradicional» vigente durante los últimos veinte años como un complejo de predisposiciones conductuales expansivas, agresivas, insensibles, posesivas y sedientas de poder; en definitiva, tales comportamientos son malos para la salud. Su idea es sencillamente que la «masculinidad tradicional» perjudica la salud (Hollstein,
Para facilitar la investigación tiene sentido dividir los colectivos de pacientes en mujeres y hombres. Esta separación de acuerdo con el sexo es un requisito cada vez más importante en, por ejemplo, pruebas de medicamentos, estudios de medicina basada en la evidencia y estudios sobre los servicios sanitarios. Esto se debe a que las medicinas, los tratamientos y la estructura de los servicios sanitarios afectan de diferente forma a hombres y a mujeres. Este tipo de investigaciones que diferencia entre ambos sexos todavía se consideran deseables en muchas áreas de estudio. Además, en la Unión Europea es una exigencia política, ya que la transversalidad de la perspectiva de género (gender mainstreaming), viene siendo un requisito imprescindible desde hace algunos años, y su aplicación es ineludible. Las buenas políticas se apoyan en las conclusiones de investigaciones relevantes como base para la toma de decisiones. La división convencional entre hombres y mujeres conlleva el peligro de promover la idea de dos mundos separados, al codificar conceptos de género opuestos (Babitsch,
Como apuntaré seguidamente con algunos ejemplos, este aserto hace referencia a la esperanza de vida al nacer, el mundo laboral y la vida profesional, la actitud de los hombres hacia la salud, la conexión entre comportamientos de riesgo y masculinidad, y el uso que hacen los hombres de la asistencia médica y los medicamentos.
En general, los cambios acontecidos son considerables. En su mayoría, han surgido a lo largo de un período de tiempo relativamente corto, hablando en términos históricos, y algunos han tenido lugar muy recientemente, en las últimas generaciones. En otras palabras, el estado de salud de los hombres y su conducta en relación a la salud y a la enfermedad son el resultado de procesos históricos. Por lo tanto, aunque vuelvan a cambiar o a sufrir modificaciones, no son en absoluto la expresión esencial de la masculinidad. En lugar de atribuir el comportamiento de los hombres a una supuesta masculinidad arquetípica, la perspectiva histórica permite una percepción más clara de los cambios que se han ido sucediendo en el pasado.
El mejor indicativo del estado de salud de una población es la esperanza de vida media al nacer. Este dato también desempeña una función primordial en el debate actual sobre la salud masculina. Hoy en día, en la mayoría de las sociedades posindustriales, las mujeres viven mucho más tiempo que los hombres. Concretamente en Alemania viven en torno a cinco años y medio más. ¿Cómo se explica esta diferencia? Los factores a tener en cuenta, así como su relevancia, son objeto de debate científico y médico. Un estudio realizado con decenas de miles de frailes y monjas que vivían en monasterios y conventos sugiere que las mujeres tienen una ventaja biológica de esperanza de vida de alrededor de un año. Esto nos deja cuatro años y medio de diferencia por explicar. Se podría deducir del estudio de los frailes y las monjas que una vida en la que hay seguridad económica y social, con poca competitividad y relaciones sociales asiduas y estables, parece ser muy saludable. Además, el uso reducido de las «libertades nocivas» como fumar y beber, también contribuye a una mayor esperanza de vida de los frailes. Por lo pronto, este dato apunta a un par de razones que podrían explicar la existencia de esa diferencia de género.
Desde el punto de vista del historiador son de especial interés los importantes cambios de la brecha de género en cuanto a la esperanza de vida (Weigl,
Desde el punto de vista de la historia de la salud, la industrialización benefició menos a los hombres que a las mujeres en lo relativo a la esperanza de vida. El ritmo de los cambios muestra que durante los períodos de la primera y la segunda Revolución Industrial, así como el cuarto de siglo que siguió a la reconstrucción de Alemania tras 1945, los hombres se vieron mucho más afectados que las mujeres.
De acuerdo con esto podemos afirmar que durante la segunda Revolución Industrial el riesgo profesional específica de cada género, a menudo inevitable, fue un factor perjudicial para la salud mucho más influyente para los hombres que su supuesta predisposición «típicamente masculina» de exponerse voluntariamente a los peligros. Los trabajadores poco cualificados que migraban de zonas rurales tenían entonces tan poca libertad de decisión como la tienen en la actualidad. El concepto de «masculinidad tradicional» encubre los importantes cambios a lo largo de la historia, así como las enormes desigualdades entre, por ejemplo, los hombres que reciben una mejor educación y los que no. Asimismo, dentro del conjunto de exposiciones perjudiciales para la salud, algunos factores individuales son más significativos en unos períodos históricos que en otros. Los sistemas políticos también influyeron en esto, y no sólo durante la época nazi. Para ambos sexos, la esperanza de vida en la República Democrática Alemana era inferior a la de la República Federal Alemana. Sin embargo, en los primeros siete años tras la reunificación, la esperanza de vida en la República Democrática Alemana se ajustó casi totalmente a los niveles de Alemania Occidental, para las mujeres algo más rápidamente que para los hombres. Esta diferencia de ritmo sugiere que, más allá de la mera «masculinidad tradicional», hubo una serie de factores que fueron responsables de estos cambios. Esto se confirma cuando analizamos las subidas y bajadas en la esperanza de vida, ya que están relacionadas con edades totalmente diferentes. Antes de la I Guerra Mundial, la mortalidad infantil se redujo mucho y de manera definitiva. Después de la guerra, la mortalidad de la gente joven disminuyó. Finalmente, después de la II Guerra Mundial la población empezó a vivir cada vez más años, hasta llegar en grandes cohortes a edades avanzadas. Como las epidemias han desaparecido en Alemania casi por completo, en la actualidad la mortalidad se debe principalmente a enfermedades cardiovasculares y degenerativas.
Desde la década de 1980, se aprecia una diferencia decreciente en la esperanza de vida de hombres y mujeres, lo cual sugiere que debemos analizar más de cerca los cambios en las condiciones laborales. Este análisis puede hacerse considerando períodos de unos 33 años por generación, empezando con la construcción del primer ferrocarril en Alemania (1835). Durante la primera generación, el trabajo siguió siendo predominantemente rural, aunque ya había comenzado la migración a las ciudades y las condiciones laborales de la era industrial. La actividad aumentó tremendamente durante la Segunda Industrialización, y una gran cantidad de mano de obra masculina se incorporó a puestos de trabajo que eran perjudiciales para la salud. Además, debido al desarraigo por la migración, sus condiciones de vida se hicieron precarias. El trabajo de las mujeres siguió desarrollándose principalmente en el hogar, lo que implicaba una mejor nutrición y mejores condiciones de vida en general. Tan sólo un pequeño número de mujeres trabajaron en la industria y también se vieron expuestas a considerables riesgos para la salud. La mayoría de las mujeres trabajadoras solían acabar casándose y dejando sus empleos en las fábricas tras unos ocho años de trabajo por término medio, y raramente volvían a trabajar. Para los hombres la vida laboral consistía en un trabajo fuera del hogar a tiempo completo, y para toda la vida. Entretanto, para las mujeres este tipo de empleos normalmente se limitaba, en ocasiones en contra de su voluntad, a la época previa al matrimonio, debido a convenciones sociales o incluso a prohibiciones laborales. La proporción de mujeres empleadas se mantuvo extremadamente estable a largo plazo. Pese a pequeñas fluctuaciones a corto plazo, ascendía a exactamente el 36% en los años de las muestras analizadas (1882; 1907; 1925; 1939; 1950 y 1972).
El trabajo que solían desempeñar los hombres presentaba mayores riesgos para la salud
Pese a los rápidos cambios que suceden en torno a 1970, las mujeres siguieron trabajando a tiempo parcial en mayor medida que los hombres. Casi el 94% de los hombres empleados en 2004 tenían un trabajo a tiempo completo, frente a sólo el 57,9% de las mujeres. El 85,4% de todos los contratos a tiempo parcial los realizaban mujeres. Esta proporción sigue en aumento
Habría que distinguir importantes diferencias dentro de este esbozo general de los cambios, teniendo en cuenta las diferentes regiones y etapas de la vida. No obstante, demuestra que el trabajo y la vida profesional cambiaron de manera significativa, pero conservaron unas importantes constantes generales propias de cada género.
Los riesgos para la salud derivados de puestos de trabajo peligrosos siempre son más aplicables a los hombres durante la totalidad de su vida laboral. El hecho de que el porcentaje de mujeres que desempeñaban trabajos de oficina creciera rápidamente desde la época de la República de Weimar no presentó ninguna desventaja sobre la salud de las mujeres (Weigl,
No obstante, el trabajo también puede ser un recurso para la salud (Hoffmann,
La actitud de los hombres hacia la salud varía considerablemente en cada etapa de su vida. Entre la pubertad y la formación de una pareja para casarse, se observan con mayor frecuencia comportamientos perjudiciales para la salud que en la edad adulta. Por otra parte, para algunos hombres los comportamientos de riesgo pueden continuar formando parte de su vida adulta. El entusiasmo de los hombres jóvenes por los deportes de riesgo es tan típico en esta etapa de la vida como la conducción peligrosa tras el consumo de alcohol.
Históricamente, este comportamiento de riesgo (post)adolescente da lugar a consecuencias muy diversas. Los accidentes de coche mortales empezaron a tener devastadoras tasas de mortalidad entre los hombres jóvenes con el inicio de la motorización masiva, en la década de 1960. La reducción en muertes masculinas en la carretera desde 1980 no se debe tanto a un cambio en la «masculinidad tradicional» sino a las vallas protectoras y a la mejora de los servicios de emergencia. Esto ha elevado la esperanza de vida de los hombres en casi medio año.
Por otro lado, los «juegos peligrosos y competitivos de la masculinidad» son, en gran medida, previsibles y socialmente aceptados. A los hombres jóvenes se les sigue elogiando si muestran bravura en situaciones de peligro y cuando resisten al dolor, porque esta actitud les hace aptos para muchos trabajos y tareas sociales como, por ejemplo, el ejército. Puede que esta fuera la verdadera razón por la que se criaba a los niños para que se hicieran «duros», especialmente entre los años 1880 y 1960.
No obstante, muchos hombres relatan que trataron de protegerse de peligros en los puestos de trabajo industriales o durante la guerra, teniendo mucho cuidado o evitando tomar riesgos (Bourke,
Los discursos médicos que pretendan evitar los riesgos criticando los comportamientos perjudiciales para la salud de los jóvenes deberían tener en cuenta las razones históricas que hay detrás de esa educación encaminada hacia la dureza y la reciedumbre, así como los recientes cambios en el mundo del trabajo.
En la imagen de la «masculinidad tradicional» y en el actual discurso de la salud masculina, la idea de hombría se asocia estrechamente a comportamientos que son perjudiciales para la salud. Sin embargo, el ejemplo del tabaco revela que la práctica de fumar y su significado han cambiado mucho a lo largo de la historia.
En el siglo XIX fumar se consideraba una práctica restringida casi exclusivamente a los hombres, con la excepción de algunas mujeres, como las prostitutas y las artistas. A partir del año 1900, aproximadamente, las mujeres empezaron a ser el blanco de los anuncios de cigarrillos. Se hacían continuas alusiones a la emancipación, que acabaron personificándose socialmente en la figura de la «nueva mujer» de la República de Weimar. Sólo a partir de la década de 1960 las mujeres fumadoras fueron aceptadas en público casi sin restricciones, así como las mujeres que tomaban bebidas alcohólicas fuertes. Este cambio fue sucediendo a lo largo de varias generaciones, y parece ser el motivo por el que fumar todavía se considera un signo de la emancipación de las mujeres en los espacios públicos. Esta idea la comparten tanto historiadoras feministas como la industria del tabaco. El concepto de emancipación podría explicar todavía por qué fuman tantas chicas jóvenes
Históricamente, la masculinidad y el tabaco siempre han estado relacionados. Para muchos chicos el primer cigarrillo simboliza la entrada en la vida adulta; es casi como un rito de iniciación. En consecuencia, fumaban, y aún a día de hoy fuman, muchos más hombres que mujeres, lo que contribuye a una mayor mortalidad masculina por el consumo de tabaco. Sin embargo, en el discurso público el vínculo entre el rol de género masculino y el comportamiento perjudicial para la salud no está tan claro.
Es anacrónico el argumento de que, antes de comenzar a fumar, los hombres «siempre» se habían comportado de modo que perjudicaban su salud. Puede que esto sea objetivamente cierto en el año 2013, pero subjetivamente tanto los hombres como las mujeres no solían estar bien informados sobre los efectos del tabaco. En Alemania, la crítica de que fumar es cancerígeno y malo para la salud apareció y llegó a un público general en la década de 1920 (Dinges,
La moderna investigación científica participa de la idea de que los hombres no hablan lo suficiente sobre sus problemas de salud y que, cuando lo hacen, ya es demasiado tarde, y que no consultan con un experto médico competente cuando debieran hacerlo. Se dice que en relación a sus parejas, o bien se quejan sobre la más mínima dolencia o bien se guardan para sí los problemas más graves.
Sin embargo, la investigación histórica halla gran cantidad de evidencia en cartas, diarios y autobiografías de que a los hombres les gustaba expresar sus pensamientos sobre asuntos relacionados con la salud y la enfermedad en muchas y variadas situaciones. Aparte de hablar de sus dolencias en pareja, en el siglo XIX las reuniones sociales mixtas eran la ocasión preferida para sacar a la luz los problemas de salud, como puede verse en informes y cartas de la época (Dinges,
Las autobiografías escritas por hombres también contienen referencias a asuntos de salud, tanto en la escrita por el sencillo mercenario de la Guerra de los Treinta Años como en la más popular autobiografía del siglo XX. Si se analizan más de cerca estas fuentes se descubre que los hombres de todas las clases sociales sabían de la existencia de los recursos de salud y hacían uso de ellos. Por sólo aludir a unos cuantos ejemplos de los siglos XIX y XX, ya fueran trabajadores o emprendedores, prisioneros políticos o combatientes, todos presentaban comportamientos muy similares para promover y proteger la salud, pese a que los medios económicos disponibles estaban distribuidos de forma desigual.
Estos documentos históricos sitúan las estadísticas actuales en otra perspectiva. Ya no se puede decir sin más que la actitud de los hombres hacia su salud sea descuidada en general y esté basada en una relación de negligencia hacia sus cuerpos. Tiene mucho más sentido emplear la evidencia histórica como base para la investigación en contextos y situaciones en las que los hombres sí se han preocupado por su salud.
El hecho de que los hombres se muestren reacios a hacer uso de los servicios médicos en oferta se asocia críticamente con la «masculinidad tradicional» , que prohíbe buscar ayuda a los hombres. Hasta 1995 el 60% de todos los pacientes en las consultas médicas en Alemania eran mujeres. Aún teniendo en cuenta la proporción ligeramente mayor de mujeres en el total de la población, la diferencia de uso sigue siendo del 16,8%. Si a esto le restamos las actuales «necesidades ginecológicas», consecuencia de la medicalización de los últimos 150 años, seguimos teniendo una diferencia del 12,2% para la que no hay explicación.
La tasa del 60% de mujeres frente al 40% de hombres no demuestra antropológicamente que los hombres tengan menos voluntad de buscar ayuda, porque la presencia de los hombres en las consultas de los médicos ha variado a lo largo de los últimos siglos. Entre 1800 y 1850-1860 a veces había más mujeres y a veces había más hombres. Sin embargo, antes de 1800, predominaban los pacientes masculinos en las consultas médicas. El hecho decisivo que hizo que la mayoría de los pacientes fuesen mujeres tuvo lugar a mediados del siglo XIX. Desde entonces, la cifra del 60% (en 2008/11: 58%) se ha mantenido asombrosamente constante pese a los avances habidos en el campo de la medicina
Lo significativo de todo esto es la transformación que tuvo lugar. No se puede interpretar el cambio histórico en el sentido de que los hombres buscaban ayuda médica cada vez menos o sólo en algunas ocasiones. Más bien eran las mujeres quienes hacían un uso cada vez mayor de la asistencia médica desde la década de 1860. Esto se debía, en principio, a sus particulares necesidades de salud y a los servicios que se les ofrecía. El que esto tuviera o no una influencia positiva en su comportamiento general en relación a la salud es otro asunto. El desarrollo histórico es el resultado de una relación más reciente entre las mujeres y los médicos que ha ido en aumento a lo largo de la historia. Esta relación tiene tan poco que ver con la «feminidad esencial» como la relación entre el comportamiento masculino y una «masculinidad» atemporal. De esto se deduce el siguiente aserto.
Es un hecho ampliamente conocido que las mujeres toman más medicinas que los hombres. En la literatura encontramos dudas respecto a si este consumo es, o no, aconsejable desde el punto de vista médico. La toma de medicamentos se ve fuertemente determinado por los médicos, sobre todo en el caso de medicamentos psicotrópicos disponibles sólo bajo receta. Por lo tanto, se puede afirmar que la toma de medicamentos por parte de las mujeres es un ejemplo más de su medicalización, que consultan con mayor frecuencia a los médicos, quienes, a su vez, tienden a diagnosticarles en mayor medida desórdenes mentales.
Esto queda confirmado por las conclusiones de estudios históricos. La reciente investigación sobre el consumo de medicamentos según el género muestra que, en los siglos XVIII y XIX, en Alemania y los EE.UU. los hombres consumían más medicamentos que las mujeres. Durante el siglo XVIII, en Núremberg el consumo de los hombres triplicaba al de las mujeres (Blessing,
Este ejemplo genera una reflexión crítica acerca del «discurso del déficit» del comportamiento de los hombres hacia su salud. Puede que los hombres recurran menos a tomar medicamentos porque son menos sensibles al dolor. Con respecto al consumo de medicamentos, esto no es necesariamente una actitud negativa
En cualquier caso, puede que la evidencia médica sugiera que hacer un uso más frecuente de los servicios sanitarios no es necesariamente lo mejor para la salud de los hombres. Esto quiere decir que la manera de recurrir a la medicina por parte de los hombres debería verse de un modo diferenciado, más que de un modo exclusivamente negativo.
La investigación en salud estudia los comportamientos actuales en relación a la salud y los problemas asociados a estas conductas. Con frecuencia tienen una fuerte vertiente de género, como por ejemplo respecto al uso de los servicios médicos, bien sea con fines diagnósticos o terapéuticos. El comportamiento de los pacientes, los diagnósticos, la investigación, los discursos sobre la medicalización y los servicios médicos son factores que pueden contribuir a la creación de estereotipos de género que se asumen precipitadamente como si fuesen naturales o «genuinamente» masculinos.
Debido a la distancia respecto a la situación presente, los estudios históricos permiten una mejor comprensión de las constelaciones de género, que solían ser muy distintas en el pasado. En lugar de insistir, como hace Hollstein, en una «masculinidad esencial» que supuestamente conduce a comportamientos perjudiciales, el enfoque histórico abre de manera heurística perspectivas mucho más interesantes, como por ejemplo la distinción entre generaciones de hombres y entre diferentes edades de la vida (Dinges,
Statistisches Bundesamt, Periodensterbetafeln für Deutschland. Allgemeine und abgekürzte Sterbetafeln 1871/1881 bis 2004/2006, publicado el 28. 3. 2008, Wiesbaden 2008, 401–414 para todos datos desde 1870. Datos para 1850 según Imhof, Arthur E. (1990), Lebenserwartungen in Deutschland vom 17. bis 19. Jahrhundert, Weinheim, VCH acta humaniora, 462 f. (Perioden); para 2009/2011. Véase: https://www.destatis.de/DE/ZahlenFakten/GesellschaftStaat/Bevoelkerung/Sterbefaelle/Tabellen/LebenserwartungDeutschland.html [consultado el 12/7/2013].
Para una reflexión acerca del reconocimiento más tardío de las enfermedades profesionales en las mujeres, véase: Lengwiler,
En el mes de marzo de 2004, de un total de 7,17 millones de contratos a tiempo parcial, 6,13 millones correspondían a mujeres. En ese mismo año, 93,8% de los hombres (97,1 % en 1991) trabajaban a jornada completa, mientras que solo lo hacían un 57,9% (69,8 % en 1991) de las mujeres. Statistisches Bundesamt,
El informe de 2004 demuestra también que los hombres hacen el doble de horas extras que las mujeres: 10% en lugar de 5%; p. 47 Statistisches Bundesamt,
La esperanza de vida al nacer de los hombres ha aumentado una vez y media más que la de las mujeres (0.35 al lugar de 0.23 años) durante los últimos 20 años debido a la disminución de las enfermedades respiratorias, Weiland, pp. C.875y ss., 878.
Gracias a las manipulaciones de la industria del tabaco.
Rattay, P.; Butschalowsky, H. et al. (2013), Inanspruchnahme der ambulanten und stationären medizinischen Versorgung in Deutschland. Ergebnisse der Studie zur Gesundheit Erwachsener in Deutschland (DEGS1), 56,
El mayor consumo de bebidas alcohólicas entre los hombres podría ser el equivalente funcional del consumo de medicamentos psicotrópicos s entre las mujeres.